¡Oh, Madre Dolorosísima!
Por aquella amarguísima tristeza que inundó tu Corazón cuando acompañaste a Jesús en su última hora y recogiste su postrer suspiro, imprime sus llagas y tu dolor en mi corazón para que, sintiendo dolor intenso de mi culpa, sienta más todavía amor perfecto y ardiente, que me transforme en Jesús Crucificado, Redentor nuestro, a quien con el Padre y el Espíritu Santo sea gloria y honor por los siglos de los siglos. Amén
(Autor: P. Pedro Maria Ayala S.J.)