Vivir y transmitir la esperanza
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FEBRERO DE 2014
¿Por qué la Esperanza es una Virtud sobrenatural?
En efecto, es una Virtud sobrenatural, pues nos viene regalada por Dios, es de Dios y pertenece a Dios, nuestro Dios Uno y Trino se hace patente en Ella; por decirlo de alguna manera Dios Padre se pone en connivencia con Dios Espíritu Santo, para enviarnos a su Hijo y así se dé el Misterio de la Salvación para toda la humanidad, ese Misterio encierra todo el concepto de Esperanza de nuestra fe.
Y la revelación de Dios como Padrenuestro, no termina ni concluye con el envío de su Hijo para que con su Vida, con su Amor y solidarizándose con nuestros pecados, viniese a liberarnos de todo tipo de cadenas y ataduras para que se diera nuestra salvación con su Resurrección. No, el plan de Dios Padre prosigue con la Efusión del Espíritu Santo, para que no quede como algo histórico que sucedió hace dos milenios, sino que siga teniendo vigencia por los siglos de los siglos.
El Espíritu Santo continúa estando con nosotros y nos actualiza y nos transforma continuamente en la obra de Jesús y ese es el Mensaje de Esperanza que los cristianos estamos llamados a vivir y transmitir; con estas palabras nos lo recuerda san Pablo cuando se dirige a los filipenses: «Por tanto, yo os pido por el estímulo de vivir en Cristo, por el consuelo del amor, por la comunión en el Espíritu, por la entrañable compasión, que colméis mi alegría, siendo todos del mismo sentir, con un mismo amor, un mismo espíritu, unos mismos sentimientos.» (Fl. 2, 1-2). Esa unión a la que se refiere san Pablo, que el mismo Jesús nos recordaba que no nos dejaba solos, refiriéndose al Espíritu Santo Paráclito como Consolador de las almas, para ello tenemos nosotros que mantener entre nosotros los mismos sentimientos que tuvo Jesús, como nos dice san Pablo a través de los filipenses: «Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo» (Fl. 2, 5).
Esa Esperanza que como virtud sobrenatural emana de Dios, y que Jesucristo antes de la Ascensión viene a recordarnos a través de sus discípulos, una esperanza en forma de fuerza, que tenemos que pedir al Espíritu Santo para que con ella, seamos testigos de nuestra fe, que es lo mismo que decir testigos de esperanza: «Los que estaban reunidos le preguntaron: Él les contestó: <>.» (Hch. 1, 6-8).
Es un error creer que la Esperanza como muchos piensan, está en lograr o alcanzar muchas cosas aquí en la tierra, y es entonces cuando no le vemos sentido sobrenatural a esta virtud, que quizás sea la más desconocida.
¿Cómo debe ser nuestra esperanza?
El Papa Benedicto XVI, en su encíclica Spe Salvi, (Salvados por la Esperanza) nos lo recordaba con el Evangelio de san Juan: «Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo» (Jn. 16, 20), es una virtud que nos anima a descubrir a Dios, desde la escucha, a verlo con los ojos del alma y sentir cómo su Luz penetra en nuestras vidas y es así cómo surge esa inmensa alegría de sentirnos hijos de Dios.
La esperanza debe partir por lo tanto de la escucha, y animados en esa escucha, sentir la presencia de nuestro Dios Resucitado, de esa su Resurrección gloriosa.
El Papa Francisco en la homilía que dio un viernes en la Casa de Santa Marta dijo textualmente: «Hay muchos cristianos, cuya esperanza tiene demasiada agua, no es sólida, es una esperanza débil. ¿Por qué? Porque no tienen la fuerza y el valor de fiarse del Señor», el Papa francisco explicó que fiarse de Dios significa reconocer las miserias personales, como lo harían los enfermos que vienen reflejados en los evangelios, ellos confesaban sus dolencias a Jesús, porque realmente creían que sólo Él les podía curar. El Papa nos pide que en nuestras oraciones pongamos fe y no las repitamos como «papagallos» sin pensar en lo que decimos, eso se llama ser cristianos a medias.
Nuestra actitud ante la esperanza debe ser de vigilia, de estar atentos, de estar preparados, pues no sabemos ni el día ni la hora, san Pablo cuando habla a los filipenses sobre el verdadero camino de la salvación cristiana nos dice: «Pero nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas». (Flp. 3, 20-21). Este texto ha de servirnos para que nos tracemos bajo una buena conducta un mejor camino, esto es entender como debe ser nuestra esperanza…camino de preparación para participar de la Casa del Padre.
