Domingo 31 de diciembre Festividad de la Sagrada Familia
Dentro del ciclo litúrgico de la Navidad, hoy celebramos a la Sagrada Familia de Nazaret, como modelo de la familia creyente. Una fiesta relativamente reciente, establecida por el papa León XIII para dar a las familias cristianas un modelo evangélico de vida. Se trata de contemplar y descubrir en la familia que forman Jesús, María y José la configuración y actitudes que deben animar una existencia familiar desde el Evangelio y desde el Reino de Dios.
En la sociedad postmoderna, la familia y el matrimonio se ve sobre todo como un contrato, mientras dure el amor, un amor con frecuencia romántico y egocéntrico. Por eso es urgente que entre todos trabajemos para que la luz de Jesucristo alcance esta realidad humana fundamental. La familia sigue siendo hogar en un mundo inhóspito, donde el niño encuentra el afecto, acogida, protección y seguridad que necesita para crecer y madurar como persona. En esta sociedad líquida, como ha venido en llamarse por su falta de cimientos y su fragilidad, resulta inaplazable enseñar la entrega y el amor gratuito, el respeto, la tolerancia en la diversidad, el sentido de pertenencia, solidaridad y compromiso. Y todo ello lo encontramos en plenitud en la Sagrada Familia de Nazaret.
El evangelio de hoy pone de relieve que Jesús se integra en la tradición y en la cultura de Israel, cumpliendo con los requisitos de la Ley (purificación de la madre y presentación del primogénito). Presenta la infancia de Jesús, profundamente arraigado en su familia y en su pueblo. Será llamado “nazareno” y en aquella aldea anónima de Galilea trascurrirá la mayor parte de su vida. En ella crece en edad y en gracia, en humanidad y en piedad. Estoy firmemente persuadido de que del progresivo y sano descubrimiento de su mesianidad, de su naturaleza divina, de su ser Hijo Unigénito de Dios, tiene mucho que ver con su experiencia humana como de José como padre y de María como madre.
Hoy podemos decir al Señor: bendícenos, Señor, bendice nuestras familias, bendice nuestra hermandad (que quiere sentirse familia de hermanos), bendice a la gran familia humana, y bendice a la Iglesia, la gran familia de los creyentes y sacramento de tu salvación para el mundo.
Queridos hermanos, paz y bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 24 de diciembre IV de Adviento
Este cuarto domingo de Adviento de 2017 es muy especial, porque cae en 24 de diciembre, día en el que celebramos la Noche Buena, con su Misa del Gallo. Por ello, en sólo unas horas pasaremos de esperar al Niño Jesús a recibirlo.
Y el último domingo de Adviento nos trae el siempre hermosísimo e interpelante texto de la Anunciación, que de María como la auténtica mujer profética que va perfilando, con sus gestos y palabras, lo que posteriormente llevará a cabo su Hijo, el Hijo del Altísimo. Podemos decir que María la figura que lleva a plenitud el misterio y la actitud del Adviento: la esperanza de los pobres y sencillos, de los que confían en Dios. Esta mujer de Nazaret (aldea desconocida hasta entonces en la historia) será llamada por Dios, precisamente para que ese Dios sea el Enmanuel, el Dios con nosotros, el Dios cercano y compasivo, el Dios que sufre con los que sufren, pero que tomará sus existencias para transformarlas en alegría en un futuro próximo y que será eterno.
Pero Dios no ha querido avasallar desde su grandeza. Para ser uno de nosotros, ha querido ser aceptado por esta mujer, María que, en nombre de toda la humanidad, expresa la necesidad de que Dios sea nuestra ayuda desde nuestra propia sensibilidad. El papel de María en esta acción salvadora de Dios no solamente es discreto, sino misterioso. Ella debe entregar todo su ser, toda su feminidad, toda su fama, toda su maternidad al Dios de los hombres. No se le pide un imposible, porque todo es posible para Dios, sino una actitud confiada para que Dios pueda actuar por nosotros, para nosotros. No ha elegido Dios lo grande de este mundo, sino lo pequeño, para estar con nosotros. María es la que hace sensible y humano el Adviento y la Navidad.
Aprovechemos pues estas pocas horas que faltan para Noche Buena para hacer nuestra la actitud de los pastores de Belén. Seamos humildes y abiertos como ellos, y viviremos realmente la Navidad.
Queridos hermanos, Paz y Bien. Y Feliz Navidad del Señor.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 17 de diciembre III de Adviento
El Adviento, que en las primeras semanas anuncia el desenlace final de nuestra historia terrena, en las últimas nos va preparando para revivir la primera venida de Jesús. Él es el Mesías esperado, a quien Juan el Bautista precedió con su predicación incisiva. Dios envió al precursor de su Hijo para que preparara el camino, porque la novedad era tan insólita que necesitaba un preludio profético.
Vivimos, sí, a la espera de la última venida del Señor, pero no podemos pretender que nuestra tarea se reduzca a dejar que el tiempo pase. Si la Iglesia repite, año tras año, esta espera de la Navidad, es para recordarnos que, igual que los que escuchaban al Bautista, tenemos necesidad de prepararnos para un encuentro fecundo con Jesús.
Ese encuentro de cada año tiene que parecerse al que tuvieron con él sus discípulos cuando lo fueron conociendo. Su descubrimiento del Maestro no fue instantáneo. La luz se fue haciendo en ellos poco a poco. Necesitaron tiempo, intimidad y superar dificultades y prejuicios (además de la iluminación del Espíritu Santo) para reconocerlo como su Salvador, sentirse transformados y obrar en consecuencia.
Jesús viene a nosotros cada año, no como vino en Belén ni como vendrá al final de este mundo, sino en una venida íntima y a la vez comunitaria, reconocible sólo en la fe , en los sacramentos, en toda la liturgia, en los actos de piedad y, cómo no, en el amor fraterno. No tardemos en darnos cuenta de que solo Cristo es capaz de colmarnos de gozo y de avivar nuestra esperanza.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 10 de diciembre II de Adviento
En este segundo domingo del Adviento, el evangelio nos trae la voz de Juan el Bautista, una voz que grita en el desierto. Su testimonio ha de ser un ejemplo para nosotros. ¿Por qué grita si se encuentra en el desierto? Lo más lógico es pensar que no es necesario gritar porque está en el desierto, donde no hay nadie. Pero su grito es un signo de un Dios que no quiere permanecer en el silencio y se quiere hacer presente incluso allí donde hay silencio. Su anuncio es para todos, incluso en los lugares más recónditos e inaccesibles. A la vez, su grito es el signo de un anuncio ante una sociedad que quiere silenciar la voz de Dios dejándole muchas veces al margen. El testimonio de Juan el Bautista nos debería estimular a que nuestra voz sea potente como la de él.
Juan, además, pide un bautismo de conversión. No se puede oír el anuncio de la promesa de Cristo y seguir igual con nuestra vida. Esta ha de cambiar, hemos de convertirnos, creer de verdad en el Evangelio. Hagamos todo lo posible por abrir y preparar el camino al Señor: anunciar su llegada y convertir nuestra vida. Anuncio y conversión harán que abramos la ruta a Jesucristo y preparemos su venida.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 3 de diciembre I de Adviento
Comenzamos desde ahora un nuevo tiempo litúrgico y el Adviento nos pone en sintonía con la virtud de la esperanza. El Adviento nos habla de la venida del Señor y la necesidad de estar preparados para tal acontecimiento. La realidad más profunda es que siempre está en y con nosotros, incluso antes de la creación del mundo.
En evangelio de este domingo, Jesús nos pide vigilancia. ¿Qué significa? Pues que vivamos en la luz, en las huellas del Dios vivo, en el ámbito del Dios de la encarnación como misterio de donación y entrega. Ese es el secreto de la vigilancia cristiana y no las matemáticas o la precisión informática de nuestro final, de cuándo sucederá el final de todo.
Pero vigilar, es tan importante como saber vivir con dignidad y con esperanza. Hablar de la futura venida del Señor, su segunda venida, hoy no tendría mucho sentido si no la entendemos como un encuentro a nivel personal y de toda la humanidad con Aquel que ha dado sentido a la historia. Un encuentro y una consumación, porque este mundo creado por Dios y redimido por Jesucristo no se quedará en el vacío, ni presa de un tiempo eternizado. Dios, por Jesucristo, consumará la historia. Es esto lo que hay que esperar, y el Adviento debe sacar en nosotros a flote esa esperanza cristiana: todo acabará bien, en las manos de Dios.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 26 de noviembre Solemnidad de Cristo Rey
Con la solemnidad de Cristo Rey ponemos fin al año litúrgico. Un año en el que hemos celebrado, compartido y vivido nuestra fe cristiana. Quizá, este domingo, y a la luz de la Palabra, debamos echar la vista un año atrás y preguntarnos por cómo lo hemos vivido. ¿Cómo he cuidado de los que están a mi cargo? ¿He confiado plenamente en que Jesucristo nos traerá la Vida? ¿Cómo he actuado con los que viven sufriendo junto a mi?
El evangelio del último domingo del año litúrgico nos sitúa en que no debemos olvidar nuestro compromiso práctico con los más necesitados. Porque el amor a Dios, demostrado en el amor hacia los demás, es el mayor signo que permite reconocer la irrupción de la soberanía de Dios en este mundo y en nuestra historia. Y es que Jesús, en el evangelio de hoy, nos muestra que ningún sufrimiento nos puede ser ajeno.
Jesús nos ha presentado un juicio, pero no lo entendamos en términos de miedo y condena. El Señor nos está indicando que quienes se acercan y socorren a los hambrientos y sedientos, a los desnudos, inmigrantes y encarcelados, se están acercando y socorriendo al Dios que se nos manifiesta en Jesucristo. Por ello, solo nos queda responder una pregunta: ¿Qué será de nosotros o, dicho de otra forma, qué nos ocurrirá si nos olvidamos de los pobres?
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 19 de noviembre XXXIII del tiempo ordinario
A propósito de la parábola de hoy de los talentos, nos podemos preguntar qué estamos haciendo con todo lo que Dios nos ha regalado. ¿Qué estamos haciendo con nuestros dones naturales? ¿Qué estamos haciendo con Jesús y todo lo que él nos ha regalado? ¿Cómo y dónde estamos invirtiendo todos estos bienes?
Pero también cabe centrarse en uno de esos empleados de la parábola, el que tuvo miedo a su amo. Cuando su señor le pidió cuentas del talento recibido, se defendió con la disculpa del miedo. Tenía miedo de su señor porque era exigente, severo y, al parecer, un tanto injusto porque quiere segar y recoger donde no ha sembrado.
Desde luego, el señor de esta parábola no se parece en nada a Cristo Jesús, nuestro Maestro y Señor. Vemos que son muy distintos. Nunca podemos tener miedo a Jesús sus discípulos, sus hermanos.
Cómo vamos a tenerle miedo, si ha dado la vida por nosotros en la Cruz.
Cómo vamos a tenerle miedo, si sabemos que ha sido capaz hasta de lavarnos los pies.
Cómo vamos a tenerle miedo, si sabemos que sigue siendo capaz en cada Eucaristía de entregarnos su persona, hecha alimento, para caminar con fuerza e ilusión por las, a veces, empinadas cuestas de nuestra vida.
Cómo vamos a tenerle miedo, si sabemos que cada día nos sigue ofreciendo su amistad. Él, Señor del universo, a nosotros, que somos sus criaturas.
Cómo vamos a tenerle miedo, si sabemos que nunca nos dejará huérfanos. Que si le dejamos, se adentra en nuestro corazón, y allí mora, y desde allí nos anima, nos fortalece, nos guía, nos consuela.
Cómo vamos a tenerle miedo, si sabemos que cuando le damos la espalda y le negamos como Pedro, vuelve a salir a nuestro encuentro para perdonarnos y preguntarnos: «¿me amas?»
Cómo vamos a tenerle miedo, si sabemos que, cuando nos llegue el día y la hora, nos ha prometido que saldrá a nuestro encuentro, para recibirnos con los brazos abiertos e invitarnos al banquete de su Reino.
Por todo lo dicho, hemos de desterrar para siempre el miedo ante Cristo Jesús y ante Dios nuestro Padre. La confianza y el amor es lo que debe reinar ante ellos.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 12 de noviembre XXXII del tiempo ordinario
En el evangelio de este domingo, Jesús nos propone la parábola de las vírgenes necias y las prudentes, y en ella se vale del marco de una fiesta de bodas para hablar de algo trascendental: la espera y la esperanza, como cuando la novia está ardiendo de amor por la llegada de su amado, de su esposo. Pero los protagonistas no son ni el novio (lo será al final de todo), ni la novia, en este caso, sino las doncellas que acompañaban a la novia para este momento. Eso quiere decir que ellas se gozaban en gran manera con este acontecimiento, como si ellas mismas estuvieran implicadas, tanto como la novia, y sin duda la narración da a entender que debían estarlo; pero para este acontecimiento de amor y de gracia hay que estar preparados; el júbilo que se respiraba en una boda como la que Jesús describe es lo propio de algo que alcanza su cenit en la venida del esposo.
Lo importante es estar preparados para la venida del esposo, el personaje que se hace esperar. Se habla de una «presencia» ante los que esperan: Jesús vendrá de nuevo. Por tanto, no es cuestión de entender el terna en términos cósmico-físicos, sino de cómo nos enfrentamos a lo más importante de nuestra vida: la muerte y la eternidad. ¿Nos enfrentamos con sabiduría? ¿con alegría? ¿con aceite, con luz? ¿con esperanza? Este mundo puede ser «casi» eterno, pero nosotros aquí no lo seremos. Estamos llamados a la presencia de Dios y eso es como unas bodas: debemos anhelar amorosamente ese momento o de lo contrario seremos unos necios y no podremos entender unos desposorios de amor eterno, de felicidad sin límites.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 5 de noviembre XXXI del tiempo ordinario
En el evangelio de este domingo, Jesús hace una clara denuncia contra la vanidad, la ostentación, el deseo de hacer carrera o trepar, la manía de grandeza, la simpatía por los títulos honoríficos. En el verdadero seguimiento de Cristo no hay cabida para eso. Es también una constante en el magisterio del Papa Francisco: avisar que en la Iglesia no pueden existir tales actitudes.
“No hacen lo que dicen…”. Es la burda separación entre palabras y obras. Los discursos van en una línea, y los hechos en dirección contraria. Hablan en nombre de Dios y obran en nombre y beneficio propio. Peor aún: dicen… y obligan a otros a hacer. Son los fardos pesados que lían y ponen en los hombros de otros, sin estar dispuestos a mover un dedo para empujar.
Hay quien habla de la pastoral de enfermos y jamás ha intentado cambiar la sábana de uno de ellos. Quien discute los problemas de la tercera edad y jamás ha dedicado media hora de su tiempo a visitar a un abuelo. Quien reprende ásperamente a los padres incapaces de educar a sus hijos y jamás ha tenido en brazos un niño para calmarle cuando llora.
Jesús acusa a los fariseos y escribas de ayer y de hoy porque se muestran severos, inflexibles con los otros, y muy comprensivos consigo mismos.Es lo que ocurre cuando se entiende la autoridad no como servicio humilde, sino como forma de vida cómoda. Cuando la norma pierde el alma del amor, y se convierte en legalismo.
La sentencia de Jesús es clara: no hagáis lo que ellos hacen. Escribas y fariseos de ayer y de hoy sufren la condena de ser modelos en negativo. Ilustración viviente de lo que no se debe ser, de lo que no hay que hacer. De todos modos, el castigo más grave consiste en que Jesús los ha desenmascarado, los ha desnudado, ha mostrado a todos lo que hay bajo ciertos títulos y distintivos, ha revelado la realidad mentirosa que esconden sus palabras.
Dios ha dejado a su cargo solamente la Palabra que recibieron, quizás inmerecidamente, pero que está a disposición de quien quiera escucharla, porque el poder de su salvación no depende de quien la proclama: haced y cumplid lo que digan. La gracia de Dios es independiente de la indignidad de quien la administra, aunque el depositario de estos talentos tendrá que dar cuentas al amo que los puso en sus manos.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 29 de octubre XXX del tiempo ordinario
Con palabras hermosísimas, en el evangelio de este domingo Jesús nos dice que hemos de amar a Dios y al prójimo. Es la síntesis de del código del libro del Deuteronomio y del Levítico: amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a ti mismo. Este es el mandamiento principal y el primero de todos.
Los judíos tenían muchas leyes. También nosotros, en la Iglesia, tenemos el Código de Derecho Canónico. En la hermandad, las reglas, que incluso llevamos cada Lunes Santo de forma solemne como una parte más de nuestra cofradía. Las leyes, también en la Iglesia, nos sirven para regular la vida y hacerla mejor. Pero, ¿qué ocurre cuando hay tantas que se enmaraña todo? Hay que volver a la fuente, a lo esencial, a lo importante: Jesús sintetiza todas las leyes en amar a Dios y al prójimo como a sí mismo. Son dos caras de una misma moneda. Amar a Dios se concreta en amar al prójimo, creado a su imagen y semejanza, y amando al prójimo se pone de manifiesto que amamos a Dios.
Sin embargo, no quiero de dejar de introducir un matiz: es importante el orden de precedencia. Y lo hago apoyado, por ejemplo, en la doctrina de Santo Tomás de Aquino: lo primero, lo más grande, lo que da sentido a todo amor que venga después, es el amor a Dios, a quien debemos el ser, la existencia, la vida. Amar a Dios, y a continuación amar al prójimo. El amor a nosotros mismos queda a la altura del amor al prójimo, para que nunca pongamos al propio yo como centro. El centro es Dios, solo Él.
A partir del amor a Dios, surge el amor al prójimo, pues todos llevamos en el alma la dignidad de haber sido creados por Él. Hemos de amarnos mutuamente, poniéndolo de manifiesto con los pequeños gestos de cada día: una palabra amable, una palabra de consuelo, una sonrisa, una ayuda material o espiritual, etc. Y así el mundo irá cambiando, cumpliendo la misión que Cristo nos ha encomendado. Y así, al atardecer de la vida, podremos presentarnos ante Él con las manos de llenas de buenas obras, ya que amándole nos dimos cuenta de que habíamos también de amar a nuestros hermanos.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 22 de octubre XXIX del tiempo ordinario
Una cuestión muy actual: ¿pueden mezclarse la fe y la política? Dar al César lo que es del César y devolver a Dios lo que es de Dios, no es un reparto entre lo político y Dios. Tampoco se trata de defender a Dios o a la Iglesia frente al estado. Lo importante es defender a la persona, al hombre, a la mujer frente a cualquier poder que quiera ocupar el lugar de Dios. Él es Señor de la historia y dará cumplimiento a nuestra historia salvándonos. Nunca jamás se le puede identificar con una opción política, que son frutos de convenciones humanas. Su salvación vendrá más allá de la política, aunque ciertamente ser cristiano significa comprometerse por el bien y la justicia.
En este domingo, día del DOMUND, nos recuerda la Iglesia que hay que saber descubrir en la historia el actuar del Señor con su poder salvador, estando atentos a los signos de los tiempos, conscientes de que la fe ilumina la historia humana sin negarle su autonomía. Unidos a los misioneros, queremos anunciar el Evangelio poniendo nuestro granito de arena para hacer esta historia más fraterna, con una fe activa, con el esfuerzo de nuestro amor a todos, con el aguante de nuestra esperanza y la alegría de saber que el Espíritu del Resucitado nos acompaña en esta misión.
Mirémonos en el ejemplo de los misioneros. Pongamos la misión en el corazón de la fe cristiana, reconozcamos a Dios como único Señor de la historia y esforcémonos por hacer esta historia más humana, más fraterna, defendiendo siempre a la persona frente a cualquier César o poder que quiera ocupar en nuestras vidas el lugar de Dios.
Queridos hermanos, paz y bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Domingo 15 de octubre XXVIII del tiempo ordinario
Si la comida es necesaria para vivir, no lo es menos para celebrar los acontecimientos importantes de la vida. ¿Quién no ha asistido a un banquete de boda, comida de cumpleaños, cena de gala…? El Señor nos invita hoy a descubrir que la vida de la fe es participar en un banquete de alegría y libertad.
Ante la negativa de muchos a asistir al banquete (tenían quehaceres o excusas), el anfitrión, el rey, no suspende el banquete (hubiera sido lo más lógico, ¿verdad?) sino que extiende la invitación a los que se encuentren en los cruces de los caminos. Y es que el amor de Dios es universal y difusivo, es una invitación abierta a todos, a la que incluso podemos negarnos. En la encrucijada de los caminos de la vida, el verdadero seguidor de Cristo sigue la dirección del banquete del Reino, dejando a un lado la de la indiferencia, el individualismo y la división, y así vivir para gustar la comunidad eclesial que es vino generoso y manjar enjundioso.
¿Hemos perdido la invitación del Señor, o la hemos roto? ¿Cuál es la dirección que hemos tomado en nuestro caminar? ¿Quizá el indicador de la encrucijada que apunta al bienestar egoísta y acomodaticio? ¿Estamos acostumbrados a vivir sin tener en el horizonte de la vida la visión del Reino? Son preguntas que tenemos que hacernos cuando hoy escuchemos esa invitación, insistente y misericordiosa, de nuestro buen Padre Dios para que acudamos al banquete, a participar del amor de Jesucristo.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 8 de octubre XXVII DEL tiempo ordinario
De nuevo Jesús, en este domingo, como en los anteriores, nos sitúa en una viña para hablarnos, en parábolas, del Reino de Dios. En este caso, nos habla de los viñadores homicidas, es decir, los que han matado a los enviados del amo, queriendo quedarse con aquello que no les pertenecía, y que les era dado para administrarlo. Incluso matan al hijo del dueño de la viña. Claramente, Jesús se enfrenta a los dirigentes judíos que, apropiándose de la religiosidad del pueblo de Dios, no habían hecho sino eliminar a los profetas, y ahora querían también acabar con el Hijo del Altísimo. Agria polémica, duras palabras. Porque no han dado frutos de amor y de fe. Por sus frutos conoceremos a los que sinceramente trabajan en la viña del Señor: quien no ama, produce agrazones; quien ama, da fruto en su sazón.
Por eso es tan importante que nuestra fe no sea estéril, sino que transforme nuestro entorno según la misericordia de Dios. Porque nos conocerán y reconocerán como discípulos de Jesús, como cristianos, según los frutos que demos. Y es que el Señor a puesto en nuestras manos su Reino para que crezca, para que transforme a la humanidad, para que la salve. Qué gran responsabilidad nos da Jesús. Y qué gran confianza. Tenemos, pues, que dar frutos.
De todas formas, por nosotros mismos no podremos. Necesitaremos la ayuda de la gracia, del Espíritu Santo. En Él lo podemos todo.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 1 de octubre XXVI del tiempo ordinario
No basta con las palabras, sino que importan los hechos. ¿Cómo decía ese refrán? Algo así como «obras son amores, y no buenas razones». Como en el texto evangélico del domingo pasado, Jesús usa la imagen de la viña para hablarnos del Reino de Dios: este acontece en el ámbito de la misericordia. Por eso los pecadores pueden preceder a los beatos formalistas de siempre en lo que se refiere a la salvación. Lo que importan son los hechos, no las buenas palabras. La parábola de hoy nos presenta dos hijos: uno dice que sí y después no va a trabajar a la viña; el otro dice que no, pero después recapacita sobre las palabras de su padre y va a trabajar.
Lo que cuenta, podríamos decir, son las obras, el compromiso. No basta decir «¡Señor, Señor!». Los dos hijos corresponden a dos categorías de personas. Por un lado, las que siempre están hablando de lo religioso, de Dios, de la fe; y en el fondo su corazón no cambia, no se inmutan, no se abren a la gracia. Probablemente tienen religión, pero no auténtica fe. Pero los verdaderos creyentes y religiosos, aunque sean publicanos y prostitutas, son los que tienen la iniciativa en el Reino de la salvación, porque están más abiertos a la gracia.
Así pues, que nuestras palabras de alabanza al Señor se correspondan con unos actos que igualmente sean dignos de quien recibimos la vida, la gracia y la salvación.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 24 de septiembre XXV del tiempo ordinario
¿Acaso Dios es injusto? Por la forma de proceder del duelo de la viña de la parábola que en el evangelio de este domingo relata Jesús, así podría parecernos, según nuestros criterios humanos de justicia. De todas formas, no nos ufanemos: nuestra justicia no es tan justa como pensamos, así que tampoco es un criterio absoluto. La justicia de Dios es buscar la gloria del hombre, que el sur humano viva. La justicia de Dios es generosidad.
La verdad es que si fuéramos tratados por Dios según nuestra justicia, tendríamos menos de lo que tenemos. A todos nosotros nos ha llegado la generosidad desbordante de Dios, por lo que es farisaico molestarse porque esa generosidad llega a otros. Mejor que protestar por la generosidad de Dios ante el hermano y dejarnos llevar por la envidia, debemos imitar su manera generosa de actuar, tratar de que nuestros planes se acomoden cada vez más a los suyos. Eso es la justicia verdadera.
Pero, ¿qué ocurre con los jornaleros que han ido más tarde a trabajar a la viña? Dios no está sometido al tiempo: no hay últimos ni primeros. Ese es un asunto nuestro. Lo que Dios quiere es que se responda a su llamada, ya sea «al amanecer” o a “media tarde”. Sí hay que ser fiel a lo que Dios quiere de cada uno y realizar lo que nos pide, sin exigir cuentas a Dios por su actitud con los demás. Pues los planes de Dios no son nuestros planes, sus caminos son más altos que los nuestros. Y desde lo alto, Dios tiene una perspectiva más amplia que la nuestra. Que siguiendo a Jesucristo podamos abrir los ojos para reconocer nuestra pequeñez y aceptar y acoger la grandeza del corazón de Dios.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 17 de septiembre XXIV del tiempo ordinario
Puede que a veces nos hayamos preguntado por el cómo debe actuar una persona ofendida; cómo debe actuar un seguidor de Jesucristo, en esas circunstancias, que quiere colaborar abriendo caminos a la misericordia y a la justicia para todos. Jesús, en el evangelio de hoy, es claro y contundente: hay que perdonar siempre, de forma incondicional y en todo momento. La parábola con la que Jesús responde a Pedro nos trasmite que la contrapartida de la venganza es el perdón ilimitado.
Perdonar, hasta «setenta veces siete», es una de las más nobles funciones de la naturaleza humana. Al decir noble, se hace referencia a que no debe ser lo extraordinario en nuestra vida, sino que esa debe ser la actitud normal de comportamiento. Lo normal, lo que sale de un alma limpia, es el perdón. La vida nos tiene que ir enseñando a perdonar, pero tenemos que dejarnos enseñar. En este aprendizaje se descubrirá que el verdadero perdón es el que no se nota, el que incluso nos sale del alma sin esfuerzo.
Vivir desde el perdón es destruir, de alguna manera, la espiral del mal. Porque perdonar es ayudar al otro a rehabilitarse y que actúe de manera diferente en el futuro. La dinámica del perdón consiste en un esfuerzo por superar el mal con el bien, porque se trata de un gesto cuyo fin es que cambie cualitativamente las relaciones entre las personas. Con la dinámica del perdón se tiene que buscar y plantear la convivencia futura de manera nueva, pacífica. Por eso, el perdón, no ha de ser una exigencia individual, sino tiene que tener una repercusión en la sociedad.
El perdón tenemos que hacerlo presente en no pocas situaciones de la vida en las que tenemos que reaccionar ante agresiones, injusticias y abusos; porque si no sabemos perdonar, hasta «setenta veces siete», puede que quedemos heridos para siempre corriendo el riesgo de sepultar la paz y la felicidad con la losa más pesada: el odio.
El evangelio de este domingo nos muestra que el perdón es el verdadero camino de la convivencia. Jesús nos indica que si aprendiéramos de Dios a perdonar, si perdonásemos de hecho «setenta veces siete» a quienes nos ofenden, sería un verdadero placer convivir en una humanidad realmente reconciliada.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 10 de septiembre XXIII del tiempo ordinario
La vivencia de nuestra relación con Cristo ha de expresarse también en nuestra relación con los demás, especialmente con aquellos con los que compartimos la fe en la Parroquia o en la Hermandad. Y es que dice Jesús en el evangelio de hoy que cuando dos o más estamos reunidos en su nombre, en medio esta Él. Luego todo lo que sucede en una comunidad cristiana no solo es que tenga a Cristo como referencia de conciencia, sino que que todo acontece en su presencia, bajo su mirada, ante su Palabra.
En este sentido, la corrección fraterna es muy importante dentro de una comunidad de fe: es necesario hacerla, y hacerla en nombre del Señor, pero no de cualquier modo. Este es el tema principal del evangelio de este domingo. Todos somos pecadores, y al mismo tiempo tenemos un cierto derecho a la intimidad. Pero cuando se tratan de pecados graves que afectan a la comunión, es necesaria una práctica caritativa de amonestación: primero a solas, luego con testigos consejeros; por último a la comunidad. El poder de atar y desatar que se confirió a Pedro en nombre de toda la Iglesia, es aquí donde adquiere mayor sentido y significado, es en el ámbito de la comunidad donde se realiza el perdón de los pecados. Y en cualquier caso, practicar la misericordia que hemos recibido del Señor.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 3 de septiembre XXII del tiempo ordinario
El apóstol Pedro, alegre por la confesión en Cesarea (que escuchábamos el domingo pasado), se lleva en el evangelio de hoy un gran chasco cuando, al escuchar el anuncio de la Pasión y tras ello increpar a Jesús, recibe de Él una severa pero importantísima respuesta. Pedro es exhortado vehementemente a ponerse detrás, no delante de Jesús. Ser seguidores de Jesús implica ir detrás, nunca delante de Jesús, pues perdemos la ruta y el tiempo. Él es el Camino. Al increpar a Jesús, Pedro es como Satanás, se convierte en adversario de Jesús y estorbo para sus planes.
Jesús clarifica a todos el contenido de su mesianismo y por tanto advierte sobre las condiciones de su seguimiento: negarse a uno mismo, tomar la Cruz, perder la vida por Él. Nuestro éxito personal, el sentido de la vida y el camino a la plenitud, no están en afincarnos en nosotros mismos, sino en abrir el horizonte limitado de nuestra vida a una entrega radical por amor. Perder la vida para encontrarla de verdad. Esa es la paradoja del seguimiento de Cristo. La Cruz es amor de verdad: el que duele, implica y compromete, el que nos convierte en ofrenda permanente.
El mesianismo de Jesús no es búsqueda de éxito personal, no es mesianismo humano, sino plenitud en el darse y partirse desde un amar hasta el extremo. Sin duda, hay que ponerse detrás de Jesús… para seguirle. Vivir así solo es posible con Él. Seducidos por Él caminamos en pos de Él, aprendiendo el arte de este amar que nos hace bienaventurados y no nos deja vacíos, sino bien recompensados. Al final, Pedro lo entendió. ¿Y nosotros? ¿Lo entenderemos?
