Homilía de la Función Principal de Instituto. Excmo. y Rvdo. D. Jesús Sanz Montes, Arzobispo de Oviedo

Querido Hermano Mayor, Capellán y Junta de gobierno y demás miembros de la Muy Antigua, Siempre Ilustre, Venerable, Pontificia, Real, Fervorosa, Humilde y Seráfica Hermandad y Archicofradía de Nazarenos de la Santísima Vera Cruz, Sangre de Ntro. Señor Jesucristo y Tristezas de María Santísima. Miembros de otras Hermandades y Cofradías que nos acompañáis. Hermanos todos en el Señor: que Dios llene vuestro corazón de la paz y guíe vuestros pasos por los caminos del bien. Paz y Bien.

Vengo desde Asturias con la gratitud en mi alma por vuestra amable invitación para esta Función Principal de Instituto. La pequeña imagen de la Santina de Covadonga que también aquí se venera bajo la mirada de la Virgen de las Tristezas y sobre el tabernáculo del Sagrario, me hizo ayer su guiño sevillano en este rincón del barrio de San Vicente, para decirme de modo discreto que por tantos motivos me encuentro en casa. Y así me he sentido desde que ayer puse los pies en Sevilla cuando fuisteis a recogernos al aeropuerto y la espléndida visita de esta capilla y dependencias que me ofrecisteis. Os lo agradezco de corazón. Fue un verdadero regalo fraterno.

Pasan los años de la historia, y en los anales de esta querida Hermandad de la Vera Cruz de Sevilla, los años se cuentan por siglos. Desde aquel primer momento fundacional de 1448, cuántas cosas han sucedido con todo el entramado de circunstancias que hacen de vuestra biografía cofrade una aventura maravillosa. La ilusión de un comienzo, el asombro de verlo crecer, las incomprensiones que a veces nos nublan el paso, las guerras que nos asolan, los incendios que ponen a prueba nuestra esperanza y aligera el equipaje que nos estorba, el renacimiento de quien se deja llevar por la gracia divina que nunca nos cansa ni se nos agota.

El repaso de estos años y siglos, hace que pongamos nuestra mirada en el horizonte inmenso que nos permite dar las gracias por tanto y por tantos. Nombres y circunstancias que cuantos nos han precedido en la vida con todos su avatares claroscuros y agridulces en cuyos renglones rectos o torcidos, Dios ha querido escribir vuestra hermosa historia con las cuatro estaciones de cada año: con los fríos invernales que nos dejan ateridos, los brotes primaverales que nos provocan la vida renacida, los calores del estío que nos llenan de holganza serena y las magias otoñales que nos envuelven en las dulces nostalgias. Así, año tras año, siglo tras siglo, en diferentes sedes y con singladuras diversas, vuestra Hermandad de la Vera Cruz ha ido surcando los mares de la vida.

Desde aquel nueve de Mayo del año del Señor de 1448 en el Convento Casa Grande de San Francisco de esta Noble y Mariana ciudad de Sevilla, habéis escrito páginas memorables. De todos vuestros títulos, me quedo -por alusiones a mi propio carisma franciscano- con el de Humilde y Seráfica Hermandad. Es lo que me permitió aceptar sin dudarlo la invitación para el acto de esta mañana del primer domingo de cuaresma. Que a la sombra de mis hermanos franciscanos y con el acompañamiento fraterno de los hijos de San Francisco de Asís, esta Hermandad de la Vera Cruz de Sevilla ha buscado el rostro de Dios mirando su mayor testimonio de amor en el signo en donde su entrega se hizo abrazo rendido y redentor: la santa Cruz. Contemplar la imagen del Cristo que preside el altar mayor de esta capilla y vuestra procesión penitencial tan hermosa, es una meditación que mueve al agradecimiento más conmovido en el que se aprende la entrega sincera del amor cristiano. Ahí se ofrecen los gestos de la caridad que vienen detrás de los pasos de penitencia o de luz que acompañan la procesión de la vida. La cruz de guía simplemente anticipa y señala la andadura de vuestro compromiso como cristianos.

Qué importante es vuestra presencia en medio de nuestra Iglesia y nuestra sociedad. Porque una cofradía como esta significa siempre el regalo que vuestra Hermandad de la Vera Cruz nos hace a todos los demás cristianos: el testimonio de vuestra fe que dentro de unos instantes vais a renovar, la belleza de vuestra piedad que se hace arte procesionado por las calles, el compromiso de vuestra caridad como abrazo solidario hacia los más necesitados, la formación cristiana que brindáis a los que forman parte de esta realidad eclesial. Un regalo con el que hombres y mujeres, sacerdotes y laicos, jóvenes y adultos, estáis aportando algo precioso a nuestro tiempo convulso y complejo.

Estamos comenzando la cuaresma nuevamente. Tiene color ceniciento este tiempo, con sus brumas mañaneras, con el frío propio de la época y la luz más acortada en cada jornada. Así es el marco de cada cuaresma cuando los cristianos comenzamos nuevamente la andadura que nos conducirá a la pascua. Pero tal vez podamos pensar que se trata de algo tan demasiadas veces visto que hace tiempo que dejó de conmovernos.

Y, sin embargo, en esta cuaresma única e irrepetible, nos podemos adentrar en algo tan inédito que nunca antes había sucedido y nunca después se repetirá. Porque la vida nos depara siempre la fecha de un tiempo distinto y el domicilio de una circunstancia diversa. Hace un año, hace una cuaresma… era otro tiempo y había otras circunstancias. De hecho, de entonces para acá nos faltan gentes que hemos perdido, tenemos otras que nos han llegado. Se superaron sinsabores que amenazaban con acorralarnos y aparecieron otras pruebas que nos probaron en la paciencia. Caducaron algunas alegrías, mientras que han podido sorprendernos otras con las que no contábamos.