Luego tener esperanza es tener certeza absoluta, desprovista de toda duda, donde se conjugan fe y esperanza unidas. Y como dice san Pablo a los corintios:
«Pues todas las promesas hechas por Dios han tenido su sí en Él; y por eso decimos por Él ‘Amen’ a la gloria de Dios» (2 Co. 1, 20).
Y la esperanza debe ser de firmeza absoluta y de seguridad plena en las promesas del Hijo de Dios, como un ancla en tierra firme, sobre roca y no sobre arenas movedizas: «Por eso Dios, queriendo mostrar plenamente a los herederos de la Promesa la inmutabilidad de su decisión, interpuso el juramento, para que, mediante dos cosas inmutables por las cuales es imposible que Dios mienta, nos veamos más poderosamente animados los que buscamos un refugio asiéndonos a la esperanza propuesta, que nosotros tenemos como segura y sólida ancla de nuestra alma y que penetra más allá del velo» (Hb. 6, 17-19).
Una esperanza que nos llama a que seamos mejores cada día y a que busquemos el camino de la santidad, como nos decía Jesús:
«Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto, vuestro Padre celestial» (Mt. 5, 48) es una invitación o llamada a la santidad.
La Esperanza de la Salvación, la podríamos identificar con las Cinco llagas de Cristo y es así cómo debe ser: Una esperanza bienaventurada o de felicidad, una esperanza que sea alentadora, una esperanza que es purificadora, una esperanza viva muy llena de Vida y una esperanza afirmante y reafirmante en Cristo nuestro Señor.
Es una esperanza que nos viene como gracia de Dios, para que nos sintamos felices, es la que llamaríamos una esperanza bienaventurada: «Porque se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a los hombres, que nos enseña a que, renunciando a la impiedad y a las pasiones mundanas, vivamos con sensatez, justicia y piedad en el siglo presente, aguardando la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo; el cual se entregó por nosotros a fin de rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo que fuese suyo, fervoroso en buenas obras» (Tt. 2, 11-14).
Nuestra esperanza debe ser también alentadora, así lo hace saber el apóstol san Pablo a los tesalonicenses: «Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los muertos, para que no os entristezcáis como los demás, que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús. Os decimos esto como Palabra del Señor: Nosotros, los que vivamos, los que quedemos hasta la Venida del Señor no nos adelantaremos a los que murieron. El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos siempre conos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras». (1 Ts. 4, 13-18). Luego hablamos de una esperanza alegre, despojada de tristezas, alentadora y llena de consuelo.
También la esperanza debe ser purificadora, eso quiere decir que hemos de ser puros, es vivir en la pureza, imitad en la pureza a Dios es romper con el pecado: «Mirad qué amor nos has tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a Él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos.
Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque Le veremos tal cual es. Todo el que tiene esperanza en Él se purifica así mismo, como él es puro». (1 Jn. 3, 1-3).
También nuestra esperanza debe ser, una esperanza viva y así, nos lo recuerda san Pedro apóstol al hablarnos del misterio de la salvación:
«Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien, por su gran misericordia, mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, a quienes el poder de Dios, por medio de la fe, protege para la salvación, dispuesta ya a ser revelada en el último momento» (1 Pe. 1, 3-5).
También la esperanza ha de ser afirmante, pacientes en la fe, con el gozo de la Venida del Señor como nos lo recuerda el apóstol Santiago:
«Tened también vosotros paciencia; fortaleced vuestros corazones porque la Venida del Señor está cerca» (St. 5, 8).
¿La Virtud de la Esperanza deriva de la Fe?.-
Santo Tomás nos decía: ‘La virtud de la esperanza deriva de la fe, pues la esperanza nos lleva a desear a Dios con suprema bondad y por esta razón la fe se llama madre de la esperanza’ (S. Th. II-II, q-17, a-17).
Nos dice la Lumen Gentium en el apartado 41 algo que es muy cierto: ‘Sin fe, no se concibe la esperanza’. Es como nos dice el mismo Jesús por boca del evangelista S. Mateo: «Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura. Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su inquietud» (Mt. 6, 33-34), con esto se nos esto se nos está queriendo decir, que vivamos en la fe, abandonándonos en las manos de Dios, depositando nuestra fe en Él, significándose el mañana con la esperanza de la salvación, en ‘ese se os dará por añadidura’.