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 27 de agosto XXI del tiempo ordinario
A través de una pregunta (directa, crucial, maravillosa), en el Evangelio de este domingo Jesús nos sitúa ante su propia persona y ante la fe en Él. Sin medias tintas. Y es que esta pregunta es como una fuente de bienaventuranza: «y vosotros, ¿quién decías que soy yo?
En la Sagrada Escritura, Dios pregunta a las personas; las personas preguntan a Dios; y el hombre se pregunta: ¿quién soy yo? ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Quién es Cristo para mí? Las preguntas son más necesarias aún que las respuestas. Las preguntas nos mueven, nos despiertan, pero sobre todo nos comprometen, porque crean una relación personal. Por eso, las preguntas de Dios y a Dios, nos ayudan a entrar en conversación con Él y a dar a la escucha de su Palabra el valor de sentido para la vida. Como seres humanos, como creyentes, como pobres y buscadores, necesitamos preguntarnos y dejarnos preguntar, porque lo que ignoramos es siempre más que lo que sabemos.
La formulación de preguntas es el mejor camino para el encuentro con la verdad. La pregunta del otro sobre mí, y mi relación con él, es necesaria para la madurez humana y espiritual. Así ocurre con la pregunta de Jesús hoy, encontrando en la relación que supone esa pregunta, infinidad de respuestas a toda nuestra vida. Lo importante es que nos atrevamos a escucharle y a contestar.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 20 de agosto XX del tiempo ordinario.
En el evangelio de hoy, una mujer fenicia, cananea, e acerca a Jesús, aunque en territorio pagano. Jesús, al principio, toma la actitud de un judío ortodoxo y exigente. Los discípulos quieren quitarse de encima a la mujer que inoportuna y Jesús quiere darles una lección majestuosa. La mujer no es hija de Israel y no tiene derecho a pedir lo que pide: que un demonio sea expulsado de su hija. Hemos de alabar, desde el principio, el coraje y la fuerza de esta madre, que busca la curación de su hija arriesgándose a todo.
A Jesús no le está permitido «oficialmente» hacer el bien a una mujer pagana, y lo recalca para dejar más en evidencia la «oficialidad» de la ortodoxia judía. La lección es para sus discípulos: esta mujer se comporta mejor que los judíos, es más que una hija de Israel; es capaz de mover el mundo y llegarse al corazón de Dios por tal de curar y liberar a su hija. Jesús muestra quién es y qué ha venido a hacer: llamar a todos, porque el Hijo de Dios ha venido a salvar a todos. No quiere despedir a la mujer porque le inoportuna, como piden los discípulos, sino que pretendía algo más grande de ella: mostrar la universalidad del amor de Dios.
Vivimos tiempos en los que somos tentados a dividir y a atomizar, a levantar fronteras y trincheras. Pero el amor de Jesucristo nos llama a lo contrario: abrir puertas y tender puentes, a ofrecer la mano y a curar a todo el que se acerca para responder a la llamada del Señor.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 13 de agosto XIX del tiempo ordinario
El pasaje del evangelio de Mateo de este domingo acontece “después que la gente se hubo saciado”, esto es, tras la narración de la multiplicación de los panes y los peces, relato evocador de la comunidad reunida que se alimenta en la fe compartida y la fraternidad constituida en torno a Jesucristo. Una comunidad, saciada, satisfecha, protegida, arropada en sí misma, con la seguridad de una presencia providente que sostiene y da vida a esa comunidad.
¿Y ahora qué? ¿Puede la comunidad relajarse y regocijarse en sí misma, habiendo alcanzado su ser y sentido? Ahora es tiempo de “ir a la otra orilla”. Pero, ¿en verdad estamos dispuestos a ello? Pues, ¿acaso tiene sentido abandonar lo que hemos construido con esfuerzo, con tesón, con paciencia? ¿No es demasiado pronto, no seré mejor quedarse y fortalecer lo que ya tenemos, que bastante en precario está?
Siempre hay otra orilla. Siempre hay otra tierra que nos llama, siempre hay otras gentes que necesitan ser saciadas, otros rostros que necesitan ser iluminador por Cristo, otras necesidades que atender. Pero ocurre que el viento puede soplar de forma desfavorable: las circunstancias sociales, el pecado personal de tantos, etc. Y entonces la travesía a la otra orilla se vuelve incómoda e incluso peligrosa. Surge la duda, el temor, la desesperanza, la murmuración. Y entonces aparece Él, Jesús, con paso firme y decidido, y de manera impredecible (¿caminar sobre las aguas?) para decirnos: ánimo, soy Yo, no tengáis miedo.
Entonces, si Jesús está también allí, con nosotros, no hay excusa no pretexto: aquella orilla a la que cruzamos es nuestra orilla, nuestro destino y misión. Es lo que tenemos que hacer, y con Él lo haremos. Porque Jesús es nuestra fuerza, y con Él no os engullirán ni los vientos desfavorables ni nuestros propios miedos.
En este día de hoy, Jesucristo nos apremia a ir a la otra orilla. El ser de la Iglesia es navegar hacia la otra orilla, anunciando en todo momento la gracia de la salvación de Dios.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 6 de agosto solemnidad de la Transfiguración del Señor
Pedro, Santiago y Juan van a poder contemplar dos rostros de Jesús: el de la Transfiguración y el de Getsemaní. Pero sólo podrán comprender la belleza de estos rostros después de la resurrección, ya que la Cruz revela una estética pascual que tiene su fuente en el Padre. En ambas oportunidades pueden ser testigos de aquella divinidad de Cristo que se revela en el misterio de su humanidad.
Consciente de su identidad de Hijo amado, Jesús nunca ocultó la dimensión pascual de la misma. Consciente de su identidad mesiánica, Jesús nunca ocultó la dimensión profética de su muerte. Consciente de su identidad ministerial, Jesús nunca ocultó la dimensión compasiva de su misión. La fidelidad a su identidad lo llevará a asumir radicalmente la voluntad del Padre.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 30 de julio XVII del tiempo ordinario.
Jesús explica en pequeñas parábolas el significado que tiene el reino de los cielos para él. Lo explica con el tesoro escondido en medio del campo, el campo sólo tiene valor por lo que en él hay escondido. Habrá que buscarlo, localizarlo, encontrarlo y descubrirlo. El reino de los cielos es lo que vale la perla fina de gran valor, que obliga a vender todo lo que se tiene para adquirir la de mayor valor. Es también la red que pesca buenos y malos, y que al final de la jornada se separan los buenos de los malos.
El Reino de los cielos es el proyecto de Dios para el mundo, un proyecto que se revela en Jesús. Más aún: un proyecto que es el propio Jesús. El tesoro escondido en el campo, la perla fina, la red… son su propia persona. Si perseguimos la verdadera felicidad, si buscamos respuestas a nuestras preguntas, si necesitamos hallar fuerza para levantarnos de lo que nos apesadumbra, busquemos a Jesús. Todo tiene un valor, pero lo mejor, lo de mayor valor lo que separa lo bueno del malo, está en la comprensión de Jesucristo como juez y señor de la historia.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 23 de julio XVI del tiempo ordinario
De nuevo Jesús nos habla este domingo en parábolas referente a la siembra, al campo, al crecimiento. La parábola de la cizaña cuenta que un sembrador siembra buen trigo. Pero, cuando éste empieza a crecer, descubre que hay también cizaña. La cual, además de ser un cereal de peor calidad, puede ser tóxica. ¿Por qué ha pasado esto? Es decir: ¿Cómo es posible que a Dios (el dueño de la mies) le hayan estropeado su trabajo? Jesús les dice a sus discípulos que el Diablo, a escondidas, ha sembrado el mal en el corazón de algunas personas, haciéndolas dañinas para el resto, como la cizaña en un trigal.
Para comprender todo esto hay que tener en cuenta que, siendo Dios bueno y clemente, nos ha dado libertad. Y esto supone que otro pueda intervenir libremente para estropear lo que Dios dispone. Efectivamente, el origen del mal está en el libre albedrío que tenemos las personas. Ser libres, es decir, no ser marionetas de Dios, tiene un duro precio: el mal puede actuar en nuestra vida.
¿Qué se puede hacer con ello? ¿Suprimimos el mal? ¿Eliminamos a las malas personas? Ésta última es la fácil solución que proponen los ayudantes del dueño de la mies. Pero, pensemos: ¿a qué grupo pertenecemos nosotros? Solemos pensar que la cizaña son los que nos hacen daño y nos complican la vida. Pero, ¿y nosotros? ¿De verdad que sólo hay bien en nuestro corazón? ¿En mi interior no hay mal? ¿Soy realmente una buena persona? ¿Estoy totalmente seguro de que si ahora Dios echase al fuego la cizaña que hay en el mundo, no iría yo también con ella? La respuesta es simple: nadie es perfecto, y por eso todos necesitamos de la misericordia de Dios para salvarnos.
Afortunadamente, Dios, siendo todopoderoso, también es bueno y clemente, y deja que sigamos en este mundo, a pesar de que a veces hacemos daño y complicamos la vida a otras personas. Cuando llegue el final de los tiempos, Dios enviará a sus ángeles para que erradiquen el mal. Sólo así podremos gozar de la eterna felicidad. Mientras tanto, ¿qué podemos hacer? Pues seguir el ejemplo de Jesús, porque sólo la humildad puede vencer al mal en nuestro mundo. Ese es el poder del débil, el camino de la Cruz, un camino de abajamiento que nos conduce a la resurrección. Siguiendo las palabras de san Pablo en su Carta a los Romanos que también proclamamos hoy, dejemos que sea el Espíritu Santo el que nos indique qué debemos pedir y cómo debemos relacionarnos con Dios y las personas. Así, con la ayuda divina, podremos vivir santamente en un mundo en el que abunda la cizaña.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 16 de julio XV del tiempo ordinario
Domingo 9 de julio. XIV del tiempo ordinario.
Nos encontramos en el evangelio de este domingo con una de sus páginas más bellas que nos ayuda a entender la persona de Jesús (humana y divina) y su compromiso ineluctable de cumplir la voluntad del Padre. Jesús lleva un tiempo recorriendo con sus discípulos los caminos de Galilea anunciando la Buena Noticia. Ha hecho algunos milagros, pero no todos han entendido su mensaje. Sin embargo, Jesús se siente bien con sus discípulos enseñándoles pacientemente los misterios del Reino. Como tantas veces se dirige al Padre, en oración confiada que comparte con ellos, dándole gracias porque ha escondido todo esto a los “sabios y entendidos”.
Porque para encontrar a Dios es imprescindible la disposición interna que empieza cuando nos despojamos de nuestros prejuicios, sobre todo de la autosuficiencia del que se cree en posesión de la verdad. Jesús no rechaza a los que entienden de muchas cosas y acumulan conocimientos, sino que alerta sobre la dificultad que pueden tener aquellos que solo se apoyan en ese saber. Así no escuchan la Palabra ni se abren afectivamente a ella con sencillez. Esta actitud es el camino para llegar a entender la Buena Noticia, el Evangelio: Dios nos ama y quiere que nos salvemos. Y ese camino no nace de la especulación intelectual sino del corazón sincero que busca la verdad, de la sencillez de los que se sienten hijos de nuestro buen Padre Dios.
Son también maravillosas y sorprendentes estas palabras que nos dirige Jesús: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”. Pero para ello debemos cargar con su yugo… cuando lo que buscamos precisamente es descargarnos del nuestro. Hay muchos que buscan a Jesús pero sin el compromiso por el Reino de Dios, todo acaba en una espiritualidad sentimental, intimista, vacía, que finalmente lleva a la decepción y el hastío. Sin entrega a los demás, sin amor, sin practicar la misericordia de Jesucristo, no hay alivio. Pero cuando asumimos lo que significa en su integridad seguirle, si confiamos en Él, la carga resulta llevadera y ligera.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 2 de julio . XIII del tiempo ordinario.
Domingo 25 de junio. XII del tiempo ordinario
No tengáis miedo… Estas son las palabras que Jesús nos regala en este domingo. Unas palabras dichas a sus discípulos, a los de todos los tiempos, ante el temor que nos puede suscitar el testimonio vivo del Evangelio.
El miedo paraliza. ¿Cómo superarlo en momentos de prueba y persecución? Los discípulos, vinculados en la misión a la suerte de su Maestro, habremos de afrontar con temple y entereza las múltiples penalidades inherentes a nuestra actividad apostólica, aleccionados por el Espíritu del Señor. Por que sólo Jesucristo es nuestra motivación última, tendremos que ser consecuentes hasta el final, incluso hasta el propio martirio si éste fuera el caso. Sólo a Dios hay que temer, es decir, acoger y reverenciar su soberanía desde la sabia actitud de una fe obediente a su Palabra. Si Dios provee hasta de los gorriones y de los cabellos de la cabeza, ¿cómo no va a preocuparse de quienes son sus portavoces en la tierra? Nada ocurre sin su anuencia. No están a la intemperie, zarandeados por el azar, sino en las manos amorosas y providentes de nuestro Padre Dios. El temor de Dios, principio de sabiduría cristiana, aleja y libera a sus enviados de todo posible temor a los hombres.
No se trata con esto de defender un falso e ingenuo optimismo cristiano. Al contrario, el hecho de proclamar públicamente la fe comporta por lo general una serie de contratiempos e incomodidades que se suman al ya de por sí conflictivo y duro combate de la vida. Ahora bien, semejante actitud de resistencia activa ante las adversidades, capaz de superar el temor a los hombres, sólo es comprensible desde la plena confianza que despierta la promesa de Jesús en cuantos se declaran abiertamente a su favor. Una convicción profunda que nos lleva a anunciar a todos, y por todos los medios posibles, la Buena Noticia de Jesucristo.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 18 de junio. Solemnidad del Corpus Christi
Empiezan a alejarse las celebraciones pascuales y ya estamos de lleno en el Tiempo Ordinario. La Iglesia nos regala hoy la Solemnidad del Corpus Christi. Antigua en su origen (se remonta a la mitad del siglo XIII), se apoya en la fe del pueblo sencillo que fue magníficamente consolidada por los grandes teólogos de la época. Profundizamos en este banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad que cada domingo reúne a la comunidad cristiana, y que se convierte en centro y culmen de su relación con Jesucristo y de su propia identidad.
Hay experiencias que necesitan ser ahondadas y saboreadas. Es preciso mirar con mayor profundidad, desde la adoración, el amor y el compromiso, el sacramento de la Eucaristía, reflejo del misterio de un Dios que ha decidido quedarse sacramentalmente en medio de la humanidad, como la prueba mayor del amor que Él nos tiene.
Detrás de este sacramento late un interrogante realmente humano: ¿cómo vivir en plenitud? Nos merecemos una vida de calidad, más auténtica y digna, especialmente para aquellos que más lejos están de tenerla. La Eucaristía toca a nuestra existencia desde la celebración agradecida, la adoración rendida y el compromiso fraterno. El Corpus Christi nos urge a la caridad, y hoy especialmente nos recuerda que somos llamados a ser comunidad.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 11 de junio. Solemnidad de la Santísima Trinidad
Celebramos hoy la Solemnidad de la Santísima Trinidad, dentro del Tiempo Ordinario, que hemos retomado tras finalizar la Pascua en Pentecostés. ¿Qué significa, pues, esta Solemnidad de hoy?Ante todo, hemos decir que nos encontramos con una de las grandes originalidades o peculiaridades de la fe cristiana: en el interior de Dios existen unas relaciones de conocimiento mutuo y de amor mutuo, que son más que relaciones. Son personas, según nuestra manera clásica y antigua de expresarlo: tres personas y un solo Dios, una única naturaleza divina. Una comunicación personificada de conocimiento y de amor mutuo, ese es el Dios cristiano, el Dios revelado por Jesús.
La revelación de Dios a lo largo de la Historia de la Salvación, y sobre todo con la presencia de Jesús en nuestra historia, pretende que descubramos el misterio interior de nuestro ser a los ojos de Dios, es decir, qué es lo esencial de nuestra condición humana, la razón de ser de nuestra vida. A partir de esa revelación, que la hemos conocido por Jesucristo, los cristianos hemos de entender que somos imagen y semejanza de Dios, esto es, imagen y semejanza de la Trinidad. Del amor de la vida íntima de Dios surgió su amor a nosotros, que determinó que nos entregara al Hijo, como acabamos de conmemorar en Semana Santa y en Pascua.
El misterio de la Trinidad no es un misterio en el que haya que creer simplemente, sino un misterio que nos está revelando cómo ha de ser nuestro auténtico ser humano. Es misterio revelador de la condición humana, creada a imagen y semejanza de Dios. El misterio de la Trinidad ha de tener implicación en nuestro modo de ser y vivir, y en la medida que respondamos a esa imagen y semejanza del Dios Trinitario, profesamos y celebramos la Trinidad divina: amor entregado y comunicado, amor vivido en comunidad, amor que fundamenta la Iglesia. Por eso, en cada celebración comenzamos por invocar a la Santísima Trinidad, y toda acción que hacemos por y para Dios tiene ese carácter trinitario: toda nuestra vida, desde el Bautismo, está marcada por la misericordia del Padre, el amor del Hijo y la luz del Espíritu Santo.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 4 de junio Solemnidad de Pentecostés
El Evangelio de esta Solemnidad de Pentecostés, con la que concluimos el tiempo de Pascua, presenta paradójicamente la realidad de tristeza e incomprensión y hasta de inseguridad de los discípulos de Jesús. Falta el centro, Jesús Resucitado, y no hay más que miedo y puertas cerradas que no les dejan captar lo que hay fuera, que obstaculizan el encuentro y no favorecen la confianza en el ser humano. Con las puertas cerradas no podían salir a escuchar y sentir el dolor y sufrimiento que hay fuera, no podían atender a los que estaban privados de la comunidad o excluidos, no podían anunciar a Jesucristo.
La presencia de Jesús Resucitado en la comunidad les transforma. Es una experiencia que les recrea, les vuelve a hacer nacer. Jesús les infunde la manera como ellos pueden crecer y ser seguidores de su vida y misión. Con el Espíritu Santo entendieron las bienaventuranzas y les hizo personas compasivas, misericordiosas, alegres, pacíficas, limpias, … Así los que habían pretendido los primeros puestos; que no habían entendido el sentido de la cruz, del sufrimiento, de la entrega; que creían en un mesías político, por la fuerza; que tenían a Jesús como un milagrero; que no entendían por qué compartir y estar con los pobres, su vida se iluminó.
Los llamados que le abandonaron, los discípulos que le negaron, los que no le entendieron, los pobres y más limitados de la sociedad, le vuelven a sentirle a su lado como cuando comía con ellos, pero ahora llenos de su Espíritu Santo tienen que actualizar sus palabras, sus gestos, sus actitudes.
Solo el Espíritu del Resucitado aclarará nuestra confusión, falta de entendimiento, comunicación y entrega. En un mundo contaminado y con alergias, necesitamos aire puro que nos aclare por dentro y por fuera; nos de valor para testimoniarle, fuerza para no silenciarle, respetando; valor para acompañar, tocar y curar las llagas de nuestros entornos, escuchar los gemidos de los hermanos; y que el mismo Espíritu Santo transforme el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo para nosotros.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 28 de mayo. Festividad de la Ascensión
Los discípulos están viviendo un período de comprensión. Han de calmar su espíritu ante lo sucedido. La cruz hay que asumirla y llevarla. Las negaciones hay que aceptarlas. El abandono hay que situarlo. El miedo hay que superarlo. Durante cuarenta días el Resucitado se aparece a sus discípulos para que asuman la fe con madurez y aprendan que el Reino no es lo que ellos esperaban, sino lo que Dios ofrecía. Esperaban una victoria bélica y encontraron un ofrecimiento de amor, perdón y misericordia.
Llegado el tiempo de la despedida, Jesús se manifiesta a los discípulos subiendo al padre hasta que una nube se los quitó de la vista. Y viene la pregunta sobre la realidad: ¿Qué hacéis mirando al cielo? Es hora de comenzar a predicar, es hora de agrandar el Reino haciéndolo vida en vuestros caminos. Es hora de la Iglesia en salida, como diría el Papa Francisco.
Las palabras de Jesús antes de su Ascensión constituyen el alma de la Iglesia, pues es un mandato misionero que nace desde la unidad en el Espíritu Santo que ya había descendido sobre los apóstoles: «id y haced discípulos de todos los pueblos». Abrir la palabra de Dios al mundo, y abrir al mundo a la comunión con Dios. Les otorga un poder comunicador de salvación y de gracia.
Pero no es una misión en solitario, es una misión donde Jesús mantiene su promesa: «Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo». No hay abandono por parte de Dios. Bautizar en el nombre de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo es la actualización de esa presencia eterna y plena de Jesús y el cumplimiento de su promesa.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 21 de mayo VI de Pascua
Amar a Jesús, nos dice el Evangelio de hoy, comporta guardar sus mandamientos, es decir, amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Y para poder llevarlo a cabo, Él nos promete el Espíritu de la verdad: el Espíritu Santo, el Espíritu de vida, el Espíritu de amor que vive tan cerca de nosotros que incluso está dentro de nosotros desde el Bautismo, y que hace plena su presencia por la Confirmación.
El Espíritu Santo nos asegura que también el Padre nos amará, y Jesús también nos amará y, además, se nos dará a conocer claramente. Y entonces no nos quedará más remedio (no pongamos obstáculos para ello) que anunciar al Dios de la salvación. Por eso, tras la consagración, el sacerdote en la Misa invita a los fieles a proclamar la verdad que sustenta nuestras vidas: ¡anunciamos tu muerte, proclamamos tu Resurrección ¡Ven, Señor Jesús! Es decir, manifestamos nuestra fe en Cristo Resucitado, iluminados por el Espíritu Santo, por el que conocemos la auténtica verdad de la realidad.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 14 de mayo V de Pascua
Ya sabemos que el camino es para andar y llegar a una meta. La vida es para vivirla, gustarla y disfrutarla. La verdad es para experimentarla como bondad frente a la mentira, que engendra desazón e infelicidad. Para nosotros, discípulos de Jesús, la verdad no es una idea, sino una realidad que se hace, se realiza, se lleva a la práctica. Camino, verdad y vida, pues, son cosas concretas que se viven, que se hacen, que se experimentan. Estas son cosas que todos buscamos en nuestra historia: queremos caminos que nos lleven a la felicidad; amamos la verdad, porque la mentira es la negación del ser y de los bueno; queremos vivir, no morir, vivir siempre, eternamente.
Pues bien, hoy nos dice Jesucristo: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Yo soy quien culmina y da sentido a vuestros anhelos humanos. Porque Yo soy el Hijo de Dios, el rostro de la misericordia del Padre. Buscamos el el camino correcto, la verdad que no engaña y la vida verdadera, es decir, conceptos consistentes para liberarnos de nuestra existencia agobiada y, a veces, no menos esquizofrénica. Y sólo Jesucristo es la respuesta, aunque es una propuesta de fe, de confianza en Él, de amor a Dios.
Sí, la fe es fundamental. Totalmente necesaria para celebrar la Eucaristía y acercarnos a recibir la comunión de camino, verdad, vida y amor con el Señor. Ante esta sublime realidad no queda otra actitud que la que nos ofrece la Sma. Virgen María, que declara su total disponibilidad para asumir la obra de Dios: “Hágase en mí según tu palabra”.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 7 de mayo IV de Pascua
Hoy Jesús se nos presenta como el Buen Pastor. Una simbología clara y didáctica para que comprendamos que somos ovejas de un rebaño, que no puede tener mejor Pastor, pues es capaz de dar la vida por nosotros. Y nos guía y conduce por caminos de vida eterna.
De esta manera, Jesús habla a los fariseos para decir que quien accede a Dios y no lo hace por la vía más directa, por la puerta del aprisco, sino que saltan las vallas que lo circundan, ese no es limpio, ese viene con intención de robar y crear estragos, para crear confusión. La vía más directa no son las leyes, ni el templo, sino Jesús mismo, su Palabra y su encuentro con él son la puerta para acceder a Dios más directa y más limpia que cualquiera puede encontrar. No son la puerta los pastores que invitan a que accedas a Cristo, que a veces se quedan en un encuentro superficial y ritualista. Cristo es quien da la vida y la da en abundancia. Por esa puerta puedes entrar y salir con libertad.
Cuando muchos hablan de que no creen en Cristo por cómo han sido los cristianos, hemos de preguntarle si nuestros errores no son una justificación para que su negación a Dios sea desde un planteamiento más profundo. Nosotros podemos ser un escaparate más bello o más feo, con toda seguridad no llegamos a la altura que nos exige el seguimiento de Cristo. Pero con el suficiente coraje para no justificar la negación de la fe en errores pretéritos de los hombres de Iglesia.
La búsqueda de Dios se encierra en el acierto o desacierto de tu propia comprensión de un encuentro personal con Dios. El tiempo dedicado a un encuentro con su palabra y la comprensión de sus gestos para con los más pobres. Decir que Cristo es mi vida, y la puerta de mi salvación implica a los otros, pero no tanto como para que los otros sean el motivo o la razón para mostrarle mi adhesión a Dios o mi desafecto.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 30 de abril III de Pascua
Los dos discípulos que caminan hacia Emaús reconocen sus ilusiones frustradas. Se habían generado maravillosas expectativas al lado de aquel hombre llamado Jesús. Pero ahora, ¿quién podría mantenerlas? Olvidarlas cuanto antes y volver a la rutina cotidiana: eso era lo razonable. Ante aquella muerte, ninguna esperanza podía subsistir.
Pero irrumpe un forastero en medio de aquellas lamentaciones, reprochándoles que se encierren en ellas, porque no hay razón para ese pesimismo: la Escritura había previsto lo ocurrido y lo había esclarecido. Y los caminantes descubren nuevas resonancias en pasajes que les suenan y ahora les deslumbran (después reconocerán que su corazón se había conmovido con cada revelación inesperada de aquel desconocido).
Intuyen algo, quieren saber más y le invitan a quedarse aquella tarde. Comparten la cena, y hay un gesto del extraño que resulta asombrosamente familiar: ¡era Él, sin duda! Primero la Escritura desvelando su secreto, ahora el pan partido descubriendo su identidad. La Eucaristía ha conducido al encuentro. Había que avisar a los demás discípulos y regresan rápidamente a Jerusalén a compartir la gran noticia: ¡Jesús ha resucitado! ¡Hemos visto al Señor!
Reconozcamos también nosotros a Jesucristo Resucitado en la proclamación de la Palabra de Dios, que escuchamos en la Santa Misa o que leemos en nuestras biblias. Y, sobre todo, abramos nuestros ojos para contemplarle en el Pan de la Eucaristía.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 23 de abril II de Pascua
Hay muchas maneras de dar respuesta a la gran pregunta humana de qué será de nosotros después de la muerte, qué nos espera o qué debemos esperar tras ese terrible oscurecimiento de nuestro existencia. Los cristianos creemos que resucitaremos con y como Cristo, que fue el primero en ser llevado a una vida humana en plenitud después de su muerte. Para la fe cristiana, los muertos no existen. Como Cristo, pasaron por la muerte y resucitaron. Nosotros creemos que pasaremos por la muerte y seremos resurrección, vida plena en el ámbito misterioso de la plenitud de Dios.
Que nadie intente buscar pruebas físicas, de un hecho que no es físico. Cristo no volvió a la vida que tenía anteriormente, no es un revivificado, sino que ha adquirido una nueva vida, y esta no se puede captar con los sentidos. De ahí que resulte muy normal la postura de duda de Tomás. Todos sentimos lo mismo. Sin embargo no siempre nos comportamos con esa misma lógica, porque tampoco nadie ha palpado con las manos la justicia, la bondad, la verdad, el amor, la autenticidad, etc. Y sin embargo son valores tan evidentes para nosotros y tan importantes en nuestra vida, que los humanos no podríamos vivir sin ellos.
Pues bien, en un mundo en el que la estima que cada uno recibe de los demás está en relación directa con los bienes económicos que posee, los cristianos celebramos hoy todo lo contrario: la fiesta de la gratuidad, de la misericordia, del dar sin esperar nada a cambio. Porque eso es la Resurrección. Toda ella es un acto de misericordia de Dios, que ha dado gratuitamente lo máximo que se le puede dar a un ser humano: no sólo que supere la muerte, sino también hacerlo llegar a la vida humana plena.
Jesús aparece en medio de sus discípulos y les enseña las manos y los pies. El Evangelio de este domingo nos quiere decir que Jesucristo vive realmente y no es una fantasía creada por algunas mentes. Más aún: el Crucificado es el Resucitado. Porque Jesucristo no ha sufrido una aniquilación de su identidad, sino que por el contrario la identidad gloriosa que ahora disfruta conecta armónicamente con la que tuvo cuando vivió entre nosotros.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 16 de abril. Domingo de Resurrección
¡Aleluya¡ ¡Cristo ha resucitado! Esta es la exclamación que sale hoy de nuestros corazones y nuestros labios, iluminados por la Palabra de Dios. Aquello que tantas generaciones y generaciones desearon ver, la manifestación definitiva de Dios, el cumplimiento de la promesa de Vida de Dios para el hombre, nosotros lo hemos podido experimentar. La Resurrección de Cristo es la palabra definitiva que Dios pronuncia para el ser humano y para la historia. Es el cumplimiento de las promesas que a lo largo de la historia ha ido proponiendo al ser humano . Ante tantas experiencias de fracaso, de dolor, de miseria y de pecado del hombre, siempre anhelante de una plenitud inalcanzable para él mismo, Dios nos regala la definitiva salvación, la prueba total y final, completa, de que Dios es un Dios de vivos y no de muertos, que su amor vence a la muerte, a cualquier muerte.
Sí, hoy brota la alegría de los labios y del corazón desbordando todas nuestras ruinas y miserias, superando y venciendo todos nuestros miedos de muerte, todas las lágrimas y dolores cotidianos, sabiendo que la muerte, el dolor, el sufrimiento, no tienen la última palabra. Que la palabra definitiva está en el Amor De Dios, que se nos ha revelado en Jesucristo. No nos dejemos vencer por el miedo, sino que abracemos en esperanza la alegría que nos trae la Vida eterna en el Señor Resucitado.
Queridos hermanos: ¡Feliz Pascua de Resurrección! Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 9 de abril. Domingo de Ramos
Comienza la Semana Santa, la gran semana que nos conduce a la Pascua, a la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, centro de nuestra fe cristiana. La Semana Santa, pues, es (puede ser, ha de ser) un tiempo de profundas vivencias espirituales: el misterio del Dios, que se entrega por nosotros, y la fuerza de su Resurrección, nos convocan ante la Cruz, que es el triunfo del amor de Dios sobre la muerte, el mal y el pecado. Y la Cruz se convierte así en la fuente de la esperanza frente a toda desesperación.
