FIESTA DE LA EXLTACIÓN DE LA SANTA CRUZ
14 de septiembre
El mes de septiembre ha sido desde siglos un mes especial para la Iglesia y la Familia Franciscana, pues dos fiestas de tradición secular lo jalonan: la Exaltación de la Santa Cruz (14) y la Impresión de las Llagas a San Francisco (17).
La Exaltación de la Santa Cruz tiene su origen en Jerusalén, en el siglo IV, y viene a celebrar la Dedicación de las dos iglesias construidas por el emperador Constantino en lo que hoy denominamos el Santo Sepulcro: el Calvario (llamado Martyrium) y la Anástasis (lugar donde se encuentra la Tumba del Señor). El día en que se abren al culto coincide con la Dedicación del Templo de Salomón y el hallazgo de las reliquias de la Santa Cruz por la emperatriz Santa Elena. Una peregrina española del siglo IV, la monja Egeria, en su crónica de la peregrinación llamada Itinerarium Egeriae ad loca sancta, describe esta fiesta como una de las tres más importantes de la Iglesia madre de Jerusalén:
«Se llama día de las Encenias (dedicación) al que fue consagrada la iglesia que está en el Gólgota y que llaman Martirio. También la santa iglesia que hay en la Anástasis, es decir en el lugar donde resucitó el Señor después de la Pasión, fue consagrada a Dios en el mismo día. Se celebra, pues, con gran solemnidad las Encenias (dedicación) de estas iglesias, porque en este mismo día se encontró la cruz del Señor. Y es por eso por lo que se instituyó que el día en que se consagraran por primera vez las santas iglesias supradichas, fuera el día en que se encontró la cruz del Señor, para que las fiestas se celebrasen al mismo tiempo y en el mismo día, con toda alegría. Y esto se encuentra en las santas Escrituras que era día de Encenias aquel en que el santo Salomón, después de terminar la casa de Dios que había edificado, se presentó ante el altar de Dios y oró, como está escrito en los libros de las Crónicas (Itinerarium, 48-49)”.
La fiesta se celebraba durante ocho días, y al igual que se hacía en Epifanía y Pascua, se peregrinaba a otras iglesias de Jerusalén. La peregrina española nos cuenta que acudían a la ciudad santa muchos monjes de Mesopotamia, Siria, Egipto y la Tebaida; obispos con parte de su clero y fieles de todas las provincias. El día primero, se realizaba la dedicación de la Basílica del Santo Sepulcro, y el segundo (14 de septiembre), en la capilla del Calvario, se mostraba la reliquia de la Santa Cruz a todos los fieles. Pero, el año 614, el imperio persa con su rey Cosroes II, invadió Jerusalén con consecuencias trágicas y notables: mató a la mayor parte de los cristianos y destruyó muchas iglesias, entre ellas, el Santo Sepulcro; el Immobon (la Ascensión) y la Hagiá Sión (Santa Sión) que se encontraba en lo que hoy es el lugar del Cenáculo y la Abadía de la Dormición de la Virgen. El Patriarca de Jerusalén, Zacarías, fue deportado a Persia llevando con él la reliquia de la Santa Cruz, hasta que, en el año 624, el emperador bizantino Heraclio vence a los persas y devuelve la veneradísima reliquia al Santo Sepulcro. Para conmemorar este acontecimiento y, teniendo en cuenta los precedentes de la Dedicación, se estableció el 14 de septiembre para recordar la recuperación de la reliquia de la cruz del Señor.
- ¡Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!
Este himno litúrgico de Semana Santa, atribuido a San Venancio Fortunato (siglo VII), encierra la paradoja de esta fiesta pues nunca la cruz ha estado más expuesta al abandono y al saqueo que siglos atrás padeció la sagrada reliquia: la cruz es la vida. La historia, que es maestra, nos enseña que San Pablo se convirtió en predicador de la cruz del Señor al percatarse que para unos, era escándalo y para otros, necedad (1 Co 1, 18-23). La cruz no dejaba indolente a nadie, aunque los más no creyeran en un Dios crucificado, no entendiesen que el signo de la maldición y sufrimiento se había vaciado de contenido para adquirir uno nuevo: del triunfo del sinsentido, al triunfo de Dios. San Pablo nos dice que la cruz contradice todo lo que nosotros podemos imaginar de Dios porque nos lleva a relacionarnos con él de un modo distinto; por ello, es escándalo (en griego, trampa o piedra de tropiezo) y para los paganos, los no cristianos, necedad (en griego, insipidez, alimento sin sal). De ahí que el apóstol sólo pueda exclamar: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo” (Gál 6, 14). Por ello, la cruz para el judaísmo contradice la revelación y para el paganismo es un insulto al buen sentido (cfr. Benedicto XVI Audiencia general del 29 de octubre de 2008).