De esa manera también san Pablo nos lo recuerda cuando se dirige a los hebreos: «La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven» (Hb. 11, 1) Es verdad que es difícil separar las dos virtudes, pero de qué nos sirve decir tener esperanza si no tengo fe, y al contrario igualmente, pero si apuntillamos más aún existe un nexo de unión con la tercera virtud que es la del amor, pues una fe y esperanza si no siembra en buenas obras que es en definitiva el amor, es como engañarnos a nosotros mismos: «No os engañéis; de Dios nadie se burla. Pues lo que uno siembre, eso cosechará: el que siembre en su carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre en el espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos de obrar el bien; que a su tiempo nos vendrá la cosecha si no desfallecemos. Así que, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe» (Ga. 6, 7-10).
Esta unión íntima entre fe y esperanza, será el destino para nuestra gloria, pero es obvio que la esperanza no se ve, de ahí que entre el término de la fe, san Pablo se dirige así a los romanos: «Porque nuestra salvación es objeto de esperanza; y una esperanza que se ve, no es esperanza, pues ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve? Pero esperar lo que no vemos, es aguardar con paciencia». (Rm. 8, 24-25).
¿Se concibe la Esperanza…sin la Fe?
No, en absoluto, la fe es fundamento de la esperanza, nos decía el Papa Benedicto XVI, «La esperanza es una palabra central de la fe bíblica, hasta el punto de que en muchos pasajes la palabras ‘fe’ y ‘esperanza’ parecen intercambiables», así comienza la encíclica Spe Salvi con estas palabras, poniéndonos, como cita esta de san Pablo a los hebreos: «acerquémonos con sincero corazón, en plenitud de fe, purificados los corazones de conciencia mala y lavados los cuerpos con agua pura. Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la Promesa» (Hb. 10, 22-23).
O en esta otra lectura de san Pedro: «Al contrario, dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza» (1 Pe. 3,15).
Y añadía…»Pablo recuerda a los Efesios cómo antes de su encuentro con Cristo no tenían en el mundo ‘ni esperanza en Dios’: «estabais a la sazón lejos de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel y extraños a las alianzas de la Promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo» (Ef. 2, 12). Naturalmente, él sabía que habían tenido dioses, que habían tenido una religión, pero sus dioses se habían demostrado inciertos y de sus mitos contradictorios no surgía esperanza alguna. A pesar de los dioses, estaban ‘sin Dios’ y, por consiguiente, se hallaban en un mundo oscuro, ante un futuro sombrío».
«En el mismo sentido les dice a los Tesalonicenses: ‘No os aflijáis como los hombres sin esperanza’ (1 Ts. 4,13). En este caso aparece también como elemento distintivo de los cristianos el hecho de que ellos tienen un futuro: no es que conozcan los pormenores de lo que les espera, pero saben que su vida, en conjunto, no acaba en vacío. Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente. De este modo, podemos decir ahora: el cristianismo no era solamente una ‘buena noticia’, una comunicación de contenidos desconocidos hasta aquel momento. En nuestro lenguaje se diría: el lenguaje cristiano no era sólo, ‘informativo’, sino ‘per-formativo’. Eso significa que el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva.
La esperanza se sustenta en la fe, es que no tendría sentido tener esperanza, si no creemos en algo, nos surgiría la pregunta ¿en qué nos esperanzaríamos?; si no creemos que Cristo ha venido para redimirnos, si no creemos en la redención, ¿qué esperanza tendríamos?, todo sería como un vacío; pero como decía san Pablo a los Filipenses: «y ser hallado en Él, no con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene de la fe en Cristo, la justicia que viene de Dios, apoyada en la fe, y conocerle a Él, el poder de su Resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a Él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de los muertos. No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús. Yo, hermanos no creo haberlo alcanzado todavía. Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús. Así pues, todos los perfectos tengamos estos sentimientos, y si en algo sentís de otra manera, también eso os lo declarará Dios. Por lo demás, desde el punto a donde hayamos llegado, sigamos adelante.