Jesús entra en Jerusalén aclamado como Rey. Pero, sin duda, ya sabía lo que le esperaba: el juicio, la condena y la muerte. En el relato de la Pasión, que hoy proclamamos en la liturgia, vemos que el Reino de Dios, que Jesús había anunciado con sus palabras y milagros, llega a sus últimas consecuencias: se nos abren las puertas del cielo por el amor del Hijo de Dios, que carga con nuestros pecados. En Cristo Crucificado están todos los crucificados que hay por las caminos de la existencia. Por eso aguardamos el cumplimiento de las promesas del Señor: resucitará el tercer día. Y entonces nuestra alegría será plena, dando sentido a todo lo que Jesús padeció por nosotros. Seamos consecuentes con el altísimo precio que Cristo pagó por salvarnos: su entrega total por amor, hasta morir con una muerte de Cruz.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 2 de abril. V de Cuaresma
A Jesús le hacen llegar una noticia: su amigo Lázaro, su querido amigo, en cuya casa de Betania se retiraba a descansar, está enfermo. Pero Jesús sabe que, en realidad, Lázaro ha muerto. Marta, hermana de Lázaro, reprocha a Jesús: «si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano». . Ante esa realidad Jesús pregunta y afirma. Pregunta si creen que Él puede cambiar la situación y Marta profesa su fe y Jesús afirma: «Yo soy la resurrección y la vida, quien cree en mí, aunque haya muerto vivirá y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre».
Jesucristo saca definitivamente de la muerte. Lázaro será un signo de cómo la Palabra tiene en sí misma la Vida que va más allá de la muerte y la destruye. La muerte no es lo definitivo. Por eso lo saca del sepulcro (aunque físicamente vuelva a morir). Está apuntando ya a su propia resurrección. Vive para siempre. Y esa es la tierra en la que Dios nos coloca. Ese es lugar que nos ha preparado Jesús. Y la experiencia de la resurrección, vivida ya en el Bautismo, todo lo cambia: relaciones y compromisos. Proyecto de vida y anticipación de la plenitud del Reino. Si no se vive aquí y ahora, no seremos signos para nuestro tiempo de esta novedad que la Resurrección de Jesucristo, la Pascua, otorga.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 26 de marzo. IV de Cuaresma
En este Domingo IV de Cuaresma, tradicionalmente llamado Domingo «de Laetare» (que significa «alegría»), vamos vislumbrando ya el final de la Cuaresma y pregustando el gozo de la Pascua. Y la liturgia nos regala hoy el relato de la curación del ciego de nacimiento. Es decir, Jesús da la vista a alguien que nunca antes ha visto nada, o bien, le da la luz a alguien que siempre ha vivido en la oscuridad. Pero, como en todo el Evangelio de San Juan, esta narración tiene un profundo significado para nosotros bajo el suceso histórico recordado por quienes fueron testigos oculares del milagro. Es decir, de lo acontecido surge una catequesis que nos interpela aquí y ahora.
El cristiano es el ciego que ha nacido a la luz por medio de los sacramentos. Quien ama y sigue a Cristo, camina iluminado por su luz, que disipa y vence a las tinieblas de nuestra existencia, que cura las cegueras que nos impiden encontrar el camino de la salvación. Pero, a la vez, el cristiano es luz en el Señor, es decir luz para los demás, luz que revela la verdad escondida en la materialidad del mundo, la presencia de la Palabra, del Amor de Dios, en el mundo. Pero también puede ser todo lo contrario: sus malas acciones serán motivo para que otros se adentren aún más en la oscuridad.
Si el cristiano vive conforme a los criterios del mundo ¿qué luz hay en él? ¿Qué luz puede ser para otros? Si, por un lado, cada domingo proclama el Credo que Jesús es el Señor, pero con su vida lo niega, el cristiano reduce la Verdad del Evangelio a una mera apariencia. Solo la acción buena, solo la acción justa, solo la acción realizada en la verdad, son dignas aquel que es luz, porque la acción buena da testimonio de que Cristo es la única Luz que puede iluminar las tinieblas del ser humano. Sé, pues, para todos, luz en el Señor.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 19 de marzo . III de Cuaresma
El encuentro con Jesús cambia la vida. Esto le pasó también a la mujer samaritana. Un encuentro que llegó a unos límites que la samaritana no podía imaginar: encontró al Mesías, quien miró la miseria de esa mujer con misericordia. La luz de Jesús se proyectó sobre su vida pecadora, y entonces esa vida se transformó en perdón y en anuncio de la Buena Noticia de Dios: su amor incondicional por nosotros, su abrazo que nos reconcilia con Él.
En el Pozo de Jacob, Jesús se revela como el agua que quita la sed para siempre. ¿A que sed se refiere? Que cada uno de nosotros se mire por dentro. ¿De qué tenemos sed realmente? ¿Con qué intentamos mitigarla? ¿Con posesiones, con éxitos, con efímeras conquistas? Solo Jesús nos quita esa sed de trascendencia, de vivir en plenitud.
También aclara Jesús a la samaritana y a todos nosotros cómo quiere ser adorado el Padre: en espíritu y en verdad. Es decir, adorarle desde nuestro corazón, desde nuestra conciencia, amarle entrañablemente. Y sin imposturas ni hipocresías, sin engaños ni justificaciones, sin egoísmos… Por el Bautismo somos templos vivos de Dios y un pueblo sacerdotal. Nos ofrecemos y ofrecemos a Dios la propia voluntad, nuestros proyectos. La vida entera. No es para menos: muy pronto conmemoraremos que Jesucristo, en la Cruz, entrega la suya para nuestra salvación.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 12 de marzo. II de Cuaresma
En este segundo Domingo de Cuaresma proclamamos en el Evangelio el relato de la Transfiguración del Señor. Vislumbramos la gloria. Se nos anticipa el cielo. De algún modo, recién iniciada la andadura cuaresmal, se nos deja entrever cuál es el final de la misma: la Resurrección de Jesús, realidad gloriosa que da sentido a nuestro caminar, el corazón de nuestra esperanza.
Como los apóstoles, Pedro, Santiago y Juan, a quienes eligió Jesús para llevarlos al Tabor y así tuvieran fuerza en la hora suprema de la Cruz y sostuvieran la fe de sus hermanos (aunque luego les pudo el temor, que solo será vencido cuando vean a Cristo Resucitado), contemplemos hoy la gloria de Dios. Contemplar, convirtiendo nuestros modos de ver en los modos de mirar De Dios. Contemplar, como impulso para la evangelización . Ahora nos toca a nosotros ser narración para los demás de una gloria que contemplamos en la Eucaristía por la fe en Cristo Jesús.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 5 de marzo. I de Cuaresma
¿No resulta un poco escandaloso? ¡El Hijo de Dios tentado por Satanás! Sí, hasta ese punto llega el amor de Jesucristo, que permitió incluso ser tentado, mostrándonos hasta ese punto cómo ha asumido nuestra humanidad, cómo ha cargado con nuestras debilidades. Sí, fue tentado como nosotros en todo, pero no pecó!
Las tres tentaciones del Evangelio de hoy, que siempre se proclaman en el Domingo I de Cuaresma, abarcan en realidad todo la vida de Jesús. Durante su vida terrena, Él tuvo que enfrentarse constantemente con gentes que le tentaban, le ponían a prueba insistentemente hasta la Cruz.La primera tentación se refiere a la ostentación del poder. La segunda, a la de llevar a cabo los planes de Dios de un modo distinto, es decir, buscar rodeos para hacer la propia voluntad. La tercera tentación nos habla de entender el Reino de Dios desde la clave del dominio, no desde el amor.
También nosotros somos tentados constantemente. La Cuaresma nos invita a revisar nuestra vida a que estemos prevenidos ante la tentación, optando siembre por Jesucristo y su Evangelio, porque sólo en Él encontramos la Vida plena y verdadera.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 26 de febrero VIII del tiempo ordinario
¿Verdaderamente confiamos en Dios? Una pregunta que nos suscita la lectura del Evangelio de este domingo, cuando Jesús nos dice que no podemos servir a Dios y al dinero. Por otra parte, Dios nos libera, y el dinero nos esclaviza, aunque da una sensación de seguridad que luego descubrimos que es efímera. Jesús nos invita a confiar en la providencia de Dios, a confiar en Él y ponernos en sus manos.
Quizás es difícil hablar hoy de la confianza en un Dios providente cuando vemos a tantos descartados por la crisis económica, por las guerras, por las corrupciones, las injusticias, el hambre… Hemos vuelto la espalda a Dios y nos hemos deshumanizado. Lo que importa es el dinero y a este ídolo sacrificamos a veces todo lo que tenemos. Pero el Señor, que no nos abandona nunca y nos ama hasta el extremo, nos ilumina para hacer frente a estas situaciones en la que servimos al dinero como si fuera nuestro amo. A las preocupaciones diarias les hemos de dedicar nuestra atención, pero dejando también que el Espíritu de Jesús nos ayude a encontrar soluciones. Lo importante es el reino de Dios y su justicia, y lo demás se nos dará por añadidura.
Nuestra fe nos dice que Dios no nos abandona. Él siempre es fiel a su amor. Él nos da la fuerza para afrontar las dificultades y sinsabores con las que nos encontramos a lo largo de nuestra vida. Por eso, confiemos en el Señor, que se nos hace presente para ayudarnos y nos da su fuerza en la Eucaristía.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 19 de febrero, VII del tiempo ordinario
¿Amar al enemigo? ¿Dejar que nos abofeteen? En el Evangelio de este domingo Jesús nos sitúa ante la radicalidad del amor de Dios. Pero nosotros tendemos a la revancha, a la venganza… porque optamos por la solución aparentemente satisfactoria y rápida, que sin embargo conduce a más violencia, es decir, a más pecado. Desde nuestra lógica, pensamos que amar al enemigo es imposible.
Miremos a Jesucristo Crucificado. Aparentemente ha fracasado ese amor radical. Pero resucitando de la muerte, nos ha mostrado que el camino que conduce a la plenitud de la vida: el amor de Dios que se entrega por nosotros. El odio y el rencor llevan a la perdición del alma, aunque nos parezca que consigan victorias, siempre efímeras y finalmente falsas. Amar al enemigo es renunciar al camino de hacer daño, es orar por la conversión de quien me quiere mal, es confiar en que Dios está al lado de los que buscan la paz.
Ahí está el ejemplo de María, de los Apóstoles, de tantos santos. De tantos cristianos de buen corazón que conocemos porque son cercanos a nosotros. Ellos, con su vida, nos enseñan que amar a todos es la única manera de construir un mundo nuevo en misericordia y justicia, como el Señor nos ha encargado.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 12 de febrero. VI del tiempo ordinario
Seguir a Jesús no es una teoría, sino que implica la vida entera. Él, como Mesías, viene a dar cumplimiento y plenitud a la Ley y los profetas, es decir, a la Antigua Alianza. Esto nos exige un compromiso personal y nuevo, que Jesús nos plantea a través de varios mandamientos de la Ley: no matar, no cometer adulterio, dar acta de repudio a la mujer en caso de divorcio, no jurar en falso, cumplir los votos al Señor.
Jesús amplía el contenido del precepto de no matar a las peleas, a los insultos… hasta la pureza de la ofrenda en el Altar, pues para ello hay que reconciliarse antes con el hermano. Incluso con el que te pone pleito, hay que hacer las paces cuanto antes. Sobre el adulterio y el divorcio, se había llegado a una situación en la que la mujer era la única pecadora y se disponía de ella a capricho. Jesús recuerda la dignidad de la mujer, tanto como la del hombre. Acerca del juramento en falso y el cumplimiento de los votos al Señor, Jesús nos enseña a tener la suficiente personalidad para decir sí cuando sea sí y no cuando sea no, es decir, nos enseña a vivir en la Verdad.
Que trabajemos para poder llevar todo esto a nuestra existencia y a la de nuestras familias, y así construir comunidades cristianas (la Parroquia, y en ella la Hermandad) cimentadas en el amor, en la fe y en la esperanza que solamente nos puede dar Jesucristo. Que Él nos otorgue su gracia para llevarlo a cabo.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 5 de febrero, V del tiempo ordinario
Jesús nos lo dice de forma muy clara: sus discípulos tienen que sal y luz. La sal da sabor y conserva los alimentos, pero si vuelve sosa, no sirve para nada, pierde su esencia. En la fidelidad y el amor al Señor, siempre seremos sal que ayude a los demás a percibir el sabor, es decir, el sentido de la vida: darnos cuenta de que somos hijos De Dios.
La luz no se puede esconder, porque entonces no alumbra. Jesús nos llama a que iluminemos desde lo alto de los montes de la existencia, es decir, esos momentos que se nos hacen «cuesta arriba», y que nos ocasionan conflicto, zozobra, tiniebla.
Todo cristiano, pues, tiene que ser sal de la tierra y luz del mundo. Ese es nuestro compromiso, que debemos testimoniar allí donde estemos: en la familia, en el trabajo, en la Parroquia, en la Hermandad… Pidamos a Dios Padre, por Jesucristo, nuestro Señor, que nos dé la fuerza del Espíritu Santo para poder llevarlo a cabo.
Queridos hermanos: Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro
Domingo 29 de enero, IV del tiempo ordinario
¿En qué consiste creer en Jesucristo? ¿Qué es eso la fe? Tal vez alguien nos haya hecho esta pregunta y no hemos encontrado las palabras adecuadas para responder. El Evangelio de este domingo las tiene: creer en Jesucristo consiste en buscar la bienaventuranza, es decir, la alegría y la bondad de Dios. ¿Y eso cómo se hace? Y el propio Jesucristo, el Señor, nos lo explica.
Hay que buscar la sencillez y la humildad, no la vanagloria. Tener esperanza en que Dios consolará cuando lloremos, y que heredaremos una tierra nueva aunque suframos. Buscar la justicia, hambrientos y sedientos de ella. Ser misericordiosos y limpios de corazón. Trabajar por la paz. Y si por todo ello nos persiguen, saber que es nuestro el Reino de los Cielos. Incluso alegrarnos si nos calumnian por causa de creer en Jesucristo.
Nada de lo anterior es fácil y por eso necesitamos la ayuda de la gracia del Señor en los sacramentos. En cualquier caso, optar por Él, creer en Él, es una buena noticia, una bienaventuranza. La fe nunca puede ser una carga. Al contrario: sólo en Jesucristo encontramos la verdadera libertad.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 22 de enero, III del tiempo ordinario
Cuando Jesús llama, no hace una convocatoria general. Cuando Jesús llama, lo hace personalmente, por nuestro nombre. Como a Pedro, Andrés, Santiago y Juan en la orilla del Mar de Galilea. Ellos le obedecieron generosamente. ¿Y nosotros? ¿Somos también generosos en la respuesta? Cuando el Señor llama, no hay tiempo para los retrasos y los condicionamientos. Hay que responder inmediatamente. Así lo hicieron aquellos primeros seguidores de Jesús. Esperemos que también nosotros seamos igual de diligentes.
Ya desde el primer momento, Jesús hace una comunidad a su alrededor, que la forman sus seguidores. A esta comunidad él mismo le marca la misión: la de anunciar el Evangelio. Pasarán a ser «pescadores de hombres». Dejaron la barca y las redes, y siguieron a Jesús.
Generosidad, inmediatez, confianza. Así es como hay que seguir a Jesucristo, quien desde entonces irá revelando a sus discípulos los misterios del Reino de los Cielos y preparándoles para ser los testigos del Evangelio. Una Buena Noticia que consiste en el amor misericordioso del propio Jesucristo, y que se expresará sobre todo en su Pasión, en su Muerte y en su Resurrección.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 15 de enero , II del tiempo ordinario
En este Domingo, Juan el Bautista nos presenta a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. No lo conocía, pero vio posarse sobre Él el Espíritu Santo. Juan da testimonio de que Jesús es el Hijo de Dios, para que sea creído por todo el que le escuche. Jesús nos dará, por el Bautismo, el Espíritu Santo, para que podamos compartir su misma vida, que es vida en abundancia.
El sacerdote, en la Santa Misa, pronuncia las mismas palabras de Juan el Bautista, cuando alza el Cuerpo de Cristo antes de la comunión. Que siempre acojamos como con fe esa presencia del Señor, real y sacramental, que se hace cercano para que crezca la vida en el Espíritu Santo que nos otorgó en el Bautismo. Y demos testimonio valiente y comprometido, como hizo Juan, proclamando abiertamente que el sólo Jesucristo, el Cordero de Dios, el Señor, es el Camino, la Verdad y la Vida.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual
Domingo 8 de enero, Festividad del Bautismo del Señor
Con la celebración de esta Fiesta del Bautismo del Señor se cierra el ciclo litúrgico de la Navidad. Jesús comienza su predicación y sus signos con los que inaugura la plenitud de los tiempos: llega nuestra salvación. Se acerca a recibir el bautismo de Juan en el Jordán para ya cargar con nuestros pecados, que serán también clavados en la Cruz. De esta manera, nuestra condición humana comienza a ser redimida, restaurada en su santidad, volviendo al origen cuando fue creada por Dios llena de bondad. Pero para que esta salvación acontezca en nosotros, debemos hacer de Jesucristo nuestra referencia constante y la clave de nuestro vivir y obrar. Más aún: debemos insertarnos en Él, como los sarmientos están en la vid. Y esto es posible por el sacramento del Bautismo.
Nuestra vida como creyentes en Jesucristo y discípulos suyos, bautizados también en su nombre, nos exige una atenta mirada a su persona y la encarnación de su Palabra en nuestra vida para continuar la misma obra a la que le impulsó el Espíritu Santo: construir el Reino de Dios instaurando la justicia y la paz.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 1 de enero, Solenmidad de Santa María Madre de Dios
Celebramos en este domingo, al coincidir con el día primero del año, el 1 de enero, la Solemnidad de Santa María Madre de Dios. Es la primera fiesta mariana que podemos constatar en la Iglesia occidental. Ponemos así este año que comienza en las manos amorosas e intercesoras de la Santísima Virgen María, con el título que le da el Concilio de Éfeso, celebrado en el 431: la Madre de Dios, la que dio a luz al Hijo de Dios.
El texto evangélico de hoy pone de relieve la grandeza de la fe de María y su total disponibilidad para ser la Madre del Mesías, nuestro Señor y Salvador. Esta maternidad no es algo simbólico, sino que pertenece al orden de la naturaleza, de la biología. Jesús es verdaderamente hombre, por lo que su nacimiento es completamente humano, y esta humanidad le viene por María, en su ser madre, con todo lo que ello implica más allá del simple parto. También tiene aquí un papel relevante José, que en cuanto padre terrenal también cumple una especialísima función en el cuidado, protección y educación de Jesús. Y todo ello en un ambiente, el de la Sagrada Familia, de fe, amor y humildad.
Pero al ser Jesús verdaderamente Dios, María es verdaderamente la Madre de Dios, al ser Madre del Verbo, del Hijo del Padre. Lo cual significa para María, ciertamente, un privilegio, pero también la necesidad de una actitud de acogida, de confianza en el Señor. Como nos dice el Evangelio, María conservaba todos estos acontecimientos meditándolos en su corazón. Pone toda su existencia en las manos del Señor mediante la oración y la aceptación reflexionada y serena.
Celebramos también la Jornada mundial de la Paz. Los los cristianos que debemos trabajar intensamente por la paz amenazada en el mundo, comenzando por nuestros ámbitos más próximos (la familia, los amigos, el trabajo… y también la Parroquia y la Hermandad).
Queridos Hermanos, Feliz Año Nuevo. Paz y Bien.
Domingo 25 de diciembre. Navidad
En el día de la Navidad contemplamos la profundidad que posee el misterio de la Encarnación. El prólogo del Evangelio según San Juan nos expone maravillosamente lo que celebramos hoy: el Hijo unigénito de Dios viene a este mundo y toma nuestra carne. Dios, en este día, no se ha comunicado con nosotros por medio de conceptos y elevadas doctrinas. Ha sido su Palabra la que se ha encarnado en su hijo Jesús, para que lo pueda comprender toda la humanidad sin hacer distinciones de ningún tipo. Y es que en el día de Navidad contemplamos que en Jesucristo, en la Palabra hecha carne, se puede aprender a vivir una vida tan verdadera, tan auténtica que, a pesar de nuestros múltiples errores, nos puede llevar a Dios.
Un misterio al que tenemos que acercarnos en silencio y de rodillas, porque ni nuestra inteligencia ni nuestro lenguaje son capaces de comprender y expresar de forma adecuada. Solo se puede acceder desde la fe. Porque todo el prólogo del evangelio de Juan es una invitación a profesar nuestra fe, en esa Palabra que se ha encarnado.
Queridos hermanos, os deseo de corazón una Feliz Navidad del Señor. Paz y bien.
Domingo 18 de diciembre. Cuarto de Adviento
Este Cuarto Domingo de Adviento quiere ser algo así como el “pregón” de las fiestas que se avecinan, porque el Señor ya está muy cerca. Estamos en un tiempo de espera ante su venida, una espera que sostiene nuestra esperanza en alguien que viene a dar sentido a nuestra vida abriéndonos a los horizontes de la vida eterna. No podemos dejarnos llevar por la inercia del caminar de un mundo que tiene otro lenguaje. Hemos de ir contracorriente, para no olvidar cual es el motivo de nuestra alegría y avivar nuestra fe como discípulos de Jesús.
Y en el Evangelio de este Domingo se nos revela la inmensa fe de José, el varón bueno y justo, que se fía de Dios y también de su esposa, María. Ellos, María y José, de forma sencilla, supieron acoger los planes de Dios que en principio no eran sus planes. Por eso son un modelo para todos los que nos consideramos creyentes que tantas veces actuamos llevados por nuestros intereses, sin preguntarnos si son conformes a la voluntad de Dios.
Este año coincide con el Cuarto domingo de Adviento el día en que tradicionalmente celebramos a María como Madre de la Esperanza. María ha estado siempre presente en medio de la iglesia. Desde su silencio supo recoger el proyecto de Dios para con nosotros entregándose a él de una forma responsable y adulta. Son pocos los datos que tenemos sobre la vida de María, pero son suficientes y muy expresivos. María en todo momento se muestra como mujer que se entrega a los planes de Dios en una actitud de silencio y humildad, acogiendo su Palabra y meditándola en su corazón. Desde esta postura, es el auxilio de los cristianos que han sabido ver en María no solo a la madre de Jesucristo sino también a la mujer madre nuestra. María con su entrega a Dios y al prójimo es el modelo de mujer comprometida por el Reino de Dios predicado por Cristo. Por eso no es exagerado ni está fuera de lugar la devoción que los cristianos de todos los tiempos sentimos hacia María, porque en todo momento han sabido ver en ella a la madre de todos los creyentes que nos acerca y ayuda a descubrir al Emmanuel, al Mesías, al Señor.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 11 de diciembre. Tercero de Adviento
Transcurre el tiempo de Adviento y poco a poco nos vamos acercando a la Navidad. Se trata de quitar los obstáculos, de allanar los senderos, para que el Señor venga. Estamos convencidos de que esto es lo que tenemos que hacer. La fe nos alumbra. Pero a veces la duda acompaña a la fe, como en el Evangelio de este domingo parece indicarnos la pregunta de Juan el Bautista: ¿eres tú o no eres tú el que ha de venir? Sí, desde luego la duda es compañera incómoda de la vida de los creyentes. Nos gustaría tener seguridades, pero el amor a Dios necesita ir acompañado de ese componente de riesgo y valentía que nacen de la libertad de decidir.
Jesús nos da una respuesta interpelante: mirad los signos del Reino. Mirad a los ciegos que ven, a los cojos que andan, a los sordos que oyen, a los mudos que hablan… y a los pobres que tienen esperanza, porque se les ha anunciado la Buena Noticia. Tendremos que hacer lo mismo nosotros cuando la duda atormente la fe. Sí, sabemos que el Señor viene, está viniendo, porque nos encontramos con Él en la Eucaristía, en los demás sacramentos, en la Palabra de Dios y en su presencia entre los pobres. Sí, sabemos que el Señor viene, está viniendo, porque la misericordia se hace vida, y descubrimos como somos curados de la ceguera de la soberbia y como caminamos al encuentro del necesitado sin la cojera del egoísmo. Es Jesucristo quien nos abre los labios para proclamar su alabanza y no estemos mudos por cobardía, y así anunciar su amor y su salvación. Y nos abre los oídos para que reconozcamos su Palabra, su voz de Buen Pastor.Sí, sabemos que el Señor viene porque nos impulsa a estar cerca de los pobres y hacerles presente el Evangelio.
El Adviento es tiempo de creer, confiar y esperar, a pesar de las dudas. Fijémonos en Santa María Virgen, nuestra Madre. Su ejemplo de fe y disponibilidad será la mejor preparación para recibir al Señor que viene, a Jesucristo, que pronto nacerá entre nosotros.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 4 de diciembre. Segundo de Adviento
En la liturgia del Adviento hay dos personajes que nos acompañan y nos sirven de ejemplo: la Santísima Virgen María y San Juan Bautista. Los dos prepararon intensamente la venida de Jesús. María lo concibe en su corazón y en su seno, por su fe y disponibilidad ante los planes de Dios. Juan exhortará al pueblo de Israel a convertirse de sus pecados.
El Evangelio de hoy nos muestra esa predicación de conversión de San Juan Bautista, con un mensaje sencillo y claro: «Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos». La conversión es necesaria para que el Adviento cale en nosotros y podamos vivir la Navidad, es decir, conmemorar el nacimiento de Jesús, de forma profunda y auténticamente alegre. Convertirse es cambiar a mejor nuestra existencia, pidiendo perdón al Señor por nuestros pecados y siguiéndole cada vez más de cerca, con el Evangelio como referencia permanente.
No nos dejemos atrapar por el consumismo desenfrenado que nos despoja de la verdad del Adviento. Preparemos los caminos del Señor con la esperanza que nos trae María, nuestra Madre.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 27 de noviembre . Primero de Adviento
Comenzamos el tiempo de Adviento, la preparación para celebrar la venida del Señor, entendiendo esta celebración como tener presente la que tendrá lugar al final de los tiempos (a la que se dedican los dos primeros domingos) y como conmemorar su nacimiento entre nosotros (los dos domingos siguientes). En cualquiera de los dos casos, el Adviento es tiempo de espera, de conversión y de preparación.
En nuestra experiencia humana, se puede esperar de dos maneras. Podemos esperar, por ejemplo, en la cola del autobús, y entonces nos limitamos a que el tiempo pase, y lo máximo que hacemos es leer un libro, un periódico o mirar el móvil, por ejemplo. Se trata de una espera pasiva. Pero hay otra forma de esperar, como cuando un amigo viene a tu casa. Entonces, todos los preparativos son pocos. Es una espera activa.
El Adviento es una espera activa. Viene el Señor, y Él mismo nos dice en el Evangelio de este domingo nos dice en el Evangelio de este domingo que estemos preparados ¿Cómo? Pues procurándonos un corazón limpio, libre, buen dispuesto a amarle y seguirle. Por eso, el Adviento es también tiempo de conversión. No caigamos en las tentaciones consumistas, que nos acechan cada vez más y que nos esclavizan. Para preparar la venida del Señor, el corazón también ha de ser generoso, estar lleno de misericordia.
Imitemos a María, muestra Madre, para encontrar la verdadera esperanza. Así, la próxima Navidad será, verdaderamente, una ocasión de encuentro con el Señor.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 20 de noviembre festividad de Cristo Rey
Con la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, terminamos el Tiempo Ordinario de este Año Litúrgico, el tiempo en el que hemos ido recorriendo la vida y el ministerio de Jesús. Así pues, concluir este recorrido reconociendo a Jesucristo como Señor de toda la creación, es como la culminación de toda nuestra experiencia creyente, formada, regada y crecida en el año que concluye en la escucha de la Palabra de Dios y en la celebración de la Eucaristía y los demás sacramentos, especialmente el de la Reconciliación en el Año Jubilar de la Misericordia, que ya se cierra en la Iglesia universal.
En una aparente paradoja, el Evangelio de esta Solemnidad nos presenta a Jesucristo en la Cruz. ¿Cómo puede ser Rey del Universo un reo en la Cruz? Porque es un Rey de verdad, ya que su Reino es la verdad, el poder más grande que transforma al ser humano para devolverle su original condición: el reino del amor, del perdón, de la justicia, de la misericordia. Jesucristo es el único Rey porque sólo en Él está la salvación.
En este sentido, debiéramos asumir e imitar la actitud del ladrón que, crucificado junto a Jesús, consciente de que ha encontrado al Mesías aunque haya sido en el último instante de su existencia pecadora, le pide que le lleve a su Reino. Si vivimos en esa esperanza, en ese amor grande al Señor, fiándonos de sus promesas, también podremos, por su infinita misericordia, ser invitados al paraíso.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 13 de noviembre XXXIII del tiempo ordinario
Las palabras de Jesús en el Evangelio de este domingo no son para atemorizar o aterrar a los que lo leen o escuchan. Ante el anuncio del fin del mundo, el Señor nos hace una promesa: Él está con nosotros, hasta el punto de que ni un pelo de nuestra cabeza caerá. Si perseveramos en la fe, en la esperanza y en la caridad, por muchas tribulaciones que tengamos que pasar, salvaremos nuestras almas.
Jesús nos avisa de que amarle y seguirle nos acarreará dificultades, pero esto nos dará ocasión de dar testimonio. Si bien habrá persecuciones, cárcel, traiciones y muerte, la promesa de la salvación es más fuerte y verdadera que todo eso. Podemos, pues, vivir en paz, aunque el mundo tenga un final, como tuvo un principio al ser creado por Dios de forma libre y amorosa. La espera confiada en las promesas del Señor no excluye el compromiso cristiano, sino que más bien lo motiva y potencia. Que todo sea ocasión para dar testimonio de nuestra fe y amor a Jesucristo.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 6 de noviembre XXXII del tiempo ordinario
En el evangelio de este domingo, Jesús responde a una «pregunta-trampa» ridícula por parte de los saduceos. Ridícula, porque intenta poner en ridículo a Jesús. Los saduceos se caracterizaban, entre otras cosas, por negar la vida después de la muerte. Los fariseos, pensaban que la vida después de la muerte sería como la de ahora. Y de ello se burlaban los saduceos que solamente creían en esta vida terrenal. En ambos casos, un mundo sin fin, sin consumación. Y, por lo mismo, un mundo donde el sufrimiento, la muerte, el pecado y la infelicidad, nunca serían vencidos.
El Dios que se reveló a Moisés en la zarza ardiendo de Sinaí es un liberador: liberador del pueblo de la esclavitud y es liberador de la esclavitud que produce la muerte. De ahí que Jesús proclame con fuerza que Dios es un Dios de vivos, no de muertos. Para Él todos están vivos, dice Jesús. Hemos sido creados para la vida y no para la muerte. Por eso precisamente, cada Lunes Santo, los nazarenos de Vera+Cruz salen a la calle para manifestar la vida que nos regala el Señor muriendo en la Cruz, asumiendo nuestra finitud y nuestro pecado. Y por eso precisamente, cada Domingo de Pascua, la Iglesia proclama al mundo entero que por la Resurrección de Jesucristo, todos resucitaremos. Esta es nuestra fe y nuestra esperanza. Bendito sea Dios, que nos da la vida en plenitud.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 30 de octubre XXXI del tiempo ordinario
El pasaje evangélico de este domingo es la narración de un encuentro decisivo para un hombre de baja estatura, llamado Zaqueo. Sí, porque este hombre encontró a Jesús. Aunque lo cierto es que este encuentro es posible por la iniciativa del propio Jesús, quien desea rescatar a alguien, Zaqueo, que está perdido, considerado pecador por aquella sociedad y, al mismo tiempo despreciado por colaborador de Roma. Por otra parte, Zaqueo busca a Jesús y, convencido de que no puede acceder directamente a Él, al menos quiere verle pasar aunque sea desde la altura de una higuera. Tal vez teme encontrarse directamente con Jesús y por eso se sube a aquella higuera desde donde contemplarle a distancia.