Un tiempo y una circunstancia, como el trasiego de los años y la mudanza de los contextos, que nos invitan a sacudirnos las inercias, a despertar nuestros letargos y admirarnos por lo que cabalmente viene a sorprendernos. De aquí que nos hagamos la pregunta: ¿qué nos van a traer estos cuarenta días cuaresmeros? ¿Qué se nos recordará de cuanto fácilmente hemos olvidado? ¿Qué se nos dará o se nos dirá con sabor a estreno? Todo un itinerario de verdadera atención, que es la que sustenta la conversión cristiana.

Tenemos motivos como para abrirnos a esta novedad, precisamente cuando en el horizonte cotidiano nos sentimos cansados por tanta monserga politiquera que nos satura con sus desplantes en los descartes de los más desfavorecidos, con sus mentiras cuyos engaños son herramienta cansina de la mala gobernanza, con la improcedencia esperpéntica de demasiadas leyes inútiles que sólo responden a una ruta ideológica que nos quieren imponer con premura porque a sus fautores se les acaba la prebenda de su jauja. Esta retahíla de leyes está viendo la luz con sus proclamas parlamentarias, sus concesiones y avales judiciales, su carga ideológica totalitaria, y responde a una batalla declarada a cada persona afectada directamente por ellas con el pretexto de su defensa, generando división, confrontación crispada y un maremágnum de confusión como no se conocía en la historia. Pero también es una batalla camuflada al eterno proyecto del Creador y a la tradición antropológica cristiana. No sólo la cristiana, sino también una cosmovisión religiosa, humana y cultural cualesquiera que tenga el respeto por la vida humana en todos sus tramos (gestante, nacida o terminal), en su intrínseca identidad varón-mujer, y en su equilibrio soberano entre personas y animales. En nombre de una extraña libertad perrofláutica, se imponen leyes liberticidas que matan, que generan confusión destructora y siembran los dislates aberrantes de un mundo al revés. Y frente a todo este mundo tan tóxico e irrespirable que va generando hartura y descrédito, los cristianos nos damos este tiempo cuaresmal que quiere ser de hondura inteligente, de realismo humilde, y de apertura a la gracia divina que enciende su luz en medio de todas nuestras penumbras.

Hay tres gestos típicamente cuaresmales, que quizás no siempre los sabemos poner de relieve por una traducción costumbrista y demasiado desgastada. Se nos invita en este tiempo a la limosna, a la oración y al ayuno. Solemos explicarlos con dar unas monedas, recitar unas plegarias o privarnos de alguna pitanza. No obstante, estos tres gestos cuaresmales significan mucho más. Porque la limosna más importante no está en entregar unas perrillas, sino en la donación de nuestro tiempo, talentos y cualidades. La oración no es mascullar rogativas sin más, sino la certeza de estar siempre esperados, mirados y acompañados por ese Dios que en todo momento está junto a mi vera. Y el ayuno, cuando es inteligente, consiste en privarse de aquello que nos hace daño, lo que nos enajena del Señor y nos enfrenta a los hermanos, todo aquello que termina destruyéndonos de tantos modos por dentro y por fuera. Es lo que la cuaresma nos invita a acoger y expresar como camino por el desierto que veremos florecer en la pascua como una luz amanecida tras tanta noche de pertinaz negrura. Hay esperanza como cuando el desierto se transforma en vergel que brota y el día se enciende como luz nueva cada mañana.

Las tentaciones de Jesús son el espejo en donde podemos ver todas las nuestras, y ahí vemos cómo Él prefirió el designio del Padre antes de secundar los sutiles señuelos del maligno que venía a separarle de su amor en ese sobrecogedor relato que nos ha acercado el Evangelio (cf. Mt 4, 1-11). Es el desierto de todas nuestras tentaciones en donde se nos salva de la soledad librándonos de nuestras seducciones funestas, se nos brinda la acogida de la salvación del Hijo de Dios en cuyas heridas todas las nuestras han sido curadas, la victoria del Resucitado que viene a triunfar sobre todas nues­tras muertes y derrotas. La cuaresma es camino de alegría, porque levantándonos de nuestras oscuridades todas nos vuelve a proponer una meta que termina en pascua gozosa.

En este antiguo convento de agustinas, un grupo de cristianos celebran su fe como Hermandad de la Vera Cruz. Y en donde hubo un baño de reina mora ahora se ofrece el agua más pura que limpia las manchas del pecado y la desesperanza cuando miramos y nos dejamos mirar por el Cristo bendito, cuando besamos el lignum crucis con devoción piadosa, cuando entramos en los dulces ojos de la Virgen de las Tristezas que pone en nuestra vida alegría con sus lágrimas.

La vida tiene muchas procesiones, y en todas ellas somos cofrades por nuestras calles y plazas, en el hogar y en el trabajo, con los amigos y los conciudadanos, para aportar con respeto y valentía nuestro modo cristiano de ver las cosas y de construir la ciudad. Son las sevillanas de la vida que arrancan nuestras palmas festivas, nuestra gracia agradecida y nuestra infinita esperanza. Os deseo una santa cuaresma, amigos y hermanos: a la vera de nuestros caminos todos, la Vera Cruz de Sevilla nos abraza y acompaña.

Que Dios os bendiga, os muestre su Rostro y os conceda su Paz.

 

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

 

Sevilla, 26 febrero de 2023