Hermanos, sed imitadores míos, y fijaos en los que viven según el modelo que tenéis en nosotros. Porque muchos viven según os dije tantas veces, y ahora os lo repito con lágrimas, como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo final es la perdición, cuyo Dios es el vientre, y cuya gloria está en su vergüenza, que no piensan más que en las cosas de la tierra. Pero nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas.» (Flp. 3, 9-21).
¿Se puede concebir el vivir sin esperanza?
La misericordia de Dios es grande, no pensar en ella y rehusarla sería como vivir desesperanzados, sin horizonte en la vida, pero es que el Amor de Dios es Infinito, Él nos ama, para Él a su amor es tan grande que no existen enemigos, es un Padre amoroso, que siempre está a la escucha que es todo Bondad y Perdón, en ello ha de basarse nuestro vivir en esperanza, eso sí, sin abusar de su misericordia, tenemos que trabajarla y ser merecedores de ella, imitando a su Hijo, nuestro señor Jesucristo: «para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos a injustos» (Mt. 5, 45).
¿Qué sería de nosotros si pensáramos que todo, absolutamente todo, se acabara aquí?, Jesús vino al mundo para ser el Buen Pastor de su rebaño, nosotros somos sus ovejas… ¡decidme! ¿Qué pastor no cuida de sus ovejas?…Él ha venido a este mundo para darnos una vida en abundancia, y es ahí donde dónde radica nuestra esperanza para poder decir a viva voz que no podemos vivir sin ella: «El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn. 10, 10-11).
No se puede vivir sin Esperanza, porque la Esperanza es sencillamente Dios, es en esto dónde tenemos que sustentar nuestra fe, pero una esperanza que tenemos que buscarla, trabajarla, en el amor y en las buenas obras que significan a su vez amor: «para que todo el que crea tenga por él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; porque el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. Y la condenación está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras.
Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios» (Jn. 3, 15-21).
¿Por qué nuestra felicidad, tiene que ver con la esperanza?
Nuestra esperanza tiene que basarse en la felicidad de Cristo resucitado, así nos lo recuerda San Pablo cuando se dirige a los Corintios: «Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo». (1 Co. 15, 22). Jesús vino al mundo a enseñarnos el Plan de felicidad que Dios quiere para la humanidad entera, se hizo hombre para la humanidad, con la única diferencia de que estuvo libre de todo pecado, de ahí que se considere como un nuevo Adán; su felicidad es para nosotros un continuo enriquecimiento personal…es crecer en Dios, es un caminar en alegría por esta vida en la tierra, que aunque no esté exento de dolor, si se debe participar de la Paz del Señor y vivir según sus Principios, vivir la Esperanza bajo la fe en Nuestro Señor Jesucristo, para un día después de esta vida finita, disfrutar y participar de la Resurrección del Hijo de Dios; no es un camino fácil pues su Plan de Felicidad que es un Plan de Salvación requiere de una serie de disposiciones y esfuerzos, pues se trata de imitarlo a Él, de seguir sus Pasos; ese «Toma tu cruz y sígueme» que llevamos como cruz y guía en nuestra vida de hermandad y la portamos para el pueblo todos los Lunes Santo. También en muchas ocasiones nos dijo Jesús en sus predicaciones: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto». (Mt. 5,48) pues a su vez es un camino de perfección, como decíamos imitándolo a Él en todo; al mismo tiempo nuestra felicidad tiene que ver con la esperanza bajo el prisma del amor, una felicidad basada en el amor, Jesús mismo nos dijo: «Un único mandamiento os dejo que os améis los unos a los otros como yo os he amado». (Jn. 13, 34); a éste mandamiento nuevo se refería Jesús y que va más allá de amar a los que nos aman, a los que podríamos llamar nuestros amigos, es un amor que traspasa fronteras, pues se trata de amar a los que no nos aman, a los que pudiéramos llamar nuestros enemigos, ahí están las piedras del camino de la felicidad:
«Pero yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os maltraten. Al que te hiera en una mejilla, preséntale la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. Da a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que los hombres os hagan os hagan, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman.» (Lc. 6, 27-32).
Con Jesucristo, se acaba ‘el ojo por ojo y diente por diente’:
«Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan.» (Mt. 5, 43-44).