Parece que a Jesús no le pasa inadvertida su actitud y, frente a la postura de desprecio de los demás, Él se acerca y se autoinvita a comer en su casa. Y es en esa comida donde tiene lugar el encuentro en profundidad con Jesús y es lo que ocasiona la conversión de Zaqueo. Ignoramos cuál fue el tema de conversación de aquella comida, pero sí conocemos los frutos de la misma. Jesús habló y Zaqueo se dejó interpelar por sus palabras. El fruto de aquella conversación es que Zaqueo pudo, tras ello, sacar lo mejor de sí mismo: donde había injusticia, fraude y egoísmo, van emergiendo justicia, reparación y generosidad sobreabundante.
Y Jesús dice, en respuesta al arrepentimiento y la conversión de Zaqueo: “hoy ha sido la salvación de esta casa”. La salvación que ofrece Jesús no surge automáticamente: comienza por descubrir nuestra verdad más profunda. El encuentro personal con Jesús nos revela lo que realmente somos. Sólo tras el encuentro con Jesús, Zaqueo empieza a ser él mismo. Jesús con su presencia ha rescatado al que, sí, estaba perdido, pero que era también hijo de Abraham.
Cada domingo, como comunidad cristiana, como Iglesia, vamos a la Santa Misa a encontrarnos con Jesús. De ese encuentro ha da salir la conversión que, poco a poco, vaya sacando de nosotros la verdad de nuestra existencia y que se ve anegada, muchas veces, por lo superficial y materialista del mundo. Esa verdad es nuestra identidad auténtica y profunda: somos hijos de Dios, que nos da la vida eterna junto a Él si recorremos el camino del amor, la justicia y la misericordia.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 23 de octubre XXX del tiempo ordinario.
Hoy es el Domingo del DOMUND, para rezar por los misioneros y ayudarles con nuestro donativo. Y, precisamente, el Evangelio de hoy nos ilumina sobre cómo debemos rezar. Jesús utiliza la parábola del publicano y del fariseo para enseñar a todos los que le escuchan cuál es la oración grata a Dios, cuál es la oración que Dios escucha y por ello cuál la que consigue la justificación y la salvación del hombre. Jesús muestra estos dos personajes tan diversos y contrastados para hacer captar al oyente por sí sólo su enseñanza. Puede ser que en nuestra vida no nos encontremos con situaciones tan extremas pero sí que en muchos momentos seamos bastante parecidos al fariseo erguido y en demasiadas pocas ocasiones similares al publicano contrito.
La gran diferencia entre ambos es que uno no necesita más que a sí mismo y el otro sólo busca la misericordia de Dios. El fariseo repasa sus méritos, los describe, los numera y así se contempla a sí mismo intachable ante el creador. Puede hacerlo en el templo o en su casa sólo, el lugar sacro es lo de menos. Al no postrarse físicamente ante Dios deja claro que no necesita de su acción, que no ve su vida como necesitada de su misericordia. El publicano abre su vida a Dios, a su misericordia. No expone sus méritos sino que deja espacio a Dios para que actue. Abre su vida vacía al creador para que se llene de su acción regeneradora. La gloria del fariseo es su vida presente mientras que la gloria del publicano es la futura por la acción de Dios. La acción de gracias del fariseo no deja de ser un ejercicio de autocomplacencia donde Dios no tiene espacio, mientras que la petición de misericordia del publicano es el silencio del hombre ante su creador que implora la eficacia de su perdón. La humillación del publicano deja a Dios ser Dios mientras que la soberbia del fariseo simplemente expresa su no necesidad de misericordia. Por ello la gloria de la justificación de Dios se hace eficaz en quien como la viuda lo pide y no puede hacerse presente en quien como el fariseo la ignora.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 16 de octubre XXIX del tiempo ordinario
La parábola del juez y la viuda es una invitación de Jesús a que confiemos en Dios a través de la plegaria, la oración. ¿Se puede ir por el mundo con esa confianza en Dios? ¡Claro que sí! La respuesta debemos ofrecerla desde nuestra experiencia personal, desde nuestra experiencia cristiana. Y tendrá pleno sentido esta acción de Dios frente a muchas situaciones que debemos vivir en la más íntimo, sabiendo que mientras otros nos despojan de nuestra justicia, de nuestra dignidad y de nuestros derechos, Dios está con nosotros. A muchos es posible que no les valga esta experiencia personal en la que Dios nos hace justicia, pero en otros muchos casos será una victoria interior y dinámica de la verdad que buscamos.
Una buena ocasión para preguntarnos por la cantidad y la calidad de nuestra oración: ¿hablamos con nuestro Padre Dios? ¿Con qué frecuencia? ¿Con qué actitud? Como en las relaciones humanas, será imposible que amemos a Dios si no hay diálogo, comunión y afecto. Aprendamos de la Virgen María a orar a Dios desde el silencio atento y la humildad, con esperanza y con fe.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 9 de octubre XXVIII del tiempo ordinario
La pregunta no la podemos evitar: ¿dónde están los demás? La palabras de Jesús en el evangelio de este domingo nos mueven hoy a pensar en la importancia que alguna vez tienen los números: ¿no han quedado limpios los diez leprosos ¿los otros nueve, dónde están? De diez sólo una décima parte, sólo uno, ha vuelto a Jesús para dar gloria al Padre, en cuyo nombre ha obrado el milagro de la curación como signo del Reino de los Cielos. Y encima, el que ha vuelto es el que menos «obligado» estaba: el samaritano. Esto nos muestra que nuestra pertenencia a una tradición, a una hermandad, a una parroquia… no nos exime nunca del deber de la gratitud y de dar gloria a Dios de forma explícita y con la frecuencia que el Señor merece. La acción de gracias no es algo que se dé implícitamente, sino que debemos concretarlo en expresiones de alabanza a Dios, de quien todo recibimos.
Esa pregunta de Jesús sobre dónde están los demás nos interpela sobre nuestra actitud misionera. ¿No será que debemos ir en su busca, para recordarles que son especialmente convidados al banquete del Reino todos los que fueron salvados por Jesús, le conocieron y después no volvieron? Por eso, el número, a veces, sí importa. Mientras falte uno, siempre tendremos que ser «Iglesia en salida», buscando a los que Jesucristo mira con misericordia e invita a dar gloria a Dios.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 2 de octubre XXVII del tiempo ordinario
La fe es un don de Dios que hemos de pedir constantemente para nosotros y para los demás. Tenemos que hacer nuestro el ruego de los apóstoles a Jesús: “Auméntanos la fe”. No se trata de “cantidad», sino de «calidad”. Así es como la fe nos ayuda a dar sentido a nuestra vida y a tomar postura ante los acontecimientos que nos rodean. Es una verdadera fe, grande o pequeña, pero comprometida no solo un rato, sino en todo momento y circunstancia de nuestra vida, en casa, en el trabajo, en la calle, en los momentos a legres o en los momentos de dificultad y tristeza. Es la fe que no nos aísla del mundo que nos toca vivir, sino que nos ayuda de una manera comprometida a realizar el proyecto de Dios, porque el creyente vive en la fe y en el amor a Jesucristo.
La fe no es un acto ni una serie de actos, sino una actitud personal fundamental y total que influye en toda nuestra existencia. Dios es el que hace que sea posible esa actitud. No podemos atribuirnos ningún mérito ante Dios. No se trata de tener a Dios a nuestro servicio, sino que hemos de ponernos nosotros plenamente al servicio de Dios con humildad: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Así es como viviremos la fe como algo recibido gratuitamente de Dios y como algo que nos ayuda a no robar la gloria de Dios con nuestro actuar.
La celebración de la Eucaristía es para nosotros el encuentro con el Señor y los hermanos para poder vivir la fe y alimentarla con la Palabra de Dios. Así es como el don de la Fe crecerá en nosotros con una calidad que nos impulsará a dar testimonio de ella, allí donde a cada uno nos toca vivir.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 25 de septiembre XXVI del tiempo ordinario
Jesús expone a sus discípulos, es decir, a nosotros, en el Evangelio de este domingo, una parábola directa, punzante, interpelante. La parábola de Lázaro y el rico es una historia ejemplar, y, al igual que todas las parábolas, invita a la conversión y a obrar bien. Pero, más aún, es un ataque a las injusticias perpetradas en el mundo por la distribución desigual de la riqueza, y, al mismo tiempo, una llamada a que los ricos se decidan a repartir con todas las víctimas de la indigencia… por la cuenta que les tiene. De aquí surge una conclusión: Dios, sin ningún genero de dudas se decanta del lado de los pobres, de los que han sufrido injusticias. Aquellos que se han aprovechado del prójimo no tienen cabida en la vida eterna, representada, por cierto, por Abraham (el primer creyente, el primero que escuchó la llamada de Dios) como para indicarnos que la premisa de la justicia y la caridad están en el fundamento de la fe, no es algo añadido o sobrevenido.
Hemos de unir esta parábola a las que hemos proclamado con anterioridad, en las que Jesús nos hablaba de la misericordia. ¿Hay contraposición entre justicia y misericordia? El Señor nos enseña que no. Es cierto que la misericordia, con su gratuidad, supera a la justicia, pero no hay ausencia de justicia en la misericordia. Podría decirse que son dos escalones del camino que nos lleva a Dios: la justicia es un escalón inferior que, de todas maneras, hay que subor para alcanzar la misericordia y así seguir a Jesucristo. Pero no nos podemos saltar el primer escalón.
Si Dios sólo fuera justo con nosotros, poco podríamos esperar de Él, dadas las faltas de fidelidad y justicia que recibe de nuestros pecados. Pero Dios es compasivo y misericordioso, nos ama con «desigualdad», hasta el punto de entregarnos a su propio Hijo para nuestra salvación. Así pues, busquemos la justicia, pero avancemos hacia la gratuidad, la generosidad y la misericordia, ese amor que, de manera tan desbordante recibimos del Señor.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 18 de septiembre XXV del tiempo ordinario
El Evangelio que proclamamos en la Misa de este domingo trata de un administrador, de un hombre que en su gestión se beneficia del dinero que administra. El amo al enterarse de su forma de actuar, decide despedirlo. El administrador, al reflexionar sobre su futuro, no encuentra más salida que llegar a un acuerdo con los deudores del amo para no verse en la calle, y empieza a maniobrar con ellos rebajando la deuda, de forma inmoral. Pero Jesús, curiosamente, parece alabar las maniobras de este administrador tan listo. Y es que los cristianos debemos ser también sagaces, listos, para que los hijos de las tinieblas no sigan sembrando de oscuridad el mundo. La bondad y la misericordia no están reñidas con la audacia, el correr riesgos y el buscar maneras imaginativas para anunciar el Evangelio de Jesucristo, la salvación a los hombres.
La parábola finaliza con un mandato del Señor: no podéis servir a dos amos. Si sirves a Dios, no puedes ser esclavo del dinero, de los bienes, de lo material. El discípulo de Jesús ha de tener claro dónde ha puesto su corazón. No es que Jesús condene el dinero, en cuanto está al servicio del bien y de la justicia. Sí condena el poder del dinero que propicia situaciones personales de adicción o dependencia de lo material, difíciles de superar, que acaban muchas veces anulando a la persona y que nos impiden ver en Dios a nuestro Padre.
El Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica «Evangelii Gaudium», nos avisa De la idolatría del dinero, que nace de un consumo exagerado (y que no lo evita la crisis económica, o sea la imposibilidad de adquirir, sino una verdadera conversión del corazón). De una forma sutil, el dinero nos crea necesidades que nos dominan y deshumanizan, y nos hace ignorar a los necesitados.
Frente a la dictadura del dinero, hagamos una conversión a Dios y a su misericordia. Porque sólo en Él encontramos la verdadera vida, la verdadera esperanza, el,verdadero amor que necesita el alma.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 11 de septiembre XXIV del tiempo ordinario
Estas parábolas del evangelio de este domingo son, por así decirlo, la luz de este Año Jubilar de la Misericordia: impulsan la vida, el ardor, la fuerza y la predicación de la Iglesia para anunciar a Jesucristo, el rostro de la misericordia del Padre. Porque nos cuentan cómo y cuánto le importamos a Dios, y qué grande es su amor para con los pecadores y abandonados.
Sí, así es el Señor: capaz de dejar noventa y nueve ovejas para buscar una que se ha perdido, sin cálculos de rentabilidad o riesgo. Como si esa oveja perdida fuera de todo. Dios te busca a ti, personalmente, en tu historia, en tu miseria, en tu desorientación. Sí, así es el Señor: pone patas arriba una casa para encontrar una moneda, pone patas arriba el universo para encontrarte. Siente una inmensa alegría cuando recupera a los perdidos, se preocupa personalmente de cada uno de nosotros. Sí, así es el Señor.
Conociendo esto, estremece aún más que el Hijo de Dios muriera en la Cruz por nosotros, porque lo hizo por ti, solo por ti, como si no existiera nadie más. Bendito sea el Señor, porque es eterna su misericordia.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 4 de septiembre XXIII del tiempo ordinario
Seguir a Jesús conlleva exigencias y podríamos decir que a veces parece una apuesta arriesgada. Pero es mucho más cierto que solo en Él hallamos nuestra salvación, la vida verdadera, que pasa por despojarse de lo que nos lastra y nos aleja del Señor. El relato evangélico de este domingo nos habla de algunas de esas exigencias: la familia, la cruz y la elección de la propia existencia.
La familia constituye el espacio natural en que nacemos y nos desarrollamos. Pocas instituciones tienen un valor tan alto. No obstante, Jesús no la absolutiza ni la banaliza. Las relaciones familiares, que son nuestro ámbito propio para el crecimiento en libertad, a veces son también una trampa que acaba oprimiendo a sus miembros (un ejemplo doloroso sería el de los malos tratos o la violencia en la familia). Por eso, Cristo ilumina nuestra relación con la familia para que sea no una carga, sino una fuente de amor y libertad evangélica.
La cruz es el símbolo del sufrimiento, tantas veces inevitable. Pero la cruz de Jesús es algo más: expresa el desprecio a quien es diferente, a quien con su modo de vivir y de obrar cuestiona tantos convencionalismos, inercias y comodidades. Vivir como creyente incomoda frecuentemente en este mundo, porque los valores son distintos. Tomar la cruzo seguir a Jesucristo, como nos indica el lema de nuestra Hermandad, es hacer que su vida sea la nuestra, es amarle y amar a los demás, es edificar un nuevo mundo con misericordia. Sí, es exigente… pero merece la pena.
Y en todo esto Jesús nos pide que actuemos con decisión, manteniendo los compromisos con Dios, como Él mantiene su fidelidad con nosotros, incluso muriendo en la Cruz para el perdón de nuestros pecados y por nuestra salvación.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 28 de agosto XXII del tiempo ordinario
¿Será difícil que pongamos en práctica lo que Jesús nos enseña este domingo en el Evangelio? Se trata de la humildad. Surge una pregunta: ¿por qué para ser un buen discípulo de Jesús es necesario ser el último, el servidor de todos? ¿No es una falsedad aparentar lo que no se es? Al menos eso nos enseña el mundo, donde la competitividad está presente en todos los ámbitos y se nos exige ser los campeones de todo, incluso pasando por encima de quien haga falta o usando métodos no permitidos.
No cabe otra explicación que el mismo misterio de la condescendencia divina: Jesús, el Hijo de Dios, siendo todopoderoso, ha tomado nuestra carne, nuestra frágil humanidad y se ha hecho uno de nosotros. Siendo rico, se ha hecho pobre para darnos la vida eterna. La parábola de los primeros y los últimos puestos en un banquete le sirve a Jesús para poner de manifiesto la humildad. El marco de esta parábola es la de un sábado en que Jesús es invitado a casa de un fariseo. Los fariseos no gozan de buen nombre en el evangelio, entre otras cosas por ese perfeccionismo egoísta completamente opuesto a la humildad.
Entonces, ¿no es bueno aspirar a ser el primero, el mejor, el más perfecto? Si lo miramos desde la perspectiva de los deportistas en los Juegos Olímpicos parecería que no es muy acertado pesar esto. ¿Seguro? Sabemos que solamente gana uno, si, pero la verdad es que muchos deportistas nos dan la lección de que es tan importante participar como ganar.
De alguna forma esto lo podíamos aplicar a la vida cristiana: todos valemos en la Iglesia, en nuestra Parroquia, en nuestra Hermandad. Todos tenemos algo positivo, algo que aportar y compartir, algo bueno. No importa ser los primeros si ser el primero nos lleva a ser arrogantes e inmisericordes. Por eso el Señor nos dice que no invitemos o compartamos nuestra amistad con los que nos van a pagar, sino con aquellos que no pueden responder a nuestra generosidad. El que es humilde es generoso, es misericordioso con los otros. Y esa es la razón por la que la humildad cristiana es actitud sabia y principio de amor, y encuentra su fundamento en Jesucristo, quien nos lo dio todo desde la humildad más profunda: desde su Santa y Vera Cruz.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 21 de agosto XXI del tiempo ordinario
El Señor, en el evangelio de este domingo, abre nuestra estrecha y mercantilista mentalidad. La salvación es la comunión con Dios, aceptar su amistad y corresponder a su amor, que se expresa también en el amor al prójimo. Amar por amar, podríamos decir, no por esperar una compensación a cambio.
Debemos aprender a recibir la salvación como una gracia de Dios, como un regalo, y a estar dispuestos a compartir este don con los demás. Los que quieren “asegurarse” previamente la salvación mediante unas reglas fijas de comportamiento no han entendido nada de la forma en la que Dios actúa. Por eso, Jesús no reconoce a los que se presentan con señas de identidad legalistas, que ocultan un cierto egoísmo y se quieren garantizar la salvación previamente como se tratara de un salvoconducto inmutable e intransferible. Debemos afirmar rotundamente: si la salvación no sabemos recibirla como una gracia, como un don, no entenderemos nada del Evangelio. Sigamos a Jesucristo, amándole y amando al prójimo, valorando que Él es lo más importante de nuestras vidas.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 14 de agosto XX del tiempo ordinario
¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división». La sangre de su cruz de Jesús establece la reconciliación y la paz entre todas las cosas y entre los hombres y Dios. La paz sintetiza, de alguna manera, todos los bienes de la salvación. ¿Cómo entender entonces estas palabras? En la Biblia hay diversos géneros literarios y uno de ellos es el uso de la paradoja, un recurso para suscitar el posicionamiento sincero de una persona. Jesús, que es el Príncipe de la paz, afirma que no ha venido a traer la paz. Cuando Jesús pide, como condición para seguirle, que hay que negarse incluso a sí mismo, o cuando dice que no es digno de él quien no le prefiere, incluso a los seres familiares más queridos, está suscitando una elección radical. En una misma familia puede haber miembros que se deciden por el seguimiento y otros no. ¿Qué ocurre entonces? Que se produce una criba, una división, resultado de la opción tomada por el discípulo que decide seguirle. Es decir, el seguimiento de Jesús provoca muchas oposiciones.
Es, por tanto, una verdad extendida por todo el evangelio que la persona, las palabras y los gestos de Jesús, que vino a establecer la definitiva paz entre los hombres, y entre Dios y los hombres, de hecho lleva consigo la división por la exigencia de la opción tomada frente a él. División no querida, pero inevitablemente producida. Jesús es un valor absoluto que está incluso por encima de la sagrada institución de la familia. Este evangelio sigue siendo vivo hoy, pero encuentra no pocas dificultades. No es fácil compaginar la seriedad del seguimiento de Jesús, así presentado y planteado, y la cultura de los hombres de hoy. ¿Hablaría de la misma manera? ¿No tiene la Iglesia, es decir, la comunidad de los discípulos de Jesús, que adaptarse a los tiempos y usar un lenguaje «políticamente correcto»? La respuesta es que el Evangelio es único. Y que Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 7 de agosto XIX del tiempo ordinario
Qué mensaje más rotundo, hermoso e interpelante nos deja hoy el Señor en el Evangelio: «donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón». Y nos invita a vigilar, es decir, a esperarle, que no es otra cosa que poner nuestra esperanza solo en el Señor. Lo que implica no poner nuestro corazón en los poderes y las riquezas.
Los cristianos no podemos desear tener las mismas cosas que desean y tienen los poderosos de este mundo. El Reino de Dios exige otros comportamientos. Hemos de asumir la responsabilidad de saber y enseñar que la vida tiene una dimensión espiritual, trascendente. Y atrevernos a ponernos en las manos de Dios. Eso no es una huida de lo que hay que hacer en este mundo. Pero, por otra parte, tampoco ignoramos que nos un día vendrá Jesucristo, como el amo que viene a su casa, y verá si los criados le hemos sido fieles. Nosotros, mientras, administramos, trabajamos, ayudamos a los más pobres y necesitados, como una responsabilidad muy importante que se nos ha otorgado. Que nuestro Señor Jesucristo nos ilumine y ayude para llevar adelante esa tarea.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 31 de julio XVIII del tiempo ordinario
Jesús, en el evangelio de hoy, invita a no vivir pensando solamente en uno mismo, actitud propia del rico. La sensatez, la justicia, la solidaridad, y en último extremo, la caridad, serán razón de felicidad para uno y para los otros. Las riquezas endurecen el corazón y apartan de los hermanos. Es el peligro al que estamos expuestos si no vemos en el prójimo a Dios. La verdadera riqueza nace de la experiencia de Dios en cada uno.
Vivimos en un mundo donde la codicia y la avaricia incluso han provocado una gran crisis económica que está haciendo sufrir a muchas familias. El Señor nos dice que quien se afana por las cosas de este mundo y no por lo que Dios quiere, al final, ¿cómo podrá llenar su vida? ¿Cómo se presentará ante Dios? La acumulación de riquezas, pues, es una injusticia y la injusticia es contraria al Reino de Dios. Por lo tanto, este evangelio es una llamada clara a la solidaridad con los pobres y despreciados del mundo; una llamada a compartir con los que no tienen.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 24 de julio XVII del tiempo ordinario
Uno de los grandes tesoros que tenemos los cristianos, y no sé si suficientemente apreciado, es la oración que Jesús nos enseñó: el Padrenuestro. ¡El mismo Dios nos enseña qué tenemos qué pedirle! En el proceso catecumenal previo al bautismo de adultos, existe un rito en el que se entrega el Padrenuestro, porque verdaderamente es un don del Señor.
Sin la oración, nuestra fe es mera declaración de intenciones. Porque orar es comunicarse con Dios, como hablan dos amigos de sus cosas o un hijo con su padre o madre de los asuntos familiares. Orar es conversación, encuentro, diálogo con el Señor, que Él se digna acoger de corazón. Desde este punto de vista, la oración cristiana supone comunión de pensamientos, intereses y objetivos de vida, entre Dios y el hombre. Lo cual implica a su vez intimidad, confianza, abrir el corazón y coincidencia en las aspiraciones primordiales del orante con Dios.
Al enseñarnos a orar con el Padrenuestro, Jesús nos enseña la mejor forma de entrar en comunión con el Padre y con su voluntad de amor, con lo que Él quiere y tiene preparado para nosotros en la historia personal de salvación. La oración cristiana es de alguna manera un abrazo con Dios, que nos ama, y un decírle «sí» a su voluntad, al estilo de la filial y creyente disponibilidad de la Stma. Virgen María.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 17 de julio XVI del tiempo ordinario
En no pocas ocasiones, el episodio del encuentro del Señor con Marta y María ha sido utilizado para ilustrar un pretendido antagonismo entre la dimensión contemplativa de la fe (el estar sentados a los pies del Señor) y la praxis evangélica, concretada en el servicio. Más aún, a afirmar una pretendida superioridad de la primera sobre la segunda.
Hoy sería más adecuado entender las palabras de Jesús como una propuesta de integración de estas dos dimensiones imprescindibles en una vida creyente que quiera denominarse plena.
Colocados a la escucha de la Palabra de Dios, lejos de desentendernos de la realidad, descubrimos que toda actitud de servicio que se entienda a sí misma como cristiana, no puede más que proceder de la intimidad con el Maestro, en cuyas palabras escuchamos también el clamor de nuestros hermanos. Esa disposición a la escucha es condición necesaria de una contemplación que ha de verificarse en la calidad de nuestro empeño en la construcción del Reino de Dios. Para eso nos ha llamado Jesucristo, invitándonos a tomar la cruz y seguirle.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 10 de julio XV del tiempo ordinario
La lectura del evangelio de hoy, la magnífica parábola de “el buen samaritano” bien podría ser un resumen de todo el evangelio, Nos pone de relieve que el amor, la compasión, la generosidad, la misericordia de Dios hacia el necesitado. Esta parábola que nos narra Jesús nos está revelando, a la vez, la interioridad del corazón de Dios. Para los que queremos amar y seguir al Señor son los valores que han de marcar nuestra vida. Jesús vivió de manera plena esos valores, como cabeza del cuerpo que es la Iglesia. Y La iglesia debe se hoy el referente de esos valores: ser una Iglesia samaritana.
En la parábola, los personajes del sacerdote y el levita son muy observantes de las leyes religiosas pero analfabetos en misericordia. El samaritano, tal vez es suspenso en el cumplimiento de las leyes religiosas pero es sobresaliente en compasión. Los papeles del sacerdote, el levita y el samaritano se pueden repetir en nuestras comunidades cristianas hoy. La iglesia ha de ser samaritana; y las personas y las comunidades. Una iglesia no samaritana sería una Iglesia muy cuidadosa por una buena teoría religiosa y muy amante del culto, pero que, cuando en la vida se presentan situaciones humanas comprometidas, da un rodeo, se refugia en el templo, e ignora la compasión. El Papa Francisco habla con frecuencia de la necesidad de superar este desfase poniendo por delante siempre la misericordia y la compasión. Precisamente lo que hizo el buen samaritano.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 3 de julio XIV del tiempo ordinario
El evangelio de este domingo es una llamada del Señor para que todos seamos misioneros, evangelizadores. No puede ser de otra manera. Debemos anunciar a Jesucristo, la Buena Noticia que ha transformado nuestras vidas. ¿Cómo no compartir este don? No sólo estamos llamados a seguir a Jesús, sino a hablarle de Él a los demás. Y el anuncio de Jesucristo se hace con humildad y caridad, pero con verdad.
Los discípulos, dice nuestro pasaje evangélico de hoy, volvieron del envío misionero de Jesús llenos de alegría. Es la alegría del evangelio, que somete a todos los demonios del mundo, vencidos por la bondad radical de Jesucristo. Es la omnipotencia de su amor redentor, que se hace universal en la Cruz y en la Resurrección. Amemos, pues, a Jesucristo, sigámosle sinceramente, pero también anunciemos su Palabra confiando en la fuerza del Espíritu Santo.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 26 de junio XIII del tiempo ordinario
A la luz de el Evangelio que hoy el Señor nos regala,, somos invitados a examinar y actualizar la vocación que hemos recibido. Como bautizados, retomar el reto que supone la llamada que Jesús nos hace, comprender el alcance, contenido y proyección de la misión que se encierra en ella, resulta vital para poder compartir con el mundo en el que estamos insertos y del que formamos parte, lo que hemos recibido.
Mirar al prójimo con nuevos ojos, escuchar con disponibilidad de acogida y asumir las renuncias que conlleva haber dicho que sí, comprometiendo la existencia con la misión profética que se desprende de la aceptación del Evangelio de Jesucristo. Hay que dejar de lado todo aquello que impide actuar con la radical entrega que Jesús propone. Para ello es preciso valorar y dar prioridad a los destinatarios de la misión que se encomienda a cada bautizado. Escuchar, entender y acoger como regalo lo que en la diversidad se manifiesta. Y reconocer que el don de la libertad es fundamental para llevar a cabo la misión liberadora. Ayudar a tomar conciencia de que Jesús quiere que seamos libres y que en libertad siempre procedamos para que la relación entre las personas, pueblos y culturas, produzca el enriquecimiento de todos.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 19 de junio XII del tiempo ordinario
El Tiempo Ordinario es una invitación permanente a volver a asumir la pregunta por Jesús como base esencial para su seguimiento: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Responder al Señor a esta pregunta es el inicio para poder caminar tras sus huellas, muy cerca de Él, para encontrar la vida verdadera. La pregunta por la persona de Jesús, su identidad, sus exigencias, necesitan de una respuesta real, ya que de la calidad de la respuesta dependerá la calidad del seguimiento.
Pero seguir a Jesús implica tomar cada uno su cruz, y continuar por las mismas sendas que Él. Es el lema de nuestra Hermandad y así aparece grabado en la Cruz de Guía, la que nos va señalando por dónde ir cada Lunes Santo. Tomar la cruz significa identificar tus dolores, tus oscuridades, tus dificultades… y decirle al Señor que tú lo asumes porque completas lo que le falta a su Pasión y porque tienes la gran esperanza, la serena certeza, de que en Él lo puedes todo. Sí, en Jesucristo lo podemos todo. ¡Danos fuerza y ánimo para, como la Stma. Virgen María, seguirte siempre de esta manera!
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 12 de junio XI del tiempo ordinario
En el marco de una comida a la que es invitado Jesús, se enfrentan un fariseo (en realidad muchos fariseos) y una mujer pecadora. Es el fariseo el que hace pública la condición de la mujer, tal vez una prostituta, a la que la tradición identifica con María Magdalena, aunque no se puede demostrar. Es igual. El caso es que Jesús, al que seguramente el fariseo invitó para ponerlo en evidencia (y esa fue la oportunidad: ¡dejarse lavar los pies por una pecadora!), no se muestra imparcial en la acusación del «puritano», uno que tiene conciencia de que no se contamina como el profeta que se deja secar los pies por una mujer pecadora. Enfrente, o mejor, postrada, esa mujer sin nombre.
Jesús no se dirige primeramente a la mujer, sino a Simón, con esa breve parábola de los dos deudores con deudas desproporcionadas. La enseñanza es clara: a quien más se le perdona más agradece. El Hijo de Dios se nos muestra cercano a la mujer, a los débiles, abierto a la misericordia porque Él es el rostro de la misericordia del Padre. Es verdad que se trata de una pecadora en toda regla, pero Jesús le perdona sus pecados y por ello explota el auditorio de hombres y de fariseos: ¡solamente Dios puede perdonar pecados!