- Stat Crux dum volvitur orbis. “Mientras el mundo cambia, la Cruz permanece”, es el lema de los Cartujos. La Iglesia ha vivido y creo que sigue viviendo, una profunda crisis en nuestra era moderna´; el cambio antropológico y la nueva concepción del mundo y de la sociedad, de la misma vida, sin los valores referenciales a Jesús de Nazaret, ha sido tan demoledor que no está “in” ser cristiano. Y nos hemos encontrado sin recursos, cómodos en nuestras seguridades, viendo cómo la debacle se hacía cada vez más fuerte y preocupándonos más por encontrar un modo de sobrevivir que otra cosa. Hemos descubierto que aquello a lo que se abandona nuestro corazón, es verdaderamente nuestro dios, y nos hemos preguntando si Dios realmente gobierna el mundo o si Jesús es significativo, o la pregunta más demoledora: ¿A quién exactamente remite la Iglesia? Extensiva a: ¿A quién remite exactamente nuestra Hermandad? ¿Es el Crucificado?
Actualmente, la Cruz es insípida, un insulto al buen sentido; una piedra de tropiezo porque el hombre moderno no la entiende y no acepta que sea ella la que marca los límites de la nueva relación con Dios. Los valores de la sociedad moderna nos llevan al éxito, al provecho, al progreso y a la actividad; incluso buscamos el éxito de la fe porque no cabe sufrimiento o fracaso alguno. Lo que nos impide alcanzar el éxito es malo; los demás son rivales en mi camino hacia mis metas propuestas, y haremos todo lo posible para que prevalezcan nuestros valores porque son los que llevan al éxito. No importa la frialdad y la desconfianza en las relaciones interpersonales; no importa que la familia se quede en un simple concepto nominal; no importa la vida, no importa la cohesión; yo soy el mediador y medidor de mí mismo. ¿Quién cree hoy que Jesucristo, mediante su muerte en la cruz, ha derribado el muro que nos separaba: el odio, la enemistad? ¿Quién asiente que la cruz del Señor nos ha hecho hermanos, formando un solo pueblo? (Ef 2, 14). El mundo considera que el cristianismo es irrelevante, que no merece consideración: como afirma un gran teólogo (Jürgen Moltmann), el Dios crucificado contradice por completo al hombre moderno del éxito y del prestigio. Hoy se repite el encuentro de San Pablo con los griegos: “Ya te escucharemos en otra ocasión” (Hech 17,32).
- Proclamemos jubilosos el triunfo de la cruz,
y adoremos fervorosos el sacrificio precioso
en el que se inmoló Jesús.
Nacimos a la sombra de la cruz, somos lo que somos a la luz de la cruz y todos estamos bajo la misma cruz. La cruz se ha convertido en condición para seguir a Jesús, cada uno desde su estado y sus circunstancias: “El que quiera seguirme, que se ame menos, que cargue con su cruz y me siga” (Mt 16, 21-27 el texto completo es clarificador). Es cierto que, casi por instinto, rechazamos todo lo que suponga sufrimiento o rastro de cruz; que preferimos el Dios victorioso y del éxito, más arriba mencionado; pero Dios se anonadó haciéndose hombre en su Hijo Jesucristo y aceptando la cruz. Es el modo en el que él entra en nuestra situación limitada y finita con todas las consecuencias, y es en la cruz victoriosa, a la luz de la resurrección, en donde descubrimos al Dios distinto, diverso y diferente anunciado por Jesús. En la cruz Dios convierte nuestro dolor en su dolor, lo introduce en su misma vida; ya nada puede separarnos de él. San Pablo lo refleja con gran ´profundidad: ¿“Quién nos separará del amor de Cristo? La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?…” (Rm 8, 35-37).
En este momento de la historia, debemos retornar al Dios crucificado porque el dolor inmenso del hombre es también de Dios. El pecado estructural que lleva a la humanidad a un proceso continuo de cruz debe ser descubierto y manifestado porque la cruz no deja a nadie indiferente y, contamos con lo que Santa Teresa escribía: La cruz tiene pocos amigos. Pero la sombra de la cruz configura nuestro mundo que pasa. Reza el himno de la Hermandad: “Toma tu cruz y sígueme”, tú nos has dicho, Señor. Contigo vamos a tomarla, que con tan dulce carga, te amaremos mejor”. El ejercicio de tomar la cruz significa haberla reconocido previamente y, no es un trayecto fácil pues volvemos a encontrarnos con el escándalo y la necedad.
¡Si pudiésemos ayudar a los demás a identificar la propia cruz y acercarlos al Dio crucificado!
Fr. Manuel Domínguez Lama, ofm
Custodia de Tierra Santa