Nuestra felicidad, tiene que ver con nuestra esperanza, como a su vez tiene que ver con nuestra fe y nuestra caridad o amor, pues decidme la felicidad que se experimenta al poder amar más allá que amar a nuestros propios amigos, amar a nuestros enemigos es llevar esperanza donde no la hay, es hacer de esta tierra un cielo como he escrito tantas veces, vivir y transmitir la esperanza consiste en esto, para ganarnos la esperanza del cielo.
¿Las Bienaventuranzas, tienen que ver con la esperanza?
Las bienaventuranzas, vienen a ser para el cristiano no sólo el camino de la felicidad, sino que es el camino de la esperanza, de la esperanza cristiana puesta en la salvación, las bienaventuranzas nos hablan del ideal de santidad para todo aquél que quiera seguir este camino, las bienaventuranzas como esperanza, no han venido a sustituir los Diez Mandamientos, pero si los trajo Jesús en sus predicaciones para que entendiéramos que si queremos ser felices, qué mejor manual que éste, felicidad y dicha unida a la esperanza única de nuestra salvación:
«Viendo a la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.» (Mt. 5, 1-3), Jesús nos habla aquí de la sencillez, de la pobreza, de la humildad, ¿Qué difícil es llevarla a cabo verdad?, cuánto nos gusta presumir, ‘salir en la foto’, que nos echen flores, cuánto nos gusta vanagloriarnos de lo que somos y no somos, cuánto nos cuesta ser desprendidos…compartir lo que somos y lo que tenemos… ¿Qué esperanza queremos vivir para luego merecer?, es motivo esto de meditación. Fijaos algunas creencias aún esperan que llegue el Mesías y ¿sabéis por qué?, porque esperaban a un Dios que viniera en Majestad y con toda pomposidad y sin embargo vino un Dios pobre, a una aldea llamada Belén que casi no aparecía en los mapas, y no nació en un palacio, sino en un portal, en un establo, en la más estricta pobreza que jamás pudiéramos imaginar. Y está claro que esto no nos entra en nuestra corta mente humana quizás por la comodidad y la exigencia que presupone tener que vivir y transmitir la humildad de Jesús.
«Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra» (Mt. 5, 4), la mansedumbre es la docilidad que mostramos, es la suavidad que mostramos con el carácter hacia los demás en el trato. Podemos llevar mucha esperanza a los que nos rodean en las formas de decir las cosas… ¿cuántas veces en la vida montamos en cólera? Pero aquí hablamos de la mansedumbre que nos viene de Dios, son frutos del Espíritu Santo que hay que pedirlos, como el octavo fruto, si queremos esperanzarnos en Jesús, obra imitarlo, el mismo nos dijo: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt. 11,29).
«Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados» (Mt. 5, 5).
Jesús, nos llama aquí para decirnos felices serán aquellos que se sientan afligidos por alguna causa y en particular a aquellos que muestren un sincero arrepentimiento de sus faltas o pecados, por haber ofendido a su hermano como prójimo y por haber fallado a Dios, llevando sus penas con sufrimiento y ánimos de reparación. Aquí se ha de mostrar ese deseo también esperanzador de un Dios que siempre está atento a la escucha, pero sobre todo al perdón.
«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados» (Mt. 5, 6).
Aquí ‘los justos’ son los que se empeñan en franqueza y sinceridad para que la Voluntad de Dios se cumpla, una Voluntad que se manifiesta en los Mandamientos, en los deberes de estado y en la unión del alma con Dios, y como nos dice San Jerónimo no es un simple deseo vago de justicia, sino tener hambre y sed de ella, dicho con otras palabras amar y desear con fuerzas aquello que hace justo a la humanidad ante Dios, el que de verdad quiere y busca el camino de la perfección o santidad, tiene que aceptar los medios que Jesús dispuso para su Iglesia, como vivir los sacramentos, vivir en la oración que es comunicación continua con Dios, armándose con fortaleza para cumplir con los deberes que nos marca la vida a nivel familiar, laboral, en el estudio, en la profesión elegida, o en la sociedad que nos toque vivir.
«Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt. 5, 7).
El ser misericordioso o la misericordia, no es sólo dar un donativo al pobre, si es misericordia y generosidad, pero los misericordiosos son aquellos que comprenden a los demás, aceptando del contrario no sólo sus virtudes sino también los defectos, tiene que ver con el perdón al contrario, para ser perdonado uno mismo, es saber disculpar a los demás a los demás, prestarle nuestro apoyo a su superación personal, es un llamamiento a amar al prójimo con todos sus defectos, como también queremos que nos quieran y que sean misericordiosos con nosotros, también entra la alegría cuando nos congratulamos de lo bueno que le sucede al contrario y estar con él con sus pesares. Ser misericordioso es saber esperanzar aquí en la tierra para alcanzar por la misericordia de Dios como esperanza nuestra puesta en el Cielo.
