Por aquellos días, los hermanos le rogaron a Francisco que les enseñase a orar, pues, caminando en simplicidad de espíritu, no conocían todavía el oficio eclesiástico. Él les respondió: «Cuando oréis, decid: «Padre nuestro…» y «Te adoramos, ¡oh Cristo!, en todas tus iglesias que hay en el mundo entero, y te bendecimos, pues por tu santa cruz redimiste al mundo»» (1 Cel 45).