El fariseo, los fariseos, los puritanos, no se sienten perdonados porque no sienten necesidad y no pueden agradecer. La mujer sí siente la necesidad de comprensión, de perdón, de misericordia y, consiguientemente, ama mucho. La mujer pecadora ha pedido comprensión, perdón, misericordia… y se le ha concedido. Los fariseos no se acercan a Jesús, no le ofrecen ni siquiera la hospitalidad dignificadora, sino una hospitalidad para ser cazado y ser juzgado.
Dejémonos perdonar por Cristo, y su amor nos inundará el corazón. Estamos necesitados de misericordia (fuente de alegría, serenidad y paz) y sólo en Él la encontraremos.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 5 de junio X del tiempo ordinario
¿Qué puede haber más representativo del dolor que la muerte de un hijo? El Evangelio de este domingo nos trae el dolor de una viuda a la que la muerte le ha arrebatado a su hijo. Jesús se conmueve e interviene para mostrar la compasión de Dios, sus entrañas de misericordia.
El milagro que haceJesús ante sus discípulos, el gentío que va con ellos, y la multitud que acompañaba el féretro, es un signo clamoroso del reino de Dios, que devuelve la vida a un joven, pero que llega también para una mujer viuda, desvalida, que había perdido su última esperanza. Nada hay imposible para Dios, pues tiene poder sobre la misma muerte. Jesús manifiesta el poder y la misericordia de Dios resucitando al hijo de la viuda, y lo hace por su propio poder: “Muchacho, a ti te lo digo, levántate”. Y devuelve la esperanza a la madre desconsolada.
Ni se queda ahí el efecto de la acción milagrosa de Jesús. “Todos, sobrecogidos, daban a gloria a Dios: un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”. Los milagros del Evangelio no son nunca reclamos publicitarios, nunca los hace como exhibición. Exige la fe en los interesados, buena voluntad y deseos de encontrar a Dios. Esta finalidad de hacer nacer o aumentar la fe, es el telón de fondo la actividad prodigiosa de Jesús. Con sus milagros quiere eliminar las miserias de los hombres devolviéndoles la salud, la vida, pero también y sobre todo quería darles a entender que había venido a traerles la salvación. Su finalidad no era suprimir la muerte, sino vencerla. El mensaje de Cristo es anunciar una vida sin fin. En Jesús Dios ha visitado y redimido a su pueblo. Es lo que sintieron los que presenciaron la acción milagrosa que a todos exaltó y llevó a proclamar que Dios estaba con ellos.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 29 de mayo, solemnidad del Corpus Christi
Celebramos en este domingo la Solemnidad del Corpus Christi. Tradicionalmente la Iglesia ha exaltado y venerado la Eucaristía con sus mejores galas y cantos, poemas y oraciones. Pero la Iglesia se vuelve verdaderamente esplendente ante Dios cuando come y bebe el cuerpo y la sangre de nuestro Señor, es decir, cuando se hace cuerpo y sangre del Señor, cuando se hace Eucaristía. Hoy leemos en el evangelio de San Lucas (que proclamamos en los domingos de este año litúrgico) el pasaje de la multiplicación de los panes, en donde Jesús tomó cinco panes, los bendijo y los mando repartir a sus discípulos.
La multiplicación de los panes está relacionada con la Última Cena y, en definitiva, con la Eucaristía. En la última cena, Jesús sabe que está a punto de morir y perpetúa su presencia salvadora entre nosotros. Toma el pan y dice: este es mi cuerpo. Toma el vino y dice: esta es mi sangre. O dicho con otras palabras: “Este soy yo, esta es mi vida, esta es mi presencia”. En la Eucaristía, el discípulo une su vida a la vida de Jesús.
Comer y Beber la vida de Dios. Comer el pan y beber el vino es aceptar la vida de Jesús, unir nuestra vida a la vida de Jesús. Y esté acciones de comer y beber es aceptar a Dios como Jesús lo ha presentado y no a nuestra imagen y semejanza. Por eso, cuando se come y se bebe la vida de Jesús, se hace el compromiso, la promesa, de unir nuestra vida a Dios y transformarla en don de vida, caridad y misericordia para los hermanos. Este es el misterio de la Eucaristía.
Queridos hermanos, paz y bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 22 de mayo , solemnidad de la Santísima Trinidad
Celebramos este domingo la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Como afirmamos en el Credo, Dios es uno. No hay ningún dios más. Sólo Él, Creador y Señor de todo, que nos llamó a la vida, nos sostiene en la existencia y nos dirige hacia la comunión plena con él tras nuestra muerte. Ahora bien, Dios se nos ha revelado como tres personas, que no tres dioses. Una sola naturaleza, en tres personas. Un sólo Dios que es amor y misericordia, Padre del cual todo procede, el Hijo que se hizo hombre para nuestro salvación, y el Espíritu Santo, derramado en nuestros corazones y que nos da luz para abrazar estas verdades reveladas y fundamentales de la fe. La verdad de Dios no podemos diseccionarla racionalmente, sino abrazarla, acogerla, experimentarla… amando sin medida. El amor relaciona a las tres personas de la Santísima Trinidad: el Padre ama al Hijo, y el Hijo ama al Padre, y es amor tan grande que se hace subsistente y personal: es el Espíritu Santo.
Precisamente, el evangelio nos dice que el Espíritu Santo nos ilumina. Sabemos que no podemos tender hacia Dios, buscar a Dios, sin una luz dentro de nosotros, porque los hombres tendemos a apagar las luces de nuestra existencia y de nuestro corazón. El Espíritu Santo es «lámpara de fuego», como decía San Juan de la Cruz. Es el Espíritu el que transformará por el fuego, por el amor, lo que nosotros apagamos con el desamor. Vivamos, pues, en el amor, porque somos familia, Iglesia, a semejanza de Dios, de la Santísima Trinidad.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 14 de mayo, Pentecostés
Hoy celebramos un gran acontecimiento: la venida del Espíritu Santo, con el que culminamos el tiempo de Pascua. Un día como hoy, cincuenta después de la Resurrección de Jesús, mientras se celebraba la fiesta judía de las Tiendas, los apóstoles se llenaron de Espíritu Santo. La ley se había cumplido en Jesús. Desde entonces ya no era el recibimiento de la Ley lo que se celebraba sino el advenimiento de Dios mismo. En adelante, la alianza entre Dios y su pueblo no se basará en un pacto y unos mandamientos, sino en el Espíritu. La ley del Espíritu Santo inscrita en nuestros corazones, el mismo amor de Dios, la gracia de Dios manifestada en cada bautizado.
¿Y qué trae de nuevo el Espíritu Santo? Consuma la revelación de la Trinidad. Inicia el tiempo del testimonio, el tiempo de la Iglesia. Realiza la comunión, una unidad en la diversidad. Nos capacita para la alegría, el perdón y la paz. El Espíritu Santo enciende en nosotros la llama del amor. Es el amor entre el Padre y el Hijo que amándonos nos hace amables y nos asocia a la relación amorosa de la Trinidad. Es la fortaleza de Dios, que nos envía en medio del mundo para vivir el Evangelio de la misericordia construyendo su Reino.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 8 de mayo, festividad de la Ascension
Dentro del tiempo de Pascua, ya casi en su recta final, celebramos la Solemnidad de la Ascensión del Señor. Jesucristo ha resucitado, ha vencido a la muerte y a toda forma de esclavitud y sube al Padre suyo y Padre nuestro, al Dios suyo y Dios nuestro, como se contiene en el mensaje que ha de llevar la Magdalena a los discípulos en la mañana de la Pascua.
Jesús asciende a la derecha del Padre, peno nos deja una tarea, una misión en nuestras manos: construir el Reino de Dios, la bendición para todos los pueblos. Jesús les recuerda a sus discípulos el sentido de su vida y misión, al tiempo que los compromete para que vivan y actúen en sintonía con El, realizando la misma obra. Para ello les hace una promesa: serán revestidos de la fuerza de lo alto, es decir, del Espíritu Santo vendrá a ser el alma de a Iglesia, la comunidad de los creyentes, y quien lleve al conocimiento de la Verdad plena.
Necesitamos ser conscientes de que, teniendo toda la Verdad (depositada en el tesoro de la fe, entregado por Jesús a los apóstoles, a la Iglesia) no conocemos todo lo que en ella se contiene. Por ello, debemos asumir que estamos en un proceso de instrucción interior, de experiencia progresiva en la que el Espíritu nos va recordando y llevando a la plenitud del conocimiento de todo lo que en Jesús se nos ha revelado. De esta experiencia deberá brotar el testimonio de Jesucristo que cada uno de nosotros, como bautizado y como Iglesia, tenemos que ofrecer al mundo, comenzando por nuestro entorno más cercano.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 24 de abril. V Domingo de Pascua
En este V Domingo de Pascua, cercano ya a la despedida del Señor en su Ascensión a los cielos, resuena el mandato de hacer discípulos suyos llevando su mensaje a todas las gentes. La novedad del mandato del Señor consistía en amar como él nos amó, en el servicio y la entrega, sin límites ni condiciones, esta señal es la que trasforma al mundo haciéndolo olvidar el llanto, el dolor y el pesimismo. Por eso, una vez más, en la celebración de la Pascua, recordamos la clave de esta trasformación encomendada a los cristianos de todos los tiempos.
Amaos como yo os he amado… es el encargo de Jesús de que seamos testigos de la cercanía de Dios. Esta es la señal para ser conocidos como testigos suyos, creíbles, si nos amamos unos a otros con todas las consecuencias. Como lo hizo el Señor, hasta dar la vida por los amigos si fuera necesario. Esta es la consecuencia y la novedad de la Pascua. Una vez más recogemos el llamamiento del Papa Francisco que en las diversas solemnidades de la Pascua ha llamado a los cristianos para que se sientan testigos de la resurrección del Señor Jesús y se empeñen en la construcción de un mundo más justo y más humano haciendo frente a las lacras que actualmente parecen estar más presentes en nuestra sociedad.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 17 de abril IV de Pascua
Siempre se ha considerado este Domingo IV de Pascua como el domingo del Buen Pastor a causa del evangelio del día que habla de las ovejas. Está situado en el marco de la fiesta de la dedicación del Templo de Jerusalén y acosan a Jesús apreguntas sobre si es verdaderamente el Mesías. Él, aparentemente, no quiere contestar a esa pregunta intencionada, pero en realidad no desvía la cuestión, sino que les habla con un lenguaje más vivo, más radical, mñas en consonancia con la sed auténtica del ser humano, que no es sino una sed de Dios.
Jesús no viene para ser un personaje nacionalista. Sabe bien la necesidad que tienen los hombres de vida y de vida verdadera; de una forma nueva de comprender a Dios, y por ello va a dar la vida. El verdadero Mesías es el que sabe dar “la vida por las ovejas”, es decir, por el pueblo. Quien se encuentra de verdad con Jesús, se encuentra con Dios. Si Él escucha nuestras súplicas, Dios hace lo mismo. Si Él da la vida por nosotros, eso es lo que hace Dios por nosotros. El Buen Pastor es el «dador de vida», y una vida auténtica y verdadera. La vida que Dios quiere para sus hijos.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 10 de abril. III de Pascua
Quedaba atrás aquel día en el que unos pescadores, dejando las redes a orillas del lago de Genesaret, habían decidido seguir tras la llamada de Jesús atraídos por su reclamo. Ahora, aunque en el mismo escenario del lago, sus sensaciones eran muy diferentes. Recordaban sin duda su desbandada y dispersión tras el prendimiento del Maestro. Habían vivido el dolor de la Cruz. Estaban de vuelta. Eso sí, al menos se habían reagrupado, volvían a reencontrarse en su trabajo de siempre. Eran momentos de reconsiderar, de reorientar y de recomenzar sus vidas. ¡Qué difícil resultaba todo ahora, sin la presencia de aquel en quien habían puesto toda su confianza! La dura brega de una noche sin pescar nada, la red vacía… lo decía todo.
Pero el mismo Jesús que había degustado en su pasión el sabor amargo del abandono y de la soledad infinita y que había sido resucitado y revalidado en su misión por su Padre Dios, salía de nuevo al encuentro de los suyos para curar sus heridas recordándoles aquella su primera llamada en este mismo lugar: «echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». Ante la asombrosa redada de peces, fue el discípulo amado, el mismo que a instancias de Pedro había mediado ante Jesús en la última Cena para reconocer al traidor , el que drevelaba ahora a Pedro el misterio de cuanto estaba aconteciendo: Es el Señor. La pincelada teológica del evangelista lo dice todo: era al amanecer, renacía de nuevo la esperanza perdida.
Escarbando en el rescoldo de las cenizas, Jesús volvía a encender en sus discípulos la llama de una fe acrisolada por la prueba. Una fe llamada a crecer y fortalecerse en el testimonio generoso de la misión tal como el mismo Jesús les había enseñado: Yo soy el Buen Pastor y he venido para que las ovejas tengan vida en abundancia.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 27 de marzo, Domingo de Resurrección
La Pascua de la Resurrección es la fiesta de las fiestas. Si el domingo es en la semana el “día del Señor”, la Pascua de Resurrección es dentro del año la “fiesta del Señor”. Es la fiesta del Señor resucitado, vivo y presente en nuestra historia. Entró en la historia en carne mortal, como celebramos en Navidad. Esa carne mortal fue aplastada, maltratada por los que ejecutaron su muerte; pero por su resurrección afirmamos que sigue en la historia. Está en nuestra historia con un modo distinto de ser, ya no es mortal, y con una distinta presencia, ya no es visible; pero es el mismo Jesús histórico cuya vida, pasión, muerte y resurrección nos relatan los evangelios. La fiesta de la Resurrección, pues, es la fiesta en la que celebramos que con nosotros sigue Jesús. El que llamamos Cristo el Señor no fue un gran hombre cuya vida hemos de recordar e imitar, pero que pertenece a tiempos pasados, sino que está presente en nuestra existencia actual. Y está dándole sentido, razón de ser, y ofreciendo la promesa del triunfo definitivo más allá del dolor de nuestro peregrinar por el mundo y más allá incluso de la misma muerte: en Él hemos resucitado todos.
Por todo ello, tenemos razones para exultar de alegría, porque Cristo ha resucitado.
Queridos hermanos, ¡Feliz Pascua de Resurrección!
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 20 de Marzo Domingo de Ramos
Con el Domingo de Ramos comenzamos la Semana Santa y la liturgia de la Iglesia nos ofrece en este día la lectura de la Pasión de Jesús. Este año se proclama la del evangelista San Lucas. Hemos de acoger siempre la lectura de este largo relato con la veneración y emoción de escuchar el signo más grande e inimaginable de la misericordia de Dios. Su Hijo, Jesucristo, toma la cruz por nuestros pecados y entrega su vida en ella para nuestra salvación.
Jesús, en la Cruz, da la vida por cada uno de nosotros. Es la expresión más grande de la misericordia, del amor que se inclina a la miseria de nuestro pecado. Es tan inmenso el amor del Padre que nos entrega a su propia Hijo quien, por la fuerza del Espíritu Santo, resucitará para darnos la existencia eterna en la plenitud de su presencia. Y así, esta misericordia que sana, salva, justifica y redime, vence al mal, al pecado y a la muerte.
Demos, pues, gracias al Señor, pues su amor ha sido tan grande para nosotros y subamos con Él al Calvario. Jesucristo nos dice: «Toma tu Cruz y sígueme». Es el lema de nuestra Hermandad. Pues tomemos la cruz y sigámosle, para que seamos dignos de su misericordia y para que también seamos nosotros misericordiosos con el prójimo.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 13 de marzo V de Cuaresma
El evangelio del Domingo V de Cuaresma nos trae el pasaje de la mujer adúltera: una lección que nos revela la excelsa misericordia de Dios, y por qué nuestro corazón vibra de amor a Jesucristo el Señor por su infinita bondad. Exigen la lapidación de una mujer que es acusada de adúltera. La ley exigía que se lapidaran a ambos adúlteros, pero sólo acusan a la mujer. Jesús pone en evidencia una ley que ha perdido su «contacto» con Dios, degenerando en una moral sin corazón y sin entrañas. Jesús se indigna ante la cerrazón del corazón de los fuertes para pisotear a los débiles, a una mujer indefensa enfrentada sola a la ignominia de la mentira y de la falsedad.
Jesús escucha atento las acusaciones y manifiesta que el que esté libre de pecado tire la primera piedra. No podemos imaginar que los que llevan a la mujer son todos malos o incluso adúlteros. Pero sí pecadores de una u otra forma. Entonces, si todos somos pecadores, ¿por qué nos somos más humanos al juzgar a los demás? El Señor es misericordioso, siempre dispuesto a perdonar nuestros pecados. Si le amamos, si le seguimos, tenemos que hacer lo mismo.
Queridos hermanos, paz y bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 6 de marzo IV de Cuaresma
El evangelio de este domingo nos presenta la que puede ser la parábola más conocida de Jesús y, quizá, la más repetida. En la parábola del padre misericordioso Jesús nos muestra cómo es el Padre. La parábola nos narra el suceso del amor del padre y el descarrilamiento del hijo que, viviendo de forma superficial, malgasta parte de la herencia paterna. Pero el padre no puede dejar de ser padre. Por ello cuando regresa su hijo no necesita de explicaciones para acogerlo. No necesita imponerle una sanción. No necesita exigirle un rito de depuración. No necesita nada, porque no ha dejado de amarlo. Le concede su perdón antes de que se declare culpable. En ninguna otra parábola Jesús describe la misericordia divina de manera tan magistral como en esta. Y es que con esta parábola Jesús quiere decir: así como yo actúo, así actúa también el padre. Porque en esta parábola, la misericordia, es la justicia suprema.
El pecado es y será siempre una negación de amor, es decir, un huir del amor de Dios para poder obrar por cuenta propia. En la parábola la marcha del hijo supone una superación de las fronteras; mientras tanto, el padre espera. En esa espera está la espera de Dios junto a su mirada llena de afecto para con todos los pecadores, para todos los que vuelven a él. Pero, sobre todo, está la misericordia indestructible para con todo ser humano, para que sepa volver a casa cada vez que nos alejamos de ella. Él no deja nunca de amarnos y, por ello, no nos condena.
La invitación que nos hace el evangelio de este domingo es a romper nuestras actitudes de faltas de amor hacia los demás, a la vez que nos hace una llamada al arrepentimiento y a la búsqueda de la misericordia de Dios. Así podremos celebrar con Él, la fiesta de la alegría y el perdón.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 28 de febrero III de Cuaresma
En el tercer domingo de cuaresma, la Iglesia nos propone un texto que invita a reflexionar sobre los frutos de la vida cristiana, una vida de discípulos de Jesús de Nazareth. En el marco del Jubileo extraordinario de la Misericordia queremos y debemos seguir profundizando en nuestra conversión, reconociendo que muchas veces somos como la higuera estéril.
¿Es mi vida una vida sin frutos? ¿soy consciente del tiempo favorable que tengo aún para la conversión? El jardinero me tiene paciencia, confía en que aún puedo dar frutos…Espera por mí. Se ha jugado por mí.
Nuestra vida es como un tiempo que Dios permite (el dueño de la higuera) hasta el momento final de nuestra existencia. Jesús es el agricultor que pide al dueño un tiempo para ver si es posible que la higuera saque higos de sus entrañas. La higuera era símbolo de Israel en el Antiguo Testamento, concretamente en los profetas. Por tanto resuena aquí, de alguna manera, la interpelación profética a la conversión. Hay un «hoy», un «ahora» de la salvación. Por eso ese tiempo concedido a la higuera… es para un hoy y un ahora de salvación y de gracia. No lo desaprovechemos.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 21 de febrero II de Cuaresma
En el Domingo II de Cuaresma, todos los años subimos al Monte Tabor. Allí se llevó Jesús a Pedro, Juan y Santiago, las futuras columnas de la Iglesia, o sea, aquellos que deberán ser los primeros y mas audaces testigos suyos y anunciarán el Reino de Dios. Sí, estos, aunque parezcan débiles o interesados. Pero aman al Señor con corazón sincero. Y para que atisbaran algo de a grandeza de lo que iban a anunciar después (incluso dando la vida literalmente, en el caso de Santiago y Pedro), la gloria de Dios les inundó en aquel monte y Jesús se mostró en su radical realidad de Hijo de Dios, regalándoles una experiencia única, extraordinaria y transformante.
Como signo de de presencia de la luz inmarcesible de la Santísima Trinidad, los vestidos de Jesús brillaban de blanco, lo mismo que los vestidos resplandecientes de los ángeles en los relatos evangélicos sobre la resurrección de Jesús. La luz es signo de la vida cuya fuente es Dios. Y esta presencia del Invisible se ha manifestado en la historia del pueblo de Dios, con sus legisladores representados en Moisés y en los profetas que representa Elías. Esa historia de salvación culmina en Jesucristo.
Pero ¿cómo aceptar que Jesucristo, condenado a muerte por blasfemo, puede ser el Hijo de Dios? Es lo que Pedro, Juan y Santiago (la comunidad cristiana) no entienden: prefieren quedarse en las altura del Monte Tabor, y no ir a Jerusalén donde amenazan los conflictos, el fracaso, la humillación y el sufrimiento. No comprenden que el verdadero Dios revelado en Jesucristo no es el todopoderoso que se impone por la fuerza, sino el Abbá, ternura infinita cuyo poder se manifiesta en la misericordia o amor comprometido en liberar a la humanidad de sus limitaciones y miserias. Sólo quienes bajan al campo de batalla y son testigos creíbles de ese amor comprometido son verdaderos seguidores de Jesucristo.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 14 de febrero I de Cuaresma
Comienza este domingo, realmente, el tiempo de Cuaresma. El Papa Francisco nos invita a vivir esta Cuaresma en el horizonte de la misericordia. La misericordia no es un atributo más de Dios. Es su nombre propio. El que mejor expresa su misteriosa condición divina, que consiste en ese abismo de bondad y de amor infinito, volcado hacia la debilidad, la miseria y el pecado de los humanos, siempre dispuesto a sanarlos y perdonarlos. Este misterio, insondable para nosotros, se nos ha manifestado en Jesucristo con los rasgos de una vida humana que reacciona al sufrimiento de los hombres con la compasión y el consuelo entrañables.
Y, como es tradicional, en el Domingo I de Cuaresma escuchamos el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto. En nuestra vida también encontramos muchas tentaciones: materialismo; egoísmo; orgullo; vanagloria; etc. Ellas son momentos de nuestra lucha contra el mal y contra todo lo que nos aleja de Dios y de su Reino. Son pruebas en las que podemos discernir la profundidad y solidez de nuestra fe. Purificar y fortalecerla, pues a veces está algo floja o se deja llevar por el ambiente, asumiendo sus criterios y opciones. Siempre será tentador buscar reputación, renombre y prestigio. Pero pocas cosas son más ridículas en el seguimiento a Jesús que la ostentación y la búsqueda de honores. Le hacen daño y lo vacían de verdad tanto a nivel personal como eclesial.
Jesús nos espera al final del camino cuaresmal. Nos espera en Jerusalén, para vivir con Él y como Él la Semana Santa. Que la Cuaresma sea un tiempo para revisar a nivel personal cómo vivo personalmente mi ser cristiano, si he caído en las tentaciones que señala el relato evangélico, y si lo hago en coherencia con mi fe. Y pedir perdón a Dios y al prójimo por nuestras incoherencias.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 7 de febrero V del tiempo ordinario
Con este Domingo del Tiempo Ordinario concluimos el corto intervalo litúrgico entre el Ciclo de Navidad y el inicio de la Cuaresma. Un tiempo «fuerte» en el que la Iglesia nos va a invitar a realizar el camino que nos conduce hacia la Pascua. Un camino de conversión que exige hacer un verdadero proceso que nos ayude a descubrir el misterio de salvación que se realiza en nosotros por el bautismo y nos impulsa a tomar conciencia de que estamos comprometidos a sentirnos hijos de Dios, pues lo somos, y a anunciar a Jesucristo.
El evangelio nos relata la vocación de Pedro. Los inconvenientes que pone a salir a pescar con Jesús y echar las redes en el agua nos hablan de su inicial vacilación (nos ha pasado a muchos) ante la llamada del Señor. Han estado pescando toda la noche y no han encontrado nada. Ahora, casi de día, es más difícil aún, los peces no acuden. Pero en este caso van con Jesús, con el Señor que trae la Palabra viva de Dios. Es eso lo que les hará dejarlo todo para seguirle, dejarán incluso la pesca milagrosa que han recogido para emprender una misión nueva, para pescar a los hombres en el mar de la vida y anunciarles la salvación de Dios.
La Palabra, Jesucristo, su evangelio, se impone en nuestra vida, pero no nos agrede: nos interpela, nos envuelve misteriosamente, nos renueva, cambia los horizontes de nuestra existencia y nos lleva a colaborar en la misión profética del evangelio, que es la misión fundamental de la Iglesia en el mundo. Si al principio dan un poco de miedo las respuestas, estas se hacen radicales, porque no es necesario ser santo o perfecto para colaborar con Dios. Hace falta prestarle nuestra voz, nuestro trabajo y todo será distinto. Se nos propone una vida nueva, en perspectiva de futuro, sin cálculos… No somos santos, no somos perfectos ¿cómo podremos? Cuando aprendemos a fiarnos de Jesús y de su evangelio; cuando queremos salir de nuestros límites, la Palabra de Dios es más eficaz que nuestras propias razones para no echar las redes en el agua, en la vida, en la familia, entre los amigos, en el trabajo… y seremos profetas, y seremos pescadores de hombres.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 31 de enero IV del tiempo ordinario
En la Sagrada Escritura, los servidores de Dios por antonomasia son los profetas, que Él envía para que transmitan su voluntad al pueblo y sus gobernantes. Muchas veces Dios les pide que denuncien pecados e injusticias, o que anuncien duros castigos, lo cual es muy mal recibido por los oyentes. De ahí que los profetas hayan sido tantas veces rechazados y perseguidos en su propia tierra, como dice hoy Jesús a sus vecinos de Nazaret.
Y esto es algo que, en cierto modo, todos nosotros experimentamos cuando damos testimonio del Evangelio a nuestros conocidos, vecinos o familiares, pues entonces comenzamos a recibir ataques o a sentir cómo nos dejan de lado. Por eso está tan presente en nosotros la tentación de ser «falsos profetas», esto es, de decir a la gente lo que quiere escuchar en vez de lo que dice el Evangelio. En efecto, en las reuniones familiares o cuando estamos con los conocidos, es mucho más cómodo pasar por alto muchas cosas que están claramente mal. Así no sólo no tenemos problemas, sino que nos sentimos más integrados y acogidos.
Pero debemos preguntarnos: ¿Por quién preferimos sentirnos acogidos, por Dios o por nuestros conocidos? La respuesta teórica es, obviamente, por Dios. Pero entonces surge otra cuestión: aunque así sea, ¿merece la pena tener problemas y sufrimientos por escoger estar junto a Dios? Esta pregunta se la hacen todos los profetas. Y, en la práctica, es difícil de contestar, pues, siendo muy sencillo recitar el Credo en Misa, no lo es tanto el ser coherente con él en la vida cotidiana. ¿Hasta qué punto compramos con nuestra incoherencia la aceptación de nuestros conocidos?
Pero si optamos por el Evangelio a pesar los problemas que ello pueda acarrear, Dios nos protege. Los vecinos de Jesús quisieron despeñarle, pero no lo lograron. La vida de los que siguen fielmente a Dios está en sus poderosas manos. Ello no significa que Dios preserve a los profetas de todo sufrimiento. Sabemos que cuando llegó su hora, Jesús padeció en la Cruz. Muchos cristianos han muerto mártires, y lo mismo pasó antiguamente con algunos profetas. Pero su sufrimiento no ha sido estéril, porque Dios lo hizo fértil. Jesús, con su muerte, nos redimió y nos abrió las puertas de la resurrección. El martirio de los cristianos es el mejor testimonio de la verdadera fe y el sufrimiento de los profetas sigue teniendo un gran valor. Sin pasión no hay resurrección. Quien no es capaz de sufrir problemas a causa del Evangelio, tampoco experimentará en esta vida la felicidad de vivirlo.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 24 de enero III del tiempo ordinario
Bien podría haber empezado el Año Jubilar de la Misericordia con el texto evangélico de este domingo en el que Jesús, proclamando un año de gracia del Señor, afirma que esa gracia se cumple en Él y que acontece desde ese mismo momento. En la sinagoga de Nazaret concluye el Antiguo Testamento y comienza la Nueva Alianza en Jesucristo, porque se cumplen las promesas de Dios.
¿En qué consiste el cumplimiento de las promesas, el año de gracia del Señor? Pues se puede sintetizar en una palabra: misericordia. Y Jesús nos dice que esa misericordia es liberar a los cautivos, devolver la vista a los ciegos, anunciar la Buena Noticia a los pobres… Todo lo que viene de Dios es don amoroso, es misericordia.
Pero te necesita, nos necesita, para hacerlo realidad en el mundo. Tú eres instrumento de misericordia, y en ti también, porque por el bautismo habita Cristo en tu corazón, se cumple la escritura de Isaías.
Hagamos entre todos que el Año Jubilar de la Misericordia, como nos pide el Papa Francisco, sea una conversión del mundo hacia Jesucristo, comenzando por nuestra propia conversión.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 17 de enero II del tiempo ordinario
Tras la fiesta del bautismo de Jesús, contemplamos hoy el anticipo de sus signos, es decir de sus milagros. Porque «signo» es la traducción más correcta del griego «semeion», término con el cual los evangelios (escritos en griego, que era la lengua más común entonces) designan a los hechos extraordinarios con los que Jesús complementa su anuncio del Reino de Dios. Pues según el evangelio de San Juan, el primer signo de Jesús fue en una boda, en Caná de Galilea, y a petición de su madre, la Santísima Virgen María.
En el signo de la conversión del agua en vino en las bodas de Caná de Galilea brilla ante todo el infinito poder de Dios. Entra, asimismo, en escena y de manera decisiva la mediación humana de María, la madre de Jesús, que interviene con una súplica, mantenida con perseverancia: «No les queda vino». Ponen su parte también unos servidores, dóciles al consejo de María y a las indicaciones del Señor. El mayordomo certifica la calidad de un vino del que ignoraba su procedencia. Todo un símbolo del cambio, de la conversión de la humanidad que anunciaron los profetas y que se hace promesa cumplida en Jesús. Un anticipo, igualmente, del don del Espíritu Santo, que renueva el alma y le da la alegría verdadera, la que solo se encuentra en Jesucristo.
María, que estará firme al pie de la cruz, se adelante aquí con una súplica llena de confianza. No cede en su petición, aunque escucha de labios de su Hijo estas palabras, en apariencia disuasorias: «Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora». Pero, a la vez, María, nueva Eva, mira hacia los destinatarios de la salvación. Bien puede decirse que nos dirige, en la persona de los servidores, el mandato que San Juan de Ávila calificaba de sermoncillo de María: «Haced lo que él os diga». Estas palabras se convierten en exhortación apremiante de fidelidad al Evangelio, que tiene poder para forjar una nueva humanidad como hijos de Dios desde sus mismos cimientos.