«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt. 5, 8).
Jesucristo nos enseña el camino de la felicidad, para que no perdamos la esperanza de ver a Dios, pero éste es un camino de acción, nos tenemos que poner en marcha, radica en la calidad de nuestros actos, en cómo actuamos en la vida, si lo hacemos por algún interés oculto o personal o por el contrario lo hacemos con el corazón mostrando nuestra sincera voluntad que nace de nuestro interior guiada por un espíritu de amor, cuando hablamos del corazón implica que todo aquello que hemos meditado mentalmente le añadimos el ingrediente del cariño, de la bondad, del amor, viene a ser poner en marcha el don del amor que hemos recibido de Dios y hace que nos debamos a los demás en razón única y exclusiva del amor, un amor que se une a la esperanza, para esperanzar en armonía aun mundo necesitado de corazón esperanzador un corazón que haga latir el de los demás, mirando con limpieza a nuestros hermanos, con un corazón limpio y noble, debemos pedir este don al Espíritu Santo, para que no veamos con nuestra visión a nuestro hermano…sino visionar con los ojos de Dios.
«Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt. 5, 9).
Los que buscan la paz y la armonía son sólo los pacíficos, buscar la paz en todos los contextos, empezando por la familia tratando que sólo exista la unión, las buenas formas, buscando la paz si eres estudiante entre tus compañeros compartiendo tus apuntes o tu sabiduría…buscando la paz y la armonía en tu lugar de trabajo, no permitiendo críticas que puedan hacer daño, que produzcan distanciamiento y diferencias que sean insalvables, si queremos la tan ansiada paz en el mundo, tenemos que empezar sembrándola en estas pequeñas parcelas de nuestra vida, si nos reconciliamos con nuestro hermano, estaremos encontrando la paz con Dios, es y será el culmen de toda paz, pues la paz del mundo ha de estar basada en la Paz de Dios.
«Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos, dichosos seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros» (Mt. 5, 10-12).
Todo aquel que busque el camino de la perfección, de ser mejor cada día, el que busque el camino de la verdad y santidad, sentirá y vivirá la esperanza de la felicidad suprema, el que se vea perseguido por su causa y por haber sido fiel a Jesucristo, por haber sido fiel a su Palabra que es el Evangelio, hallará su Gracia por llevarlo con paciencia pero sobre todo por mostrar la alegría de ser cristiano y sentirse hijo de Dios, ahí entran todos los mártires de nuestra fe, que supieron con su esperanza puesta en el Señor alcanzar el Reino de los Cielos. Un mártir es un testigo de esperanza, aun no llegando a la muerte temporal, pero cumple los requisitos de esta Bienaventuranza.
Nos dice textualmente el Catecismo de la Iglesia Católica lo siguiente:
«Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos» (C.I.C. nº 1717).
Continúa el Catecismo, diciéndonos sobre las bienaventuranzas el deseo de la felicidad del cristiano esperanzado bajo la fe…
«Las Bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer:
‘Ciertamente todos nosotros queremos vivir felices, y en el género humano no hay nadie que no dé su asentimiento a esta proposición incluso antes de que sea enunciada (S. Agustín, mor. Eccl. 1, 3, 4).’
‘¿Cómo es, Señor, que yo te busco? Porque al buscarte, Dios mío, busco la vida feliz, haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi alma y mi alma vive de ti (S. Agustín, conf. 10, 20. 29)’
Sólo Dios sacia (S. Tomás de Aquino, symb. 1).
(C.I.C. 1718)
Y por último la meta que busca la humanidad, es la Esperanza del Reino…
«Las Bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin último de los actos humanos: Dios nos llama a su propia bienaventuranza. Esta vocación se dirige a cada uno personalmente, pero también al conjunto de la Iglesia, pueblo nuevo de los que han acogido la promesa y viven de ella en la fe» (C.I.C. 1719).
Vuestro hermano,
Emilio Domínguez-Palacios Gómez
Paz y Bien