“Yo con esta Cruz, no puedo. Me disfrazo de fuerte ante los demás y soy capaz de llegar a convencerlos, pero, la verdad, es que yo con esta cruz no puedo”.
La cruz es el principal símbolo del cristianismo. Su origen se refiere al método de ejecución de Jesucristo, el árbol sacrosanto. Corría el año 326 cuando Santa Elena, madre del emperador Constantino I, hizo demoler el templo de Venus, encontrándose en el Monte Calvario, en Jerusalén. Allí excavó y encontró a la Vera Cruz, los clavos y él rotulo de madera de Jesucristo. De hecho, para determinar cuál era la Cruz —se encontraron tres, las otras dos de los ladrones—, puso un enfermo sobre cada una de ellas. El que sanó es el que determinó cuál era el Santo Madero. Por eso, normalmente se muestra a Santa Elena con la Vera Cruz.
Luego aquella Cruz, la Verdadera Cruz, quedó clavada y sola en el corazón de toda la humanidad y por todos los siglos venideros.
“Si ves, Señor, que de la Cruz me olvido,
que la espalda le doy tan inconsciente
y ando como si nada entre la gente
sin dar razón de Ti, que estoy perdido…
Pero hago la señal que he recibido,
La señal de la Cruz sobre mi frente,
Y santiguarme sé que es suficiente
por si me pierdo nunca estar vencido.
Gracias, Señor, por darme al fin la luz
Y entregarme este altísimo legado:
el signo de tu amor para mi vida.
Como si fuera el traje hecho a medida
del alma y de tu mano lo he heredado,
gracias te doy, Señor, por esta Cruz.”
“Debemos tener presente que, cuando salimos a la calle, con o sin procesión, en nuestra vida ordinaria o con nuestra cofradía, nos encontraremos a muchos ciegos a los que habrá que desvelar el misterio de Dios, el Misterio de la Cruz – ellos serán la Nínive del siglo XXI -; y habrá que hacerlo con obras, con nuestro testimonio de vida – ‘sólo el amor habla’ – basta de palabrerías pues debemos ser vehículos para que los que no ven lo hagan y eso sólo se consigue poniendo en práctica, de forma radical, el espíritu del Evangelio, la alegría del Evangelio”.
“’EN TU CRUZ, CONTIGO’
Esa frase no es más que la respuesta que los cristianos, en general, y los hermanos de la Hermandad de la Vera Cruz, en particular, debemos dar a la llamada que el ‘TOMA TU CRUZ Y SÍGUEME’ supone.
No hay una manera más íntegra de tomar nuestra Cruz y seguir a Cristo que tratando de crucificarnos con Él, en su Cruz; de estar con Él en su Cruz.
De ahí la frase: ‘EN TU CRUZ, CONTIGO’, porque, en definitiva, no es más que el reverso de ese ‘TOMA TU CRUZ Y SÍGUEME’, la respuesta que esa llamada del Señor se merece de todos nosotros.
Esa Cruz compartida con Cristo, compartida con la Cruz de Cristo, vivida en la Cruz de Cristo, es camino y anclaje para una Vida Eterna y Esperanza para conseguirla.
Por eso, ‘EN TU CRUZ, CONTIGO’ supone la fundición de nuestra Cruz con la del mismo Cristo; vivir y compartir con Él nuestro dolor, nuestra carga y, a su vez, hacer nuestro el Suyo; una simbiosis que sirve de consuelo y es la vía más directa que nos lleva a alcanzar la Eternidad.
En definitiva, sufrir en la Cruz con Cristo, morir con Él y por Él, no es otra cosa que vivir y hacerlo eternamente”.
(Este artículo ha sido confeccionado principalmente extractando textos originales de D. Rafael González de la Serna, D. Jesús Tortajada Sánchez y D. Francisco Berjano Arenado).
Paz y Bien.