Queridos hermanos, paz y bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 9 de enero Festividad del Bautismo de Jesus
Este domingo celebramos en la Iglesia la fiesta del Bautismo de Jesús. Es el final y al mismo tiempo la cumbre del tiempo de Navidad. En este domingo se nos presenta todo el misterio que hemos celebrado en las diversas fiestas navideñas. Dios con nosotros y nosotros con Dios es la esencia de la Navidad ayer, hoy y siempre. Y el hecho del bautismo de Jesús en el Jordán, haciéndose solidario de nuestros pecados, es una muestra más de que Dios está con nosotros… para salvarnos.
Dios está con nosotros, pero ¿estamos nosotros con Dios? Que Dios ha nacido para estar siempre con nosotros es evidente, pues lo ha dicho él mismo. Es el Emmanuel. La pregunta es si nosotros estamos o no estamos con Dios. En concreto, si nos dejamos guiar por Dios. Si aceptamos su Palabra, si nos sometemos a sus mandamientos y, sobre todo, si conocemos a Dios por experiencia y no sólo de oídas.
Es evidente que el mundo vive hoy como si Dios no existiera y hasta algunos cristianos se debaten en la confusión, pues no es fácil profesar la fe en la situación del mundo actual. Los gobiernos terrenos, cuya misión es proponer y aplicar al menos la ley natural, toleran y hasta legislan comportamientos contrarios a la razón, una vez perdido el mismo sentido del pecado. La situación es tan difícil que algunos son tentados de paralizarse o de pactar con el mal.
En este contexto, la fiesta de hoy nos presenta a Jesús, el enviado, comenzando su ministerio público. Y la Iglesia continúa esta misión de Cristo, evangelizando de nuevo el mundo en el que estamos, pues cuando se celebra el misterio de Jesucristo en la Santa Misa se proclama su muerte y resurrección a todos. Sin embargo, no olvidemos que la evangelización no es transmitir ideas, sino hacer posible el encuentro con una persona, Cristo, y poder gozar de la vida que él nos ha dado; pero esta misión sólo la realizan los enviados por Jesucristo que viven según la forma apostólica y combaten a favor del bien y en contra del mal. La evangelización la hacen los santos, no los maestros No se trata de medios exteriores, sino de vida interior. Y a esa misión estamos llamados todos, precisamente porque somos bautizados. Y por ser bautizados, enviados a anunciar a Jesucristo, llenando nuestro corazón de su misericordia.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 2 de enero II de Navidad
Hoy celebramos un domingo sencillo, sin ninguna titulación especial. Es simplemente, «el domingo después de», como si no tuviera su propia identidad. Sin embargo, la tiene. En realidad, podríamos llamarlo el domingo de la contemplación. En el portal de Belén hemos visto muchos rostros y los hemos mirado: los de María, José y el Niño; rostros de ángeles y de pastores; muy pronto vendrán unos magos de Oriente con regalos para Jesús. Todo ornado de sencillez, humildad, pobreza y de cantos gozosos de paz.
En este domingo hemos de interpretar el rostro del Niño. Si el rostro es el espejo del alma, ¿qué nos refleja el rostro del Niño? En definitiva, ¿quién es este Niño? Hoy, la Palabra de Dios nos ayuda a descubrirlo. Jesús, el recién nacido, es la Palabra que existía en el principio, que estaba junto a Dios y era Dios. El rostro del Niño es el de la Sabiduría que echó raíces entre nosotros y habita en medio del pueblo de Dios.
En este domingo se trata, pues, de descubrir el rostro del Deus absconditus, que se oculta en sus «escondites», dejándose encontrar si le buscamos en la Sagrada Escritura, en los sacramentos, en el prójimo. Búsquemosle hoy en el portal de Belén, en el rostro de Jesús Niño,, sacramento del Padre e imagen del Dios invisible.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 27 de diciembre- festividad de la Sagrada Familia
El domingo después de la Natividad del Señor nos trae la fiesta de la Sagrada Familia, que nos recuerda el carácter sagrado de la familia, escuela de amor y humanidad. El Hijo de Dios, al tomar nuestra condición humana, lo hace plenamente. Podemos decir que Jesús, para su misión mesiánica, necesitó de su familia para desarrollarse en su humanidad y salvarnos, de la misma manera en que cada uno de nosotros necesita de la familia para crecer de forma adecuada. Jesús recibió de San José, por ejemplo, el primer impulso para descubrir su identidad de Hijo de Dios, a través de las relaciones padre-hijo en las coordenadas de la protección, la confianza, el cariño y la obediencia. Y recibió de la Stma. Virgen María las raíces humanas que coexisten con su personalidad divina, y que se manifiestan en los evangelios con la ternura, la atención, la compasión… Es la Sagrada Familia el andamio que ayuda a construir la humanidad de Jesús, el Hijo de Dios, que iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres,
La vida del ser humano no puede ser sino familiar y el evangelio nos ayuda a vivir en plenitud esta dimensión profundamente humana. La escucha atenta al Espíritu nos permitirá ser fieles al ideal evangélico, especialmente en la familia, en el tiempo presente.
El texto evangélico de hoy gira en torno a la respuesta de Jesús a sus padres, que le buscan porque se ha perdido y le encuentran en el templo: ¿no sabéis que debo ocuparme de las cosas de mi Padre? Junto a la humanidad, Jesús va alcanzando la autoconciencia de su ser divino. Será su misión mesiánica lo que dé sentido y contenido a su existencia, es decir, cumplir el encargo del Padre de salvarnos del pecado y de la muerte. Jesucristo, pues, se nos revela como Dios y hombre.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 20 de diciembre IV de Adviento
El Cuarto Domingo de Adviento es la puerta a la Navidad. Y esa puerta la abre la figura estelar del Adviento: María. Ella se entrega al misterio de Dios para que ese misterio sea humano, accesible, sin dejar de ser divino y de ser misterio. Y por eso María es el símbolo de una alegría escondida en la profundidad del ser humano. O sea, de la alegría auténtica, la de Dios, que nada ni nadie nis puede quitar. Es la alegría que expresa Isabel cuando salen de sus labios la alabanza más hermosamente espontánea dedicada al Señor y la Virgen: ¡Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! Es la alegría delas cosas sencillas, que son las verdaderamente grandes, las que acontecen en el silencio. Dios ha llegado casi de puntillas para encarnarse, para hacerse hombre como nosotros. Se acerca la Navidad: alegrémonos con esos dones cotidianos que el Señor nos da y de los que ahora podemos darnos cuenta.
Dichosa tú que has creído, dice también Isabel a María. Por la fe de María podemos celebrar la Navidad. Ella ha creído el misterio escondido de Dios. Está dispuesta a prestar su vida entera para que los hombres no se pierdan, porque de su seno nace Jesucristo, que nos salva de nuestros pecados. Apenas unos días después de conmemorar el nacimiento del Señor, comenzarán los quinarios y cultos que continuarán en la Cuaresma. Va a nacer el Hijo de Dios que toma nuestra carne, y viene a nuestro encuentro. ¡Cuánto hace por ti! Nació en la pobreza de un portal y poco después irá camino del Calvario para redimirnos del pecado y de la muerte. ¡Cuánto pesa la cruz que lleva, y sin embargo sigue adelante! ¿No merece, pues, que tú también tomes la cruz y le sigas? Hazlo, porque sólo en Él encontrarás la vida verdadera. Marana Tha! ¡Ven, Señor Jesús!
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 13 de diciembre III de Adviento
La liturgia del Tercer Domingo de Adviento está sembrada de llamadas a la alegría. Por eso, en la tradición litúrgica de la Iglesia se ha conocido éste como el Domingo de «Gaudete», según el mensaje de la carta a los Filipenses (4,4-5) que figura en el Misal Romano como antífona de entrada y, asimismo, forma parte del texto de la segunda lectura del día, diciéndonos que el Señor esta cerca. No te extrañes si hoy ves al cura vestido con una casulla rosa. No es la ultima moda, sino que es una tradición vestir en este Domingo (como en el Domingo V de Cuaresma, el Domingo de «Laetare», ya sabes, cuando es el Cabildo de Toma de Horas) con un, diríamos, morado más aliviado, un alivio dentro de la penitencia y conversión que nos pide el Adviento. El Señor, a través de la liturgia de la Iglesia, nos hace hoy una llamada a la alegría. Ya no solamente nos invita a prepararnos a la Navidad mediante un cambio de vida y de mentalidad, sino que se nos invita a prepararnos con alegría porque el Salvador está cerca.
Y precisamente nos encontramos en el Evangelio de hoy con la llamada a la alegría de Juan el Bautista. Es una llamada diferente, extraña, pero no menos verídica: es el gozo o la alegría del cambio, de la conversión El mensaje del Bautista es bien concreto: el que tiene algo, que lo comparta con el que no tiene; el que se dedica a los negocios, que no robe, sino que ofrezca la posibilidad de que todos los que trabajan puedan tener lo necesario para vivir en dignidad; el soldado, que no sea violento, ni reprima a los demás. Estos ejemplos pueden multiplicarse y actualizarse a cada situación, profesión o modo de vivir en la sociedad. Juan pide que se cambie el rumbo de nuestra existencia en cosas bien determinantes, como pedimos y exigimos nosotros a los responsables el bienestar de la sociedad. No es solamente un mensaje moralizante y de honradez, que lo es. Es, asimismo, una posibilidad de contribuir a la verdadera paz, que trae la alegría de Jesucristo, la que nada ni nadie nos puede quitar.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 6 de diciembre. II de Adviento
En la espera del Señor, el segundo Domingo de Adviento nos trae la figura de San Juan Bautista, el que viene a preparar los caminos de Jesucristo. La presentación de San Juan en el evangelio de San Lucas se determina en un contexto histórico preciso: el del emperador Tiberio, el gobernador Pilato, los tetrarcas Filipo y Lisanio, los sunos sacerdotes Anás y Caifás… La venida de Jesucristo no es una leyenda. Es un hecho que se produce en la historia. Y su salvación se produce en nuestra historia y realidad, no en nuestra imaginación. El Hijo de Dios se hace carne en María y tomará la Cruz por nosotros. Eso nos han transmitido los testigos que lo presenciaron, los que vieron y escucharon a Jesucristo. Una razón más para tomarnos muy en serio la Navidad.
Juan allana los caminos del Señor. Su vida austera y su denuncia de las injusticias va poniendo los cimientos al Reino de Dios. Allanar los caminos significa que busquemos en nuestra interioridad a Dios, nos llama y sale a nuestro encuentro. Búscale en el silencio, pero búscale también en la caridad. Búscale en la imagen de tu Cristo, pero búscale sobre todo en su presencia real en el Sagrario. Él te ama y nace y muere por ti para darte una vida plena. Búscale en tus hermanos, en tu prójimo. Cuando lo encuentres, tu corazón se llenará de gozo como aquellos pastores que lo hallaron en el pesebre, junto a María su Madre y con San José.
Es tiempo de preparación, y con San Juan Bautista nos proponemos cambiar, mejorar, convertirnos. Y abrirnos a la esperanza y a la liberación que nos trae Cristo viviendo el verdadero Adviento de la verdadera Navidad, con las mejores luces que hay, que son las de nuestros corazones que aman al Señor. Por eso, con toda la Iglesia, seguimos orando y proclamando: Marana Tha! ¡Ven Señor Jesús!
Marcelino Manzano Vilches , pbro
Director espiritual.
Domingo 29 de noviembre, I de Adviento
Con gozo y alegría profundos, hoy comenzamos el tiempo de Adviento, que es presencia y es llegada. Es una presencia de siempre y constantemente renovada, porque nos preparamos para celebrar el misterio del Dios que se encarna en la grandeza de nuestra miseria humana. Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy están llenas de fuerza y son una llamada a la esperanza, que es lo propio del Adviento: Levantad vuestras cabezas porque se acerca vuestra liberación.
También nos invita el Señor a que estemos vigilantes, es decir, que desde la oración mantengamos abiertos los ojos del alma y de la vida, y mirándole siempre a Él. Y es que la conducta del cristiano debe inspirarse más en la esperanza que en el temor. A los hombres, continuamente se nos escapan muchas cosas por los «agujeros negros» de nuestro universo personal, pero la esperanza humana y cristiana no se puede escapar por ellos. No caigamos en la desesperanza, y para eso sólo hay un camino:: vigilar, creer y esperar que de Jesucristo, y únicamente de Él, nos viene la salvación, la redención, la liberación.
Mis queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 22 de noviembre, Festividad de Cristo Rey
El evangelio de esta Solemnidad de Cristo Rey nos presenta en un careo a Pilato, el rey más poderoso de la tierra (en cuanto que representaba al César, al Emperador de Roma), frente a Jesús, un reo maniatado que dice que es rey y se presenta como testigo de la verdad. Que un rey sea juzgado no es usual, pero Jesús y su el reino, «mi reino», que él dice, no han dejado de ser juzgados hasta nuestros días. Para Pilato el problema es que se ha declarado rey cuando le acaba de presentar al pueblo desde el balcón de su palacio como: «¡Éste es el hombre! ¡Ecce Homo! Con sorna e ironía, viene a decir al pueblo: mirad aquí tenéis al rey fracasado, al entregado. Mirad en qué han quedado sus pretensiones, ¿qué has hecho? ¿Qué es la verdad? ¿Acaso cada hombre no podemos reinar? ¿Por qué Jesús y su reino peculiar siguen siendo motivo de atracción y de rechazo? ¿Qué puede temer ningún rey de la tierra, por qué los reinos de la tierra se sienten amenazados, si no va enfrentarse con nadie, si Jesús es pacífico, es entrega, generosidad, servicio a los demás? ¿No somos los cristianos sus «armas» y su ejército un montón de seguidores con su fuerza? A este reino no hay que temerlo, hay que darle la bienvenida y acogerlo: es la solución del mundo, la vida que necesitamos.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 15 de noviembre, XXXIII del tiempo ordinario
Celebramos en este domingo el Día de la Iglesia Diocesana. Su finalidad es fortalecer nuestra conciencia de que, además de pertenecer a la Iglesia universal y al núcleo más pequeño de la vida de la Iglesia, que es la parroquia, formamos parte de la Iglesia particular o Diócesis, presidida por el Obispo. Como Sevilla es Archidiócesis, tenemos un Arzobispo. La Archidiócesis es el vínculo que nos une a la Iglesia de Roma, presidida por el sucesor de Pedro, y a las demás Iglesias, presididas por los Obispos en comunión con él.
En esta jornada hemos de reflexionar sobre lo que la Archidiócesis significa en nuestra vida: ella custodia la memoria viva de Jesucristo, nos sirve la Palabra de Dios y nos brinda la vida divina, el pan de la Eucaristía y la mediación sacramental de los sacerdotes, a través de los cuales nos llega la gracia santificante. Ella propicia nuestra formación cristiana, nos permite vivir y celebrar nuestra fe y nos impulsa al testimonio y al apostolado. Sin la Iglesia diocesana, que nos arropa y acompaña, estaríamos condenados a vivir nuestra fe a la intemperie y sin abrigo.
Todas ellas son razones poderosas para amar a la Iglesia diocesana, para colaborar con ella, para implicarnos y comprometernos en su vida diaria, en sus acciones y proyectos. Será también muy importante conocer la historia gloriosa y venerable de nuestra Iglesia, sus figuras insignes, las instituciones caritativas y culturales que alumbró a lo largo de los siglos y, sobre todo, su impresionante patrimonio de santidad, con el fin de renovar y acrecentar el amor a nuestra Archidiócesis, dar gracias a Dios por pertenecer a ella, y valorar, sentir como propio y amar con sentido filial todo lo que tiene que ver en ella. Finalidad de esta Jornada es también rezar por la Iglesia que peregrina en Sevilla, por sus obispos, por sus sacerdotes, consagrados y fieles para que cada día crezcamos en comunión con el Señor, en comunión con el Santo Padre y su Magisterio, en unidad y comunión fraterna, en compromiso apostólico y evangelizador y en el empeño por servir a los pobres y a los que sufren.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 8 de noviembre, XXXII del tiempo ordinario
Una viuda que comparte no lo superfluo sino hasta lo necesario: y Jesús nos propone el culto de la vida, del corazón, ya que aquella viuda pobre ha echado en el arca del tesoro lo que necesitaba para vivir. Ella estaba convencida, porque así se lo habían enseñado, que aquello era para dar culto a Dios y entrega todo lo que tiene. Es, si queremos, un caso límite, con todo el simbolismo y la realidad de lo que ciertas personas hacen y sienten de verdad. Lo interesante es la mirada de Jesús para distraer la atención de todo el atosigamiento del templo, del culto, de los vendedores, de lo arrogantes escribas que buscan allí su papel. Esa mirada de Jesús va más allá de una religión vacía y sin sentido; va más allá de un culto sin corazón, o de una religión sin fe, que es tan frecuente.
Esa es, pues, la interpretación que Jesús le hace a sus discípulos. Los demás echan de lo que les sobra, pero la vida se la reservan para ellos; la viuda pobre entrega en aquellas monedas su vida misma. Ese es el verdadero culto a Dios en el templo de la vida, en el servicio a los demás. Sucede, pues, que la viuda (con todo lo que esto significa en la Biblia) ofrece una religión con fe, con confianza en Dios. Y solo Jesús, en aquella barahúnda, es capaz de sentir como ella y de tener su mirada en penetrante vigilancia de lo que Dios desea y quiere. Una religión, sin fe, es un peligro que siempre nos acecha… que tiene muchos adeptos, a semejanza de los escribas que buscan y explotan a los débiles, precisamente por una religión mal vivida e interpretada. Jesús ha leído la vida de aquella pobre mujer, y desde esa vida en unas pocas monedas, ha dejado que lleve adelante su religión, porque estaba impregnada de fe en Dios.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbto.
Director Espiritual.
Domingo 1 de noviembre, Festividad de Todos los Santos
Hoy la Iglesia nos propone celebrar y recordar, en una fiesta única a todos los Santos, los conocidos y desconocidos. La menor parte de los canonizados»son los más conocidos seguramente, pero la inmensa mayoría de los santo son desconocidos. Ante nuestros ojos, desde luego, no ante los ojos de Dios. Hoy estamos invitados a recordarlos; son hermanos y hermanas nuestros que han vivido con fidelidad las bienaventuranzas proclamadas por Jesús: mártires, niños, jóvenes, esposas, esposos, religiosos, religiosas, obispos, papas; laicos y consagrados. ¿Quién no ha conocido gente verdaderamente santa por ser humilde, pacífica, anónima y servicial, y hacerlo además en nombre del Señor Jesús? Cuántos santos ha habido y hay en nuestras parroquias, hermandades y comunidades eclesiales…
Muchos piensan que la santidad es cosa seria, solo para algunos pocos elegidos, para una élite, para poca gente… Descartemos esta idea. Todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena. Todos los fieles somos invitados, más aún, estamos obligados a buscar insistentemente la santidad, a ser santos como nuestro Dios es santo, y cada uno según su propio estado, condición y circunstancia.
Bienaventurados los limpios de corazón, como la Santísima Virgen María, porque verán la gloria de Jesucristo y habrán alcanzado la plenitud de la vida, esa que tanto anhelamos.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 25 de octubre, XXX del tiempo ordinario.
En el evangelio de hoy, Marcos nos relata la última escena de Jesús en su camino hacia Jerusalén. Se sitúa en Jericó, la ciudad desde la que se subía a la ciudad santa en el peregrinar de los que venían desde Galilea. Jesús se encuentra al borde del camino a un ciego. Está al borde del camino, marginado de la sociedad, como correspondía a todos los que padecían alguna tara física. Pero su ceguera representa, a la vez, una ceguera más profunda que afectaba a muchos de los que estaban e iban tras Jesús porque realizaba cosas extraordinarias. Los ciegos no tienen camino, sino que están fuera de él. Jesús, pues, le ofrecerá esa alternativa: un camino, una salida, un cambio de situación. Su curación es, a la vez, el descubrimiento del amor de Dios.
La insistencia del ciego en llamar a Jesús muestra que lo necesita de verdad, Jesús le pide que se acerque, le toca, lo trata con benevolencia. Entonces su ceguera se abre a un mundo de luz, de fe y de esperanza. Después no se queda al margen, ni se marcha a Jericó, ni se encierra en su alegría de haber recuperado la vista, sino que se decide a seguir a Jesús. La vista recuperada le hace descubrir el verdadero rostro de Dios, capaz de iluminar su corazón y seguir a Cristo hasta donde sea necesario.
Queridos hermanos, paz y bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 18 de octubre, XXIX del tiempo ordinario
Servicio, entrega, vida. Son palabras que en Evangelio de este domingo cobran una fuerza inusitada desde la aparente debilidad que para muchos supone la donación personal. Jesús deja claro a sus discípulos que su vida está puesta al servicio de los demás hasta el punto de morir por ellos. Su palabra ha sido contundente: dar su vida en rescate por todos. Esa misma palabra que es capaz de desentrañar las intenciones de nuestro corazón y dejar al descubierto lo que nos mueve a buscar su amistad. Entonces surge la pregunta obligada ¿aspiramos a servir desde el poder que somete o desde la entrega que salva? Porque la paradoja es ésta, como suele acontecer con el evangelio: que dándonos es como recibimos y perdiendo la vida es como la ganamos para siempre.
Puede que nos sorprenda la actitud de Santiago y Juan, y el resto de los Doce. Manifiestan claramente aspiraciones de vanagloria, murmuran unos de otros, etc. El Evangelio no esconde estos pecados y debilidades, lo que nos muestra la veracidad de los relatos y lo más importante: los apóstoles no se hicieron santos de golpe. Fueron creciendo en el seguimiento de Jesús, quien tiene gran paciencia con ellos y gasta mucho tiempo en enseñarles. Igual nos pasa a nosotros: el Señor, el mejor pedagogo, nos llama, nos instruye, perdona nuestras caídas y retrocesos… Lo fundamental es no dejar de seguirle, de amarle con toda nuestra fuerza y nuestro ser. Y dejar que haga su obra en nosotros.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 11 de Octubre, XXVIII del tiempo ordinario
Un joven rico sale al encuentro de Jesús y le pregunta qué hacer para obtener la salvación. Y Jesús le da una respuesta: cumplir los mandamientos de Dios (es decir, que el amor a Dios se concrete en la vida) y abandonar las riquezas para hacerse pobre y así poder seguir al propio Jesús. Aunque cumple desde pequeño lo primero, el joven rico no parece sentirse con fuerza para hacer lo segundo.
Aunque no seamos literalmente ricos, este pasaje evangélico nos interpela a todos. ¿Qué hacer para salvarnos? ¿Qué hacer para seguir a Jesús? Pues renunciar a las riquezas, es decir, renunciar a nuestras seguridades para confiar sobre todo en el Señor. Es una llamada a hacerlo todo de otra manera. No es una llamada a una vida de pobreza absoluta entendida materialmente, sino de pobreza que no se apoye en la seguridad del cumplimiento formal de los preceptos religiosos. De hecho, la escena evangélica nos muestra que si el joven cumplía los mandamientos y además era rico, no debería haberse preocupado de nada más. Pero no las tiene todas consigo. Por ello pregunta a Jesús y encuentra un camino nuevo. El camino de poner a Cristo por encima de todo lo demás.
Las riquezas (poseerlas, amarlas, buscarlas) es un modo de vida que define una actitud contraria al Reino de Dios y a la vida eterna: es poder, seguridad, placer… todo eso no es la felicidad. Sin embargo, pensar que el seguimiento de Jesús es una opción de miseria sería una forma equivocada de entender lo que nos dice el Señor. Este joven es rico en bienes materiales, pero también morales, porque cumple los mandamientos. Eso no es inmoral, Pero esa riqueza moral no le permite ver que sus riquezas le están robando la verdadera sabiduría y el corazón. No tiene la sabiduría que busca, porque debe estar todavía muy pendiente de sus riquezas. Siguiendo a Jesús aprenderá otra manera de ver la vida, de vez las riquezas y de ver su propia fe.
Por eso tiene sentido lo que después le preguntarán los discípulos cuando Jesús hable de que es muy difícil que los ricos entre en el Reino de los Cielos: porque no son capaces de desprenderse de su seguridad personal, de su justicia, de su concepción de Dios y de los hombres. No es solamente por sus riquezas materiales (que siguen siendo un peligro para el seguimiento), sino por todo su mundo de poder y de seguridad. Y reciben la aclaración, por otra parte definitiva, de Jesús: «es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.» Enseñando al joven rico, también nos enseña hoy el Señor cómo seguirle de verdad: que Cristo sea nuestra mayor riqueza, porque en Él lo podemos todo.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 4 de Octubre, XXVII del tiempo ordinario
El evangelio de hoy nos muestra una disputa de Jesús con los fariseos, que buscan motivos para desacreditarle ante el pueblo. El tema, tan
actual por otra parte, del divorcio, tal como se configuraba en el judaísmo del tiempo de Jesús. La interpretación del libro del Deuteronomio al respecto, base de la discusión, era lo que tenía divididas a las dos escuelas rabínicas de la época: una más permisiva (la de Hillel) y otra más estricta (la de Shamay). Para unos cualquier cosa podía ser justificación para repudiar y para otros la cuestión debería ser más sopesada. Los fariseos quieren saber qué dice Jesús a esto. Pero Él no se deja atrapar por una discusión artificial y expresa algo mucho mas profundo: la verdad de Dios sobre el matrimonio. Varón y mujer casados son una sola carne y esa unión no se puede romper ni disolver.
Jesús pone en evidencia que el divorcio es un invento del hombre para justificar la ruptura matrimonial desde sus intereses,, y se apoya en el relato del Génesis sobre la creación del varón y de la mujer. Dios ha creado al ser humano para la felicidad. ¿Cómo justificar el desamor? ¿Cómo hacerlo en nombre de Dios? De ninguna manera. Por ello, todas las leyes y tradiciones que consagran las rupturas del desamor responden a los intereses humanos, a la
dureza del corazón. Jesús defiende aquí también a la mujer, que era tratada como ser inferior, pues según la ley no tenía posibilidad de repudio, ni de
separación o divorcio.
En definitiva, el Señor nos muestra el amor matrimonial partiendo de la creación, que todos hemos estropeado con nuestros intereses y divisiones.
Para los matrimonios que tienen problemas, la Iglesia, iluminada por Cristo, ofrece su ayuda como madre, por ejemplo a través de los varios Centros de
Orientación Familiar que existen en nuestra Archidiócesis de Sevilla. De todas formas, recemos por los esposos y las familias que atraviesan situaciones de
ruptura, para que puedan llegar a recomponerse y alcancen la felicidad que Dios quiere para nosotros.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 27 de septiembre XXVI del tiempo ordinario
Nadie debe tirarse al mar atado a una piedra. Nadie debe cortarse su propia mano o su propio pie, o sacarse un ojo. Con expresiones semíticas, análogas a muchas expresiones de nuestro lenguaje que son metáforas que muchas veces entendemos mejor que lo dicho al pie de la letra, Jesús nos exhorta a no escandalizar con nuestro testimonio a los más «pequeños», a los que tienen menos entendederas o a los que nunca se les habló de Dios. Una buena oportunidad para revisarnos: ¿pueden ser nuestras palabras y obras ocasión para que alguien se escandalice de la fe cristiana? Puesto que nos honramos de ser hijos de Dios, ¿habremos dicho o hecho algo que provocó que alguien se alejara del Señor o de la Iglesia? Grande es nuestra responsabilidad porque grandes son los dones que recibimos de Dios.
Al principio del texto evangélico de este domingo, Jesús no quiere que sus discípulos impidan a otros a realizar signos de la salvación de Dios. No hay exclusivismos para hacer el bien. La Iglesia es madre que acoge, un «hospital de campaña para pecadores» como dice el Papa Francisco. No criticaremos a los que, con otras motivaciones, actúan con caridad. Sí les ofreceremos nuestra Casa, la Casa del Señor, para que por ese amor lleguen a la plenitud de la vida acercándose y amando a Jesucristo. Siempre y cuando nuestros antitestimonios no lo impidan. Y, para ello, nada mejor que llenarnos el corazón de Dios, para que rebose su amor desde nosotros, fluya por nuestras palabras y obras, y así llegue la salvación a nuestro prójimo.
Queridos hermanos, paz y bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director espiritual.
Domingo 20 de septiembre XXV del tiempo ordinario
El evangelio de este domingo nos presenta el segundo anuncio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús y lleva implícita una censura a los discípulos, interesados solo por saber quién de ellos era el más importante. El Señor trata de colocar las cosas en su sitio, distinguiendo entre el pensar a modo humano y a modo divino: humanamente, ambicionamos prevalecer sobre los demás, destacar, ocupar el primer puesto. La lógica del Señor es totalmente distinta: para ocupar el primer puesto hay que ponerse al servicio de todos y pasar por ser el último de todos. Esto se entiende muy bien, pero nuestra pretensión humana es reacia a aceptarlo, porque implica el compromiso de hacer como Jesucristo, que no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos.
Pero esto es posible, nos dice Jesús, si acogemos a quien es niño, es decir, si nos acercamos a la sencillez de los niños, representada en quien es vulnerable y necesita ayuda y servicio. La caridad es la clave. Pero para eso hay que recuperar esa actitud de desprendimiento que sólo podemos ver en Cristo. Yo propongo una escuela, el mejor lugar, para aprender la verdadera caridad y acogida: la escuela de María, es decir, su persona, su maternidad. Ella acogió la Palabra en su corazón, al Hijo de Dios en su seno. Ella acogió a los apóstoles asustados tras la muerte de Cristo y los animó a orar para pedir la venida del Espíritu Santo. Estando cerca de María iremos creciendo en el servicio al que nos llama el Señor: en la escuela de su alma inmaculada. Acercándonos a María, queriéndola, imitándola, ofreciéndole con oraciones… Ella, la primera y mejor de las discípulas, nos enseñará a servir como Jesucristo, el fruto bendito de su vientre.
Queridos hermanos, paz y bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 13 de septiembre XXIV del tiempo ordinario
El evangelio de este domingo nos presenta un momento determinante de la vida de Jesús en que debe plantear a los suyos, a los que le han quedado, las razones de su identidad para el seguimiento: ¿a dónde van? ¿a quién siguen? Pero las palabras sobre el seguimiento de Jesús son para toda la gente, no solamente para sus discípulos. Es el momento de comenzar al camino a Jerusalén, con todo lo que ello significa para Jesús y para nuestra salvación, que se consumará en la cruz del Calvario.
Pedro le confiesa como Mesías, pero Jesús no acepta este título que puede prestarse a equívocos. Todos creían que el Mesías sería el liberador político del pueblo. Jesús sabe que ni su camino ni sus opciones son políticas, porque no es ahí donde están los fundamentos del Reino de Dios, que está por encima de la política. Para aclararlo, Jesús anuncia por primera vez su Pasión. Por lo tanto, del Mesias deben esperar otra cosa.
El reproche de Jesús a Pedro, uno de los más duros del evangelio, porque su mentalidad es como la de todos los hombres y no como la voluntad de Dios, es bastante significativo. Jesús les enseña que ser el Mesías es dar la vida por los otros. Es perderla en la cruz. Eso es lo que el Hijo de Dios pide a los que le sigan. Perder la vida por Jesucristo y por el prójimo es ganarla. No es fracasar, sino triunfar. Perder la vida para que los otros vivan solamente se aprende de Dios, que se entrega sin medida en la Cruz.. El triunfo cristiano es saber entregarse a los demás.
Por eso, la Cruz, la Vera+Cruz, es la vida verdadera, donada con generosidad y recuperada en la resurrección que Jesús ha ganado para nosotros. No es fácil, desde luego. Nuestra propia existencia en los valores del evangelio, nuestra manera de sentir el amor y la gracia, el perdón y la misericordia, la ternura y la confianza en la verdad y en Dios como Padre… eso es ir contracorriente de este mundo, eso es una la cruz, en este mundo de poder, injusticia y hedonismo. La cruz es más que un madero. La cruz está en la vida: en amar frente a los que odian; en perdonar frente a la venganza. La cruz es la vida para los que saben arriesgar por Jesús. Por eso, a pesar de los humanos miedos y temores, no lo dudes, que merece la pena: toma tu cruz y sigue a Jesucristo, el Señor.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 6 de septiembre XXIII del tiempo ordinario
En el sacramento del Bautismo, hay un momento que, al menos para mí, tiene un gran significado y lo vivo intensamente. Puede pasar desapercibido para muchos, porque se trata de una sencilla acción , aunque de gran trascendencia. Repite, o mejor dicho, revive, un gesto del propio Jesús y que describe el evangelio de este domingo. Precisamente, las propias palabras del Señor dan nombre a este gesto sacramental: «Effetá», que quiere decir «ábrete». En efecto, tras el propio bautismo y las distintas unciones con el óleo y el crisma, y la entrega a los padres de la luz (la vela que se enciende del cirio pascual, que simboliza que Jesucristo Resucitado es la luz del mundo), el sacerdote se acerca al bautizado y, tocando sus oídos y su boca, pide al Señor, que hizo oír a los sordos y habar a los mudos, que le conceda a su tiempo escuchar su Palabra y proclamar su fe, para gloria de Dios Padre.
Jesús cura a un sordomudo de la Decápolis, y lo hace tocando sus oídos y su lengua y, mirando al cielo, dice «Effetá». Este «tocar» de Jesús es la mano de Dios que llega para liberar a los hombres de aquello que les impide escuchar a Dios en su corazón y proclamar sus maravillas. Como bautizados, estamos especialmente interpelados a escuchar al Señor y la Buena Noticia que es el Evangelio. Y a no callar lo que hemos escuchado, sino a proclamarlo como sea.
Escuchar y proclamar. Tener los oídos abiertos y la boca audaz y valiente para evangelizar. Nuestro Señor Jesucristo, que por la gracia del bautismo nos abrió el camino de la vida eterna, sepultándonos al pecado para resucitar con Él, nos hace este encargo. Cumplámoslo y experimentaremos la alegría de ser sus discípulos y sus apóstoles. Que la Santísima Virgen María, que escuchó la Palabra y proclamó las grandezas del Señor en el Magnificat, interceda por nosotros para que podamos cumplir esta misión.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 30 de agosto XXII del tiempo ordinario
Los gestos y las formas forman parte de nuestro ser y nuestra cultura, y son necesarios para nuestras relaciones humanas, pero ante Dios no sirven de nada. Es decir, que para Dios, un gesto vacío de sinceridad o contenido es inútil. En cambio, un gesto que brota de un corazón sincero, es una alabanza agradable a Él. Esto nos dice hoy Jesús en el Evangelio. No podemos quedarnos en las apariencias, sino hay que ir a la profundidad del corazón. Por eso, Jesús llama «hipócritas» a los fariseos, para denunciar la práctica formalista de la Ley de Moisés, de la fe de Israel.
Hemos de preguntarnos: ¿son nuestros ritos un automatismo? Es decir, ¿los hacemos de corazón? ¿Ponemos la tradición por encima del bien de las personas? ¿Son sinceros nuestros gestos hacia el Señor. Si no ponemos el corazón, la liturgia es rutinaria y vacía. Y esto hemos de aplicárnoslo, antes que nadie, los sacerdotes.
Permitidme que hoy pida al Señor, que desde la Vera+Cruz nos entrega todo su amor en el gesto más prodigioso de la historia de la humanidad, su muerte en la Cruz por nosotros, por todos las sacerdotes que tenemos el privilegio de celebrar la Eucaristía y los demás sacramentos, para que siempre lo hagamos con corazón contrito, humilde y sincero. Y así, el sacrificio ofrecido en nombre de todos, sea agradable al Señor, como gratitud hacia su misericordia. Ruego también, para ello, la intercesión de nuestra Madre, la Santísima Virgen María, en sus Tristezas.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 23 de agosto XXI del tiempo ordinario
Un modo de hablar inaceptable… Eso dicen muchos de los que han escuchado a Jesús pronunciar unas palabras fundamentales, pero ciertamente totalmente sorprendentes y nuevas: «Quien coma mi carne y beba mi sangre tendrá vida eterna». Y es que escuchar esto, llevarlo al corazón y tomarlo en serio, nos exige una decisión: revisar la hoja de ruta de nuestras relaciones con Dios y con los demás. Aceptar o rechazar a Cristo.
«¿También vosotros queréis marcharos?» Es la pregunta de Jesús que tiene como respuesta el dicho de Pedro: ¿a quién vamos a acudir? La pregunta sirve para desenmascarar nuestras ambigüedades. Tenemos que estar dispuestos a seguir a Jesús aceptando sus palabras, sus valores, aunque nos desconcierte. Porque, a fin de cuentas, ¿quien nos dará la luz, la paz, el gozo, la fuerza, sino Jesucristo? ¿A quién acudiremos, si sólo Él es manantial de vida eterna y verdadera? Como Pedro, le seguiremos, aunque tengamos caídas y dudas, aunque seamos cobardes para estar con Cristo en la Cruz. Siempre encontraremos el perdón y la acogida misericordiosa del Señor, que nos conoce con todo lo que somos, virtudes y defectos, y nos sigue llamando y esperando. Y muriendo por nosotros en la Cruz.
Bendito seas, Señor, porque nos esperas para seguirte.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 16 de agosto XX del tiempo ordinario.
El Evangelio de este domingo nos invita a pensar en la Eucaristía. En el banquete de la Eucaristía, es Jesús el que se nos da como pan y como vino, su Cuerpo y su Sangre que nos alimenta a los creyentes. Comer su Cuerpo y beber su Sangre nos identifica con él y nos da las fuerzas que necesitamos para hacer vida su Palabra.
Acercarnos a comer su cuerpo y beber su sangre puede parecernos algo incluso sencillo. Reconocemos que no somos dignos de recibirle. Qué importante es que nos tomemos muy en serio las palabras que decimos justo antes de empezar la comunión: Señor, no soy digno de que entres en mi casa… Nos tenemos que acoger siempre a la misericordia del Señor. Una misericordia que no tiene límites. Pero entrar verdaderamente en comunión con Jesús significa comulgar con el Evangelio, nuevo modo de ser y de vivir, que nos propone como un verdadero reto. Quien come y bebe con Jesús, pero no comulga con la causa del Evangelio, sigue estando en ayunas.
Comer y beber con Jesús nos hace entrar en comunión con él y con los demás cristianos, formando un solo cuerpo: la Iglesia. La Eucaristía es como el maná del nuevo Pueblo de Dios, que camina hacia la plenitud del Reino. Es el mejor de los alimento. Nos robustece en la fe con la fuerza del Espíritu, que nos anima en el camino y el esfuerzo cotidiano.
Demasiadas veces hemos hecho de la Eucaristía un simple acto de culto. Veneramos, adoramos… nos preocupamos por seguir unas determinadas rúbricas, pero tal vez no celebramos en toda su riqueza y plenitud. Hagamos que la Santa Misa de este domingo sea un encuentro especial con Jesucristo.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 9 de agosto XIX del tiempo ordinario
La pregunta era lógica: ¿no es éste Jesús, el hijo de José? No daban crédito a lo que decía: ¿cómo que ha venido del cielo? Es la misma oposición que Jesús encuentra cuando fue a Nazaret y sus paisanos no lo aceptaron. La respuesta que Jesús no es una confrontación directa, sino una afirmación capital para la fe: «Yo soy el Pan de la Vida». Es decir, Jesús está en el Pan que consagramos en cada Eucaristía. Más aun: Él es ese Pan.
La presencia personal de Jesús en Eucaristía es la forma de ir a Jesús, de vivir con Él y de Él, y que nos resucite en el último día. El Pan de Vida nos alimenta de la vida que Jesucristo tiene ahora, que es una vida donde ya no cabe la muerte, la Vida con mayúsculas, verdadera, eterna y el seno del Señor. La Vida que se nos da en la Eucaristía como participación en la Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo no es un simulacro de vida eterna, sino un adelanto real y verdadero. Nosotros no podemos gustarla en toda su radicalidad por muchas circunstancias de nuestra vida histórica. La Eucaristía, como presencia de la Vida Nueva que Jesucristo tiene como resucitado, es un adelanto sacramental en la vida eterna. Tendremos que pasar por la muerte biológica, pero, desde la fe, consideramos que esta muerte es el paso a la vida eterna. Y en la eucaristía se puede ya gustar este misterio.Por eso, el sacerdote, en cada Eucaristía, antes de repartir el Pan de la Vida, alza un fragmento de la Hostia Consagrada y proclama a todos los fieles reunidos (y a los sacerdotes nos conmueve profundamente decir esas palabras): «¡Dichosos los invitados a la Cena del Señor!». Que por la intercesión de la Santísima Virgen María seamos hallados dignos de participar en cada Eucaristía.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 2 de agosto XVIII del tiempo ordinario
Después del milagro de la multiplicación de los panes y los peces, Jesús no quiere que la gente le busque como a un simple hacedor de milagros, como si se hubiera saciado de un alimento que perece. Jesús hacía aquellas cosas extraordinarios como signos que apuntaban a un alimento de la vida de orden sobrenatural. Podríamos decir que está preparando a sus discípulos, y a todo el que quiera escucharle y seguirle, para acoger en el corazón y en el entendimiento la Eucaristía, es decir, su presencia real y permanente entre nosotros por medio del Pan de la Vida que es su Cuerpo, y el Vino de la Nueva Alianza, que es su Sangre.
Aunque el pan que sustenta nuestra vida es necesario, el Pan de la Eucaristía es una necesidad mayor, pues el alma ha de nutrirse de la gracia de Dios, sino quiere ir pereciendo por inanición. Sin la Eucaristía, el pecado nos vence, la cruz nos aplasta, nuestros pasos se alejan del Señor. Demos, pues, la importancia debida, a la Misa del Domingo, sin la cual no podremos existir en la fe, la esperanza y la caridad. Aprendamos de María, «mujer eucarística» como la llamó San Juan Pablo II, a amar tiernamente a Jesucristo, a dejar que el Espíritu Santo actúe en nosotros, a decirle que sí a participar en su banquete, que anticipa el Reino que el Padre quiere para nosotros, de manera que podamos construirlo como apóstoles suyos.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 26 de julio XVII del tiempo ordinario
Cada domingo, el Señor nos convoca en su Casa para celebrar la Eucaristía. Es el momento más relevante para los cristianos, pues escuchamos su Palabra y compartimos el Pan de la Vida, presencia real de Jesucristo. Termina la Misa y somos enviados… ¿a qué? El evangelio de este domingo, uno de los relatos de la multiplicación de los panes y los peces, nos lo explica muy bien.
Estaba cercana la Pascua. Jesús pregunta a sus discípulos qué pueden hacer con tanta gente como les sigue, cómo darles de comer. Andrés, uno de los primeros discípulos, señala a alguien que tiene como un tesoro en aquella situación: cinco panes y dos peces ¿se los puede guardar para sí? ¡No es posible!. Vemos que la solución del dinero para comprar pan para todos es imposible, porque el dinero muchas veces no es la solución del hambre en el mundo. El milagro de Jesús consistirá precisamente en hacer que el pan se comparta y se multiplique sin medida. No se saca de la nada, sino de poco (aunque para aquél joven es mucho). Pero el joven no se lo ha guardado para sí, y Jesús ha hecho posible que el compartir el pan sea compartir la vida.
Mediante un milagro, un signo extraordinario, Jesús muestra que los discípulos que comparten el pan eucarístico deben tener la caridad y el compartir como primerísima opción. Es lo que da, por otra parte, credibilidad a nuestra fe. Por eso, tras la Misa, somos enviados a anunciar a Jesucristo y a llevar la caridad y la justicia allí donde nos encontremos.
Queridos hermanos, paz y bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 19 de julio XVI del tiempo ordinario
Jesús recibe a los apóstoles que envió a predicar la Buena Noticia y a curar a los enfermos, y vienen contentos y satisfechos, explicándole todo lo que han hecho. Y Jesús se los lleva aparte para que descansen un poco. Y es que es muy importante que sirvamos a la Iglesia, que demos testimonio del Señor, pero a la vez también es muy importante que tengamos momentos de intimidad con Él, ya que sólo el Señor es la fuente y el fin de nuestra misión. Necesitamos momentos de oración para que nuestra vida esté fundamentada sólo en Jesucristo.
Pero cuando Jesucristo se lleva aparte a los discípulos, la gente se les adelanta y llegan antes. Y Jesucristo se compadece de ellos, porque los ve como ovejas sin pastor. Y se pone a instruirles con calma. Esto nos tiene que llevar a otra consideración: si bien necesitamos momentos de intimidad con el Señor, tampoco podemos descuidar a la gente que tenemos confiada. Muchas veces habrá que dejar lo que estamos haciendo para ayudar a un hermano que nos necesita. Y después experimentaremos el gozo y la alegría de haberlo auxiliado, con la ayuda de Jesucristo, el Señor.
Queridos hermanos, paz y bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director espiritual.
Domingo 12 de julio XV del tiempo ordinario
Anunciar a Jesucristo, ser misioneros, evangelizadores… No es tarea de unos pocos, sino de todos los bautizados. Y hoy el Señor, en el evangelio de este domingo en el que da instrucciones a sus discípulos, nos dice cómo ha de ser el anuncio para que que tenga verdad y autenticidad. Primero, el Señor es quien envía. De Él parte la iniciativa de que compartamos el amor suyo que hemos recibido. Lo que consigamos no será mérito nuestro, desde luego. Porque es el Señor quien que da la autoridad. No anunciamos nada nuestro. Todo es del Señor. No podemos apropiarnos de la fe, ni adaptarla y mucho menos inventarla. Es un tesoro depositado en manos de la Iglesia, para que lo custodie.El envío es dinámico: el Señor quiere que nos pongamos en camino. Nuestra fe se difunde allí donde estemos: familia, trabajo, amigos. Si guardamos la fe sólo para mostrarla en la Parroquia o en la Hermandad, no estamos siendo misioneros.Y el camino misionero se realiza en la sencillez y la pobreza («ni pan, no alforja, no dinero suelto en la faja»). En lo material y, sobre todo, en las actitudes. Debemos cultivar la humildad y la confianza en el Señor.En todo esto tiene mucho que enseñarnos la mejor misionera: la Santísima Virgen María. Que ella interceda por nosotros para que seamos dignos de anunciar a Nuestro Señor Jesucristo.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 5 de julio XIV del tiempo ordinario
Nadie es profeta en su tierra… Estas palabras de Jesús se han incorporado a nuestros dichos populares. De hecho, seguro que habrá bastante gente que las usa y no conoce su origen. El evangelio de este domingo las sitúa en su verdadero contexto. Jesús vuelve a Nazaret, a su pueblo natal, y allí los suyos lo ven con distancia y prevención. Sus vecinos y los que le conocen no se fían de su sabiduría ni de los gestos que hace, porque les falta la fe para creer en él. Jesús es el Hijo de Dios que libera a hombre, pero sin la fe no se le puede reconocer. Sus paisanos lo ven como el l carpintero, el hijo de María y el hermano (en el sentido de pariente) de Santiago, Judas y Simón, un hombre trabajador y nacido de gente conocida, alguien demasiado próximo como para encerrar algún misterio. Jesús queda sorprendido, porque la fe estaba ausente. A los ojos de aquella gente, que son quienes mas saben de su vida, los signos que ha realizado no les merecen credibilidad. Y no pudo hacer allí ningún milagro. Podemos extraer dos enseñanzas de este texto evangélico. Por un lado, la necesidad de la fe para que Jesús realice el signo. Él no va «exhibiendo» milagros. Son signos del reino de Dios, que ha de acogerse en el corazón como un proyecto de amor hacia Dios y hacia el prójimo y que supone una tarea para transformar el mundo. Sin la fe, el Reino no puede predicarse ni construirse. Por eso, ennuestro camino de seguimiento de Jesús, en las tareas en que estamos comprometidos con la Parroquia, con la Hermandad, con la Iglesia, con la familia… hay que poner el componente de la fe, la confianza en el Señor, la relación personal con el. De lo contrario, la obra es estéril. La segunda enseñanza se sitúa en nuestra relación con los más cercanos. Será esperable que quienes más nos conocen, puedan desconfiar de nuestra conversión, del ir haciéndonos más santos. Y con ellos quizá sea más difícil el anuncio de Jesucristo. Pero hay que perseverar y no desanimarnos por ello. Si las palabras no hablan por nosotros, que lo haga nuestra actitud de vida cristiana. Pedimos a nuestro Señor Jesucristo, por intercesión de la Stma. Virgen María, que nos conceda fortaleza en la fe y poder anunciarle a nuestros familiares y amigos, a los mas cercanos, a los que más nos conocen y nos quieren. comprometidos con la Parroquia, con la Hermandad, con la Iglesia, con la familia… hay que poner el componente de la fe, la confianza en el Señor, la relación personal con el. De lo contrario, la obra es estéril. La segunda enseñanza se sitúa en nuestra relación con los más cercanos. Será esperable que quienes más nos conocen, puedan desconfiar de nuestra conversión, del ir haciéndonos más santos. Y con ellos quizá sea más difícil el anuncio de Jesucristo. Pero hay que perseverar y no desanimarnos por ello. Si las palabras no hablan por nosotros, que lo haga nuestra actitud de vida cristiana. Pedimos a nuestro
Señor Jesucristo, por intercesión de la Stma. Virgen María, que nos conceda fortaleza en la fe y poder anunciarle a nuestros familiares y amigos, a los mas cercanos, a los que más nos conocen y nos quieren.
Queridos hermanos, paz y bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 28 de junio.XIII del tiempo ordinario
La vida es un maravilloso don de Dios, que nunca agradeceremos bastante, aunque no siempre podamos disfrutarlo de manera placentera. Sabemos que, en muchas ocasiones, esa vida se nos hace difícil. Pero somos el fruto de un amor de predilección. Dios nos creó por amor, y a las demás criaturas por amor nuestro. Las penalidades innegables de este mundo no podrán oscurecer nunca del todo este designio de amor y de vida sobre cuanto existe.
El evangelio de este domingo es la prueba de que, a pesar de todo, estamos hecho para la vida. Mediante el signo de dos curaciones, Jesús nos muestra que, por la fe, aunque nuestra vida terrenal caduque, Él nos abre definitivamente a la vida dichosa que Dios quiso para nosotros desde siempre. La curación de la mujer que padecía flujos de sangre o la resurrección de la hija de Jairo son sólo indicios (pero son ya un anticipo) de la salud definitiva, de la vida eterna, que Jesús nos promete y que él mismo inauguró con su Resurrección.
La vida eterna comienza aquí y ahora, y por eso, siguiendo a Cristo, hemos de procurar mejorar las condiciones de vida presentes de nuestros hermanos mas empobrecidos. La misericordia es la vida, aquí y más allá de esta tierra, como podemos comprobar cada vez que elevamos la mirada y contemplamos a Jesucristo en la Cruz.
Queridos hermanos, paz y bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 21 de junio Domingo 12 del tiempo ordinario.
¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen? El Evangelio de hoy nos recuerda el milagro de la tempestad calmada. Jesús muestra que es Señor de cielos y tierra. Pero miramos a Jesús crucificado, y nos parece todo lo contrario. ¿Quién es éste que está crucificado, herido y maltratado, podríamos preguntarnos? Es el mismo Señor, pero ha decidido mostrar su omnipotencia con la misericordia y el perdón, porque ése es el verdadero camino de la Vida.
Los discípulos tenían miedo cuando la barca se veía agitada por las olas, Podemos aplicar este evangelio a las circunstancias actuales del mundo y de la Iglesia, pues las olas están embravecidas, y parece que Jesús está ausente, mientras nosotros estamos en medio del peligro y alguno pudiera pensar que ya no hay remedio. Con todo, no nos perdamos en medio del oleaje en el que nos debatimos. El verdadero problema es la poca fe de los discípulos, nuestra poca fe, y la solución auténtica es poder exclamar, como entonces hicieron los que iban en la barca: ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen? ¿Quién es éste que está crucificado por nuestra salvación? Es tiempo de ejercitar nuestra fe en Jesucristo, pues sabemos que Él puede, también hoy, calmar la tempestad y nosotros volver a gozar de una travesía sin olas, hacia el horizonte de esperanza, la vida eterna, donde Jesucristo nos espera.
Queridos hermanos, paz y bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 14 de junio. Domingo 11 del tiempo ordinario
Reiniciamos hoy los domingos del Tiempo Ordinario. Y la Liturgia de la Palabra de la Santa Misa de hoy se centra en el compromiso de Dios con los hombres. La primera lectura, tomada del profeta Ezequiel, nos recuerda la antigua alianza de Dios con el pueblo de Israel. En una etapa de desorientación y pesimismo del pueblo elegido, después del cautiverio al que Israel fue sometido, por parte del Imperio de Babilonia, Dios anuncia la restauración de Jerusalén y del Templo. Pero esta restauración es plena en Jesús, el Mesías anunciado por los profetas, garantía de una nueva Alianza de Dios con la humanidad. En Jesús, el compromiso del amor de Dios con los hombres alcanza cotas insospechadas e infinitas.
En este pasaje evangélico, Jesús resalta la acción de Dios en el mundo comparándola con una semilla que aún siendo algo, insignificante lleva en sí una potencia misteriosa capaz de trasformar la relación de Dios con el hombre. El interrogante para los que escuchan su Palabra va a ser preguntarse cuál es el papel del hombre, como acoger el mensaje del Reino. Así se inicia en la humanidad un tiempo de gracia a través de la confianza y la fidelidad al mensaje recibido a través de Jesús hecho hombre. Un tiempo que se prolonga en la Iglesia, a través de su testimonio evangelizador, pero, sobre todo, a través de los sacramentos, presencia de Jesucristo entre nosotros. Y especialmente en la Eucaristía, que en este domingo el mismo Jesucristo nos invita a compartir.
Queridos hermanos, paz y bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 6 de junio. Festividad del Corpus Christi
La Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor, el Corpus Christi, nos ayuda a vivir con gozo y profundidad uno de los pilares de nuestra fe: la permanencia de Jesucristo en las especies eucarísticas, para que le amemos y le adoremos, para hablarle y escucharle, para que nos acompañe en el camino de la vida. Así se cumple su promesa: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Y este acompañamiento se expresa sublimemente en las numerosas procesiones con el Santísimo Sacramento que han tenido lugar el pasado jueves, como en Sevilla, o las que tendrán lugar hoy en otros días.
El evangelio de hoy expone la preparación de la Última cena de Jesús con los suyos y la tradición de sus gestos y sus palabras en aquella noche, antes de morir. Sabemos de la importancia que esta tradición tuvo desde el principio del cristianismo, tradición que llega a nosotros, de manera que podemos decir que las palabras que el sacerdote pronuncia en la consagración son las mismas que el Señor pronunció en aquella Última Cena en el primer Jueves Santo. Y sus palabras sobre el pan y sobre el cáliz expresan la magnitud de lo que quería hacer en la cruz: entregarse por los suyos, por la salvación de todos los hombres, por el mundo entero. El Corpus Christi es la prueba del amor sin medida de Jesucristo, de manera que en la Santa Misa, Él vuelve a morir y a resucitar por nosotros.
La Eucaristía es sacramento de vida, pues comiendo de ese pan tenemos vida eterna. ¡Gracias, Señor. por ese inmenso privilegio! Es María, «mujer eucarística» la llamó San Juan Pablo II, quien mejor nos enseña a valorar el infinito regalo dela presencia de Jesucristo en la Eucaristía. Acudamos con gratitud y humildad a comulgar, y en las debidas condiciones de gracia, para hacernos dignos del amor más grande.
Queridos hermanos, Paz y Bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 31 de mayo festividad de la Santísima Trinidad
Por puro amor y misericordia, Dios nos creó, pero también se nos reveló, se nos dio a conocer para que también nosotros le amemos a Él. Pero es tan grande, tan inaprensible e infinito, que es un misterio insondable. Primero se reveló al pueblo de Israel, y en Jesucristo, el mismo Dios nos habla, nos llama y toma nuestra carne. Ya en el Antiguo Testamento se va esbozando esta verdad fundamental de nuestra fe, que en la Encarnación del Hijo de Dios resplandece de forma sorprendente y maravillosa. Jesucristo nos muestra que Dios es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ello significa que Dios no es soledad, sino familia, comunicación, amor que se entrega. La Santísima Trinidad es el misterio del amor sin medida y hoy celebramos su Solemnidad, su fiesta litúrgica.
El texto evangélico es el del envío de Jesucristo a los apóstoles para que hagan discípulos de todos los pueblos. Y el envío lo hace en clave trinitaria: los envía para que bauticen en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Esto significa que ser discípulos de Jesús es una llamada para entrar en el misterio amoroso de Dios y bautizarse en el nombre del Dios trino es introducirse en la totalidad de su misterio. Por lo mismo, hacer discípulos no es simplemente enseñar una doctrina, sino hacer que los hombres encuentren la razón de su existencia en el Dios trinitario, el Dios cuya riqueza se expresa en el amor. La Iglesia será misionera, nosotros seremos misioneros, en tanto y en cuento vivamos este amor del Señor y lo hagamos realidad. En este sentido, tenemos el modelo de María, nuestra Madre, mujer trinitaria, que abrió su corazón a la acción del Espíritu Santo para ser la madre del Hijo, obediente y fiel a la llamada del Padre.
También celebramos hoy la jornada «Pro Orantibus», para rezar por las religiosas de clausura y ayudarlas con nuestra colaboración económica. Hemos de ser agradecidos a estas mujeres que se consagran parar orar en nombre del mundo, dedicadas a la alabanza contemplativa como puro gesto de amor y siendo para nosotros signos del cielo nuevo y la tierra nueva, en el que todos (ésta es nuestra esperanza) estaremos en DIos, en la Santísima Trinidad.
Domingo 24 de mayo. Pentecostes
Es Domingo de Pentecostés. Durante cincuenta días, junto con toda la Iglesia, hemos celebrado la alegría de la Resurrección de Jesucristo, quien nos ha abierto el camino de la vida verdadera. Pero esa vida es para llevarla al mundo, para transformar la historia, para llevar el amor y la justicia de Dios a todos los rincones del universo. Y, para poder hacerlo, el Señor nos envía el don más grande, su propio ser, el Espíritu Santo.
En Pentecostés, cincuenta días después de la Pascua, los discípulos de Jesús estaban encerrados, temerosos más que dubitativos. Pero la Santísima Virgen María les animaba a perseverar en la oración, pidiendo el Espíritu Santo del que Jesús les había hablado y que les había prometido. ¡Bien sabía nuestra Madre de lo que hablaba! Ella es la llena del Espíritu Santo, la llena de gracia, y por eso llevó adelante la misión que el Señor le encomendó desde el momento en el que el árcángel San Gabriel le anunció su maternidad divina: colaborar en los planes de Dios. Sin la ayuda del Espíritu Santo, tal empresa parece imposible. Pero, como también dijo Gabriel a María, para Dios nada hay imposible.
Junto con María, pidamos hoy el don del Espíritu Santo, que ya se nos ha dado por el Bautismo y la Confirmación, pero que es necesario avivar, pues nuestros pecados van apagando esa llama viva. Con el Espíritu Santo construimos relaciones nuevas y maravillosas con Dios Padre, por medio de Jesucristo, y con el prójimo. Es decir, hacer que el mundo tenga una faz nueva, a través de la familia, la parroquia, la hermandad.
¡Ven Espíritu Santo, y envíanos tu luz!
Queridos hermanos, paz y bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 17 de mayo, Solemnidad de la Ascensión del Señor
Finalizamos el tiempo de Pascua con la Solemnidad de la Ascensión del Señor. Con este misterio intentamos describir la realidad del dato de que, en la Resurrección, Jesús recibe el poder y la gloria de Señor del universo y que, tras una etapa en la que se ha manifestado a sus discípulos para sostener su fe, ahora está a la diestra del Padre en su ámbito propio de divinidad. Sin embargo, el Hijo de Dios podríamos decir que ha «vuelto distinto»: también es hombre, carne de nuestra carne. En la Santísima Trinidad hay un ser humano, uno de nosotros. La Encarnación de Jesucristo no ha sido un paseo por esta tierra, sino que nos ha llevado a todos con Él. Nos ha rescatado de la muerte y nos da la vida eterna, su misma vida divina. De esto también se deriva que la persona ha de ser custodiada en su dignidad, porque Dios ha querido compartir su ser con toda la humanidad en Jesucristo, elevándola en su categoría de manera insospechada.
Ahora es el momento de que la Iglesia pueda emprender una nueva tarea en la que estará guiada por el Espíritu. Pero el Señor no se desentiende de nosotros y de este mundo. Nos dona la fuerza y la luz del Espíritu Santo en la tarea de predicar y anunciar la salvación a todos los hombres. Una misión en la que todos estamos implicados y en las que todos podemos contribuir, asumiendo en nuestra existencia los valores del Evangelio, amando y siguiendo a Jesucristo.
Queridos hermanos, paz y bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 10 de mayo sexto Domingo de Pascua
Tenemos motivos para la alegría, seguro. Dentro de las muchas dificultades de nuestra vida, en medio de los momentos de cruz, podremos encontrar razones para el gozo, la risa o al menos la sonrisa. Desde luego, habrá quien base su alegría en el bienestar material, en sus posesiones, que le otorgan esa placentera pero efímera sensación de seguridad. Más bien habrá que mirar esos dones verdaderos que nos da el Señor: el amor de la familia, de los amigos, o la satisfacción de estar orientando la existencia según la vocación que de Dios recibió. Pero hoy Jesús, en el evangelio, nos dice donde encontrar la plenitud de la alegría, la alegría verdadera, la profunda y sincera, la que es capaz de sobrevivir en medio de la tempestad de las tristezas: permanecer en su amor, permanecer en el amor de Jesucristo. Amarle en la oración, en los sacramentos y en la fidelidad de la existencia según las Bienaventuranzas. Merece la pena intentarlo, ¿no?
Jesús vincula la permanencia en Él con la amistad: no nos trata como a siervos o simples discípulos. ¡Somos sus amigos! Eso implica cercanía, trato íntimo, cariño entrañable… ¡con Dios mismo! Buena noticia, desde luego. Pero también quiere decir que hemos de cumplir su mandamiento del amor, con las correspondientes consecuencias. La moral cristiana no es una imposición, sino un asunto de amistad. Esto cambia la perspectiva, ¿verdad?
Hoy, que celebramos la Pascua del Enfermo, pedimos por nuestros hermanos que sienten la cruz en el dolor de su enfermedad. Ellos necesitan y se merecen que estemos a su lado. Una forma de mostrar que queremos dar frutos, capaces de transformar el mundo en la dinámica del amor más grande. El amor por el que el Santísimo Cristo de la Vera+Cruz se entregó y murió en el Madero.
Queridos hermanos, Paz y Bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 3 de mayo quinto Domingo de Pascua
El tiempo de Pascua es propicio para revisar nuestra vida de discípulos a la luz de Jesús resucitado. ¿Qué frutos estamos dando? ¿Nuestro amor cristiano puede verse en gestos y acciones concretas? ¿Estamos glorificando a Dios con nuestras vidas llenas de ilusión, esperanza y misericordia? Nada de esto es posible di no estamos unidos a Jesucristo de la mima manera como los sarmientos están unidos a la vid, y de ella toman la vida. Con esta imagen tan acertada, tan gráfica nos explica hoy el Señor que, sencillamente, sin Él no podemos hacer nada. Es decir, podemos, sí, hacer cosas, pero serán «horizontales», sin proyección a la vida eterna, sin trascendencia, demasiado vacías. El pasaje del evangelio de este domingo es uno en los que Jesús se nos muestra a sí mismo, diciendo «Yo soy…» . Así, el Señor nos dice que Él es el Mesías, el pan de vida, la luz del mundo, la puerta de las ovejas, el rey de los judíos, el Buen Pastor, el Hijo de Dios, la resurrección, el Señor y Maestro, el camino, la verdad y la vida. Hoy Jesús se presenta con una imagen que es tradicional en la Biblia: la de la viña. Él es la vid, y todos los hombres, los sarmientos. Y los sarmientos tendrán savia nueva, vida nueva, y entonces llevarán a cabo las obras del amor, siempre y cuando permanezcan unidos a la vid. Permanecer con el Señor es vivir de su palabra, de sus mandamientos, de su luz, de su vida. Queremos seguir a Jesús, queremos anunciarle y construir el Reino de Dios. Pero por muchos planes o propósitos que hagamos como Iglesia, como parroquia o como hermandad, lo más importante, lo fundamental y lo primero será que estemos unidos personalmente a Él por la oración, los sacramentos y el cumplimiento de su mandamiento de amor. Pues que Jesucristo nos ilumine y sostenga, por intercesión de la Santísima Virgen María, en esta tarea.
Queridos hermanos, paz y bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro.Director Espiritual.
Domingo 26 de abril, cuarto Domingo de Pascua
El cuarto domingo de Pascua es el llamado «Domingo del Buen Pastor», porque en el texto evangélico Jesús se presenta a sí mismo precisamente así, como el único y buen pastor de nuestras vidas, que guía a sus ovejas (que somos nosotros), da la vida por ellas y las conoce una a una. Y tiene el afán de ir a buscar a las ovejas que, perdidas o desorientadas, también son del redil.
¡Qué bien se describió a sí mismo Jesús! Porque la imagen del Buen Pastor nos habla claramente de que Él nos conoce y nos ama personalmente, sabe lo que necesitamos, nos acompaña en el día a día y nos guía hacia la plenitud de la vida eterna. Y todo esto lo hace por amor, el mismo amor por el que entregó su vida en la Santa y Vera Cruz.
Nosotros estamos llamados a ser pastores de los que nos rodean, para llevarlos hacia Jesucristo. Pero imitando en todo a Jesús: dando la vida (desgastándome por el bien del prójimo en nombre del Señor), conociendo a las ovejas (la necesidad de relacionarnos con los demás con cercanía y fraternidad, porque así es el Reino de Dios) y buscando a los alejados de la fe para llevarles a la esperanza de los que se sienten hijos de Dios, es decir, llevándoles al redil de la Iglesia.
Y para llevar esto a cabo, contamos con la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, la Madre del Buen Pastor. Que ella cuide de nosotros y nos ayude a anunciar a Jesucristo Resucitado.
Queridos hermanos, Paz y Bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 19 de abril, tercer Domingo de Pascua
Seguimos celebrando la Pascua y proclamando que Cristo ha resucitado. Una experiencia que para los primeros discípulos fue totalmente nueva, transformante. Y la Iglesia nos invita a adentrarnos en ese asombro gozoso que nos abre a la vida eterna y verdadera: Cristo nos ha salvado por su Muerte y Resurrección. La veracidad e historicidad de la Resurrección y de las experiencias de los discípulos ante las apariciones de Jesús se manifiesta en el miedo desconcertante que experimentan. Y es que Jesús no es que haya vuelto a la vida, sino que su vida ha sido glorificada. Se muestra visible a los discípulos por pura gracia. Come con ellos, como hace con nosotros en cada Eucaristía, para seguir compartiendo su amor
con nosotros. Y, ciertamente, podremos también nosotros reconocer, con los ojos de la fe, a Cristo Resucitado cada vez que participamos en la Santa Misa. Jesucristo trae a los discípulos paz y alegría. Con la paz saluda a los discípulos. Verdaderamente, donde está el Señor no hay, no puede haber, conflicto ni disputa. Y esa es una de nuestras tareas evangelizadoras: poner paz donde haya rencor. No cualquier paz (de mínimos o de componendas), sino la que surge sinceramente del corazón con la voluntad de construir puentes y derribar murallas, porque Jesucristo ha derribado todos los muros. Revisémonos si somos constructores de paz en la familia o en la hermandad. Si hemos de dejar palabras o comentarios que ofenden o hieren. No somos hombre y mujeres eucarísticos si no buscamos la paz. Y de la paz surge naturalmente la alegría verdadera. Benditos frutos, la paz y la alegría, que son capaces de construir un mundo nuevo: el Reino de Dios. Por ello murió Jesucristo en la Santa y Vera Cruz. Por ello ha resucitado y nos regala el don de una existencia distinta y nueva. El nos envía: «vosotros sois testigos de esto», Así concluye el evangelio de este domingo. ¿Vamos a eludir la misión que nos encomienda? No, claro que no. Cuando salgamos de la Misa, proclamaremos que Jesucristo nos trae la paz y la alegría porque ha resucitado.
Queridos hermanos, paz y bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro.Director Espiritual.
Domingo 12 de abril, Domingo de la Divina Misericordia
Estamos celebrando el tiempo gozoso de Pascua. Estos cincuenta días que van desde el Domingo de Resurrección hasta la Solemnidad de Pentecostés han de ser celebrados con alegría y gozo. Hoy llegamos al Domingo II de Pascua, que San Juan Pablo II instituyó hace algunos años como Domingo de la Divina Misericordia. Y es que por puro amor, por pura misericordia, el Señor nos ha salvado. Ha muerto en la Cruz, pero no ha quedado en el sepulcro. Ha resucitado y nos ha abierto el camino de la vida eterna. ¿Y qué nos pide a cambio? Sólo seguirle, escucharle, amarle y amar al prójimo con el mismo amor con que Él nos ha amado.
En el evangelio de hoy, Tomás no cree a los demás discípulos que han visto a Jesús vivo y resucitado. Porque «no estaba con ellos». Cuando vuelve con el grupo de los Once, entonces ve a Jesús, quien aún así le pide que le toque, que meta las manos en sus heridas. Y entonces durge del corazón de Tomás la confesión de fe más intensa: Señor mío y Dios mío. Para pasar de la incredulidad a la fe entregada, Tomás ha debido regresar a la comunidad, de la que estaba ausente. Nuestra fe también es vivida en comunidad. Necesitamos a la Iglesia, que se concreta en nuestra Parroquia o en nuestra Hermandad, para descubrir que Jesús ha resucitado, y nos habla y llama por nuestro nombre, y nos envía a construir el Reino de Dios. Quizás es un buen día para dar gracias al Señor porque fuimos bautizados y crecimos en la fe en el seno de nuestra madre la Iglesia. Que tiene fallos, sí, pero estamos convocados a mejorarla con nuestro testimonio de santidad.
Queridos hermanos, Paz y Bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 5 de abril, Domingo de Resurrección
¡Jesucristo ha resucitado! Hoy la Iglesia celebra el día más grande de la historia, porque con la resurrección de Jesús se abre una nueva historia, una nueva esperanza para todos los hombres. Si bien es verdad que la muerte de Jesús es el comienzo, porque su muerte es redentora, la resurrección muestra lo que el Calvario significa. Así, la Pascua adelanta nuestro destino. De la misma manera, nuestra muerte también es el comienzo de algo nuevo, que se revela en nuestra propia resurrección. La fe en la resurrección nos propone una calidad de vida, que nada tiene que ver con la búsqueda que se hace entre nosotros con propuestas de tipo social y económico. Se trata de una calidad «teológica», que se fundamenta en el hecho de que Dios ha destinado a vivir con él. Creer en la resurrección es creer en el Dios de la vida. Y no solamente eso, es creer también en nosotros mismos y en la verdadera posibilidad que tenemos de ser algo en Dios. Porque aquí, no hemos sido todavía nada, mejor, casi nada, para lo que nos espera más allá de este mundo. No es posible engañarse: aquí nadie puede realizarse plenamente en ninguna dimensión de la nuestra propia existencia. Más allá está la vida verdadera; la resurrección de Jesús es la primicia de que en la muerte se nace ya para siempre. No es una fantasía de nostalgias irrealizadas. El deseo ardiente del corazón de vivir y vivir siempre tiene en la resurrección de Jesús la respuesta adecuada por parte de Dios. La muerte ha sido vencida, está consumada. Jesucristo, por su Cruz y su Resurrección, ha vencido al mal, al pecado y a la muerte, y nosotros vencedores por Él, con Él y en Él.
Queridos hermanos, ¡Feliz Pascua de Resurrección! Paz y bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro.Director Espiritual.
Domingo 29 de Marzo, Domingo de Ramos
Domingo 22 de Marzo, Quinto de Cuaresma
Lectura del santo evangelio según san Juan 12,20-33
En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: – «Señor, quisiéramos ver a Jesús.» Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: – «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.» Entonces vino una voz del cielo: – «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.» La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: – «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.» Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.
Siguiendo el camino de la Cuaresma, el Señor nos invita hoy a vivir… pero muriendo. Como el grano de trigo ha de caer en tierra y morir, para germinar y dar fruto, y ser recolectado y molido, y convertirse en pan. Tal es la dinámica del Reino de Dios: para dar vida, para que la vida sea verdaderamente fecunda, se ha de morir. Hay que darlo todo por amor. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guarda para la vida eterna. así de sencillo. Así de difícil. Pero así de maravilloso, porque amar imitando la entrega de Jesucristo es lo que nos da la vida verdadera.Pero, ¿de verdad es posible hallar a Dios y su salvación en el camino del servicio, del desprendimiento más radical? Ved el ejemplo de tantos santos. Pero mirad también las vidas de esos santos anónimos, tan cercanos a nosotros, incluso dentro de nuestras propias familias. Cuántos padres, madres, abuelos, abuelas, familiares, amigos y compañeros nos muestran que la generosidad de su amor entregado, inspirado por la fe en Jesucristo, es fuente de fuerza, alegría y esperanza para todos los que les rodean. En este domingo, una vez más, la Cuaresma nos recuerda que el secreto del itinerario que conduce a la vida es la entrega, la donación generosa de uno mismo. Jesucristo así lo ha vivido y enseñado. Desde luego, es un reto y significa ir a contracorriente del mundo. Pero debemos hacerlo realidad en nosotros, asistidos por la gracia que nos da Jesucristo.
Queridos hermanos, paz y bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.Director espiritual.
Domingo 15 de Marzo, Cuarto de Cuaresma.
Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 14-21
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:- «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que están en él, sino para que tengan vida eterna». ¿Puede haber un compendio más exacto, denso y hermoso del Evangelio? Más aún, ¿puede haber una explicación más certera y a la vez maravillosa de por qué existimos, de por qué Dios nos busca, de por qué le respondemos con la fe? Estas palabras de Jesús en el Evangelio de hoy son toda una razón para celebrar con alegría la cercanía de la Pascua. Efectivamente, en este Domingo IV de Pascua, el color litúrgico es el rosa, es decir, un morado suavizado. La Iglesia nos invita a suavizar la penitencia y a pregustar la alegría de la Resurrección, ya tan cercana. Y la alegría surge en el corazón al escuchar y llevar al corazón el texto evangélico de esta Dominica in Laetare.
Domingo 8 de marzo, Tercero deCuaresma
Lectura del santo evangelio según san Juan 2, 13-25
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: -«Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.» Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.» Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
– «¿Qué signos nos muestras para obrar así?» Jesús contestó: – «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.» Los judíos replicaron: – «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús. Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.
La Cuaresma, por la que vamos avanzando, es (debe ser) un camino de liberación de nuestras esclavitudes. Pero en el evangelio de este Tercer Domingo de Cuaresma nos plantea una pregunta fundamental… y atrevida: ¿es nuestra fe, nuestra religiosidad o nuestra devoción más una atadura que una liberación? Podemos estar ciegos y no darnos cuenta de que nuestras tradiciones (religiosas, cofrades) han perdido su espíritu y su esencia. Jesús expulsa a los mercaderes del templo porque han convertido las ofrendas de la Ley judía en algo meramente material y mecánico, sin fe. Dios se merece mucho más, ¿no? Y el alma humana, que el Hijo de Dios rescató pagando el altísimo precio de su sangre en la Cruz, también merece una liberación mejor que la que a veces le procuramos, llevando una vida cristiana ciertamente muy mejorable.
La tradición cofrade u otras formas tradicionales de expresión de la fe, han de llevarnos siempre a adorar a Dios en Espíritu y en Verdad, es decir, a adorar con el corazón y no sólo con los labios. Si no, algo tendremos que cambiar. Igual que Dios liberó a su pueblo Israel sacándolo al desierto, y en el desierto estableció con él una alianza de amor y fidelidad, así también ahora Dios, por medio de Jesucristo, nos saca al desierto de la Cuaresma para renovar esa alianza y que podamos adorarle con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, con todo nuestro ser.
Revisemos, pues, si en nuestra fe falta la fe. Y si falta caridad. Y si, por todo eso, nos falta esperanza. Y vayamos, tomando cada uno su cruz, detrás de Jesucristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 1 de marzo, Segundo de Cuaresma
Lectura del santo evangelio según san Marcos 9, 2-10
En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: – «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Estaban asustados, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: – «Este es mi Hijo amado; escuchadlo.» De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: – «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.» Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».
Como cada segundo domingo de Cuaresma, la liturgia nos regala el relato evangélico de la Transfiguración del Señor en el Monte Tabor, una experiencia de Jesús con sus discípulos. En concreto, con Pedro, Santiago y Juan. Ante ellos Jesús se muestra en su trascendencia, en su divinidad, para anticiparles la gloria que ha de venir tras la Cruz. Los anima a creer y perseverar en los momentos difíciles de la Pasión, que se acercan. Las actitudes y expresiones de los discípulos nos testimonian claramente el fondo histórico de la narración, en la que Pedro, Santiago y Juan tienen una experiencia radicalmente nueva y extraordinaria, muy difícil de verbalizar o de describir. De hecho, sólo lo comprenderán plenamente tras la Resurrección de Jesús.
Además del fondo histórico, la narración de San Marcos está enriquecida por alusiones teológicas al Antiguo Testamento: Jesús es el cumplimiento pleno de las promesas de Dios. Y es una promesa que lleva al seno mismo de Dios. Pero antes, hay que pasar por la Cruz, es decir, por la caridad probada, aquilatada, entregada hasta el final. Para los que también queremos ser discípulos de Jesús se trata de un mensaje de esperanza: el camino de la Cruz lleva a la Resurrección. Todo gesto de amor, aunque duela, está cargado de salvación si lo hacemos con misericordia.
Tras la experiencia del Tabor, Jesús y sus discípulos bajan del monte. Diríamos que vuelven a la «normalidad», a a cotidianeidad. Y es que en la vida diaria, en los pequeños y grandes detalles de nuestra existencia, se pone en juego nuestra fe cristiana. Ahí vivimos la Cruz y por ahí caminamos hacia la gloria, es decir, hacia la presencia amorosa del Padre. Imitemos a Jesús en el amor y en su entrega para que podamos recorrer sus mismos pasos, que no terminan en el Calvario, ni tampoco en su tumba vacía, sino que nos llevan directamente hacia su eterna, amorosa y divina presencia, pues el Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, nos ha abierto el camino que nos lleva directamente hasta Él.
Queridos hermanos, Paz y Pien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 22 de febrero
El primer domingo de cuaresma siempre nos trae el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto. El desierto está cargado de simbolismo: de la misma manera que es un tiempo de tentación, es también un tiempo de purificación. El número cuarenta, los cuarenta días, señalan, evidentemente, a los cuarenta días del diluvio o a los cuarenta años del pueblo de Israel caminando por el desierto hacia la libertad.
El Espíritu Santo impulsa a Jesús al desierto como un tiempo de preparación para el momento en que comience a predicar la llegada del Reino de Dios y, por lo tanto, para empezar su camino hacia Jerusalén, hacia la Cruz. La Cuaresma nos iNvita a entrar también nosotros en ese necesario espacio de oración, silencio e intimidad con el Señor. Intenta crear en tu vida momentos de desierto y hallarás que el Reino de Dios está muy cerca. Basta con que nos convenzamos de una vez de que la misericordia de Dios no puede ser vencido por el de la maldad, la injusticia o la guerra. Y la prueba está en el mismo Jesucristo, que en la Cruz, por su amor entregado, vence a la muerte y nos abre el camino a la vida eterna.
Queridos hermanos, paz y bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 15 de febrero VI del tiempo ordinario
Lectura del santo evangelio según san Marcos 1,40-45 En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:- «Si quieres, puedes limpiarme.»Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo:- «Quiero: queda limpio.»La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. El lo despidió, encargándole severamente: – «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.»Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún Pueblo, se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.
Jesús cura a un leproso, mostrando con este milagro el poder del amor de Dios, que quiere sanar todo nuestro ser, todo lo que somos. Pero este signo de la curación del leproso pone de manifiesto, a la luz de Dios, el pecado que significa marginar a los pobres en nombre de Dios. Porque en tiempos de Jesús, el leproso era un excluido, un marginado, no sólo moralmente, sino literalmente, pues los leprosos eran expulsados y obligados a vivir fuera de las murallas o del contorno de cada pueblo o ciudad en condiciones penosas. Y también religiosamente, pues se les consideraba impuros, es decir, no aptos para ser «tenidos en cuenta» por Dios. Pero Jesús anula todo esto. Se acerca al leproso, le toca (expresamente se dice en el evangelio que extendió la mano y le tocó, lo que implicaría que desde ese instante Jesús también quedaba bajo la ley sagrada de la contaminación); pero le cura y, con una osadía inaudita, le envía al sacerdote (a los que representan el poder que manipula en su beneficio lo sagrado) para que sea un testimonio contra ellos y contra todo lo que pueda ser sacralizar las leyes sin corazón. Con este milagro, Jesucristo nos dice que Dios está con los leprosos: con los enfermos, con los pobres, con los excluidos.
Pidamos hoy al Señor que también nos toque y nos cure de la tentación de marginar o prejuzgar al prójimo. Y que nos libre de la dureza de corazón, de esa ceguera que nos impida reconocerle en los más pobres.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 8 de febrero, V del tiempo ordinario.
Lectura del santo evangelio según san Marcos 1,29-39
En aquel tiempo, al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Símón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron:- «Todo el mundo te busca.»Él les respondió:- «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.»Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
Estos domingos que están siguiendo a la celebración del misterio de Navidad, afirman el mensaje: Jesucristo es vida, Jesucristo es luz, Jessucristo es presencia cercana. No es cualquier vida: es vida en plenitud No es una luz cegadora que irrita, sino clarificadora y cálida. Es una presencia que no demanda protagonismo ni se crece a costa de los demás, sino es presencia que genera vínculos, de amor restablece la esperanza, cultiva todo lo humano y nos eleva al corazón mismo de Dios.
Para tener la capacidad de recibir estos dones del Señor, hemos de ejercitar una profunda, continuada y honesta escucha de la Palabra. El aprendizaje de reconocernos en la Palabra requiere hábito, hasta que se convierta en algo natural y necesario para crecer en la fe. El Papa Francisco ha dicho hace unos días, con su estilo directo, que tanto nos interpela: «¡Más evangelio y menos telenovelas!». Así de claro. ¿Qué tal leer cada día unos versículos de los evangelios! Prueba y verás.
Hoy celebramos, además, la Campaña contra el Hambre, a través de Manos Unidos. La pobreza de los países lejanos no nos es ajena, porque Jesucristo nos ha hecho a todos hermanos. A través de proyectos concretos, Manos Unidad trabaja por el desarrollo, la cultura, la justicia y la igualdad, porque eso es el Reino de Dios, esa es la misión que nos ha encomendado Jesucristo.
Queridos hermanos, paz y bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.
Domingo 1 de febrero IV del tiempo ordinario
Evangelio según San Marcos 1,21-28
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar:«¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»Jesús lo increpó:«Cállate y sal de él.»El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos:«¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.»Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
Últimamente se nos presentan muchos que se arrogan para sí mismos el papel de líderes y reclamando para sí una autoridad emanada de diversos lugares: la autoridad de la mayoría parlamentaria, la autoridad de los sentimientos del pueblo, la autoridad de los datos económicos, etc. Al final, líderes que caen. En el Evangelio de hoy Jesús se nos presenta hablando con la verdadera autoridad, despertando el interior de la gente de tal forma que una palabra suya, una orden, es capaz de liberar a un endemoniado. Su palabra liberadora y regeneradora toca el corazón de las personas, de una forma que sólo puede surgir de su experiencia de Hijo de Dios. Tiene la autoridad de Dios porque Él mismo es Dios, y se manifiesta en el supremo bien, la misericordia y la liberación del mal. La coherencia del mensaje de Jesús y su fuerza es tal, que trasforma la realidad de quienes la escuchan. Ojalá nosotros seamos capaces de escuchar la Palabra de Dios de tal forma que nos veamos regenerados y podamos capaces de expulsar de nuestro interior todo aquello que nos oprime y nos aleja de Dios. Así sabremos desenmascarar a los falsos pastores, los falsos profetas, los falsos lideres. Sólo Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida. Sólo a Él podemos seguir sin temor a perdernos, sólo en Él podemos creer sin miedo a ser engañados, sólo en Él podemos confiar porque nos ama, y esto amor nos vivifica. Bendito sea Dios que en Jesucristo, por su Espíritu Santo, nos ha dado la luz que nos guía. Queridos hermanos, Paz y Bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 25 de enero, III del tiempo ordinario
Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 14-20
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: – «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.» Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo: – «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.» Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.
En este tercer domingo del Tiempo Ordinario, Jesús anuncia el programa de su vida y la de dos discípulos, aquel a los que llama para que siguiéndole, dejando las redes, se hagan pescadores de hombres. Este programa es de construir un mundo más justo, más humano, más según los deseos y la voluntad de Dios. Ese programa, ese proyecto, no es un sueño irrealizable ni una entelequia abstracta: es el Reino de Dios, y la Iglesia (cada parroquia, cada hermandad) es su sacramento, es decir, su presencia real y su anticipo. El Reino de Dios se materializa en el amor fraterno, cuya expresión máxima e insuperable el la entrega de Jesucristo en la Cruz. Y para que el Reino de Dios se haga realidad, es necesaria la actitud de la conversión: cambiar, mejorar, «dar esquinazo» a nuestros pecados. La conversión es una tarea personal. Bien es verdad que nosotros solos quizá no podemos cambiar. Necesitamos la ayuda de la gracia de Dios. No dejemos de rezar para que Dios nos ayude a tener una verdadera conversión. Con nuestro esfuerzo y con la gracia, resurgiremos perdonados de nuestros pecados, tras la absolución sacramental. Cuando estemos en el tiempo de Cuaresma, ya tan cercano, volveremos sin duda a hablar de la necesaria conversión. Pero no esperemos a las vísperas de la Semana Santa sino que ya, como fieles devotos del Stmo. Cristo de la Vera+Cruz, miremos sus cinco llagas para conmovernos por el supremo sacrificio que amor hizo Cristo por nosotros. Que este sea el impulso de nuestro deseo y actitud de conversión. Queridos hermanos, paz y bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 18 de enero, II del tiempo ordinario
Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 35-42
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: _ «Éste es el Cordero de Dios.» Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: – «¿Qué buscáis?» Ellos le contestaron: – «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?» Él les dijo: – «Venid y lo veréis.» Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: – «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).» Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: – «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).»
El evangelio de hoy nos presenta la forma en que Jesús acogió a sus primeros discípulos. No se hace por medio de una llamada concreta de Jesús, sino de otra forma distinta. Como respuesta inmediata, dos de esos discípulos (uno de ellos se identifica como Andrés, el hermano de Pedro), se interesan por la vida de Jesús. De ahí la pregunta: “Maestro ¿dónde habitas?”. Juan el Bautista había cumplido su misión; ésta había terminado, y sus seguidores debían atender a aquél que él llama el «Cordero de Dios» y señala, con humildad y disponibilidad. Jesús es el Mesías. Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Como última lección a sus discípulos, Juan el Bautista les dice que vayan con Jesús, que ha venido al Jordán y comienza a revelarse a todos como el Salvador y Redentor del mundo. «Maestro, ¿dónde habitas? La respuesta de Jesús es una invitación a seguirle para siempre, una llamada, una vocación. «Venid y lo veréis». En esta llamada, Pedro recibe un nombre nuevo “cefas”(piedra). Un nombre nuevo es un destino, un camino, una vida nueva, una misión. Desde luego, aceptar a Jesús, su vida, su ideas y su experiencia de Dios, no puede dejarnos donde estábamos antes. Todo ha de cambiar, sin que haya que exagerar actitudes espirituales o morales. Seguiremos a Jesucristo y su evangelio, y volveremos a sentir la necesidad del perdón y de la gracia, porque la debilidad nos acompaña siempre. Pero con un nombre nuevo se nos dice que el horizonte de nuestra existencia es Aquél que trae la luz y la vida al mundo. Queridos hermanos, Paz y Bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro.Director Espiritual
Domingo 11 de enero, bautismo de Jesus
Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 7-11
En aquel tiempo, proclamaba Juan: – «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias.Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.» Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: – «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.»
Celebramos hoy la fiesta del bautismo de Jesús, para iniciar su vida pública, anunciado la Buena Noticia del Reino de Dios. Contemplaremos cómo el Espíritu desciende sobre Jesús, y el Padre lo proclama como su Hijo amado, preferido, a quien hemos de escuchar para participar del Reino de Dios. Con la fiesta del Bautismo del Señor, se cierra el tiempo de Navidad para introducirnos en la liturgia del tiempo ordinario. En la Navidad y Epifanía hemos celebrado el acontecimiento más determinante de la historia del mundo religioso: Dios ha hecho una opción por nuestra humanidad, por cada uno de nosotros, y se ha revelado como Aquél que nunca nos abandonará a un destino ciego y a la impiedad del mundo. Esa es la fuerza del misterio de la encarnación: la humanidad de nuestro Dios que nos quiere comunicar su divinidad a todos por su Hijo Jesucristo. A nosotros el bautismo nos ha convertido en criaturas nuevas, hijos adoptivos de Dios; recibimos también una doctrina que profesar y una forma concreta de vivir. Tratemos pues, de renovar nuestra fe y descubrir por la fuerza del Espíritu el auténtico camino liberador del pecado, pasando por la vida haciendo el bien, una vez descubierto que el Reino de Dios está dentro de nosotros. Queridos hermanos, Paz y Bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro.Director Espiritual.
Domingo 4 de enero Segundo de Navidad
Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 1-18
En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venia como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Éste es de quien dije: “El que viene detrás de mi pasa delante de mi, porque existía antes que yo.”»
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado ha conocer.
Seguimos celebrando el tiempo de Navidad, alegrándonos porque nos reunimos para hacer fiesta con mitovo del nacimiento de nuestro Señor jesucristo, el Hijo de Dios, el hijo de María custodiado por su padre San José. El Evangelio de este domingo ilumina la alegría navideña con el excelso prólogo del cuarto evangelio, el de San Juan: al principio existía la Palabra… y la Palabra se hizo carne. Y la Palabra acampó entre nosotros. Dios no podía hablarnos más claro. Jesucristo es su Palabra definitiva, la mejor, la más completa. Es su propio Hijo. Y es que Dios se nos ha hecho comunicación, donación, entrega. ¡Y nosotros, cuánto callamos nuestra gratitud hacia Él! ¡Cuánto callamos nuestro amor hacia el prójimo! Si fuésemos capaces de recuperar nuestra innata capacidad de dialogar, de hablar, de darnos… ya habríamos transformado este mundo según los deseos de Dios. La Palabra acampa entre nosotros. Dios se ha acercado a nosotros. Dios se ha hecho uno de nosotros en Jesucristo. Para que nosotros reconozcamos en los demás, no a unos enemigos, ni a unos competidores, sino a unos hermanos. Es necesario que recuperemos la virtud de la fraternidad. La Palabra se hace carne para que nosotros seamos hijos de Dios.. Y es que somos familia de Dios. Por lo tanto, cuidemos la educación de la fe, comuniquemos a los demás el gozo de creer y transmitamos a alegría del Evangelio. Y no nos dé temor ejercer la ternura, ese octavo sacramento (porque la ternura acerca a Dios a los demás) para renovar el corazón de nuestras familias, de nuestra Parroquia y de nuestra Hermandad. Queridos hermanos, Paz y Bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 28 de diciembre, fiesta de la Sagrada Familia
Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 22-40
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a
Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: – «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. y a ti, una espada te traspasará el alma.» Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba
Este domingo estarán ya encendidas tres velas de nuestras coronas de adviento. Se acerca la Navidad, y esa corona que nos va descontando el tiempo hasta que nazca el Redentor ya se está convirtiendo en un ascua de luz. Porque su llama es una luz viva que nos señala que ya estamos muy cerca del anuncio jubiloso del Nacimiento de Jesucristo. San Juan el Bautista nos acompaña en el camino hacia revivir el misterio del acercamiento y de la encarnación de Dios en la humanidad y dentro de nuestro corazón.. San Juan Bautista, el primer testigo de la Luz en medio de la oscuridad de la historia de aquel tiempo. Tiempo en que el pueblo judío experimentaba desolación y tristeza. También hoy experimentamos oscuridades. ¿Quién de nosotros podría afirmar que vivimos tiempos de luz y de certeza? ¿Quién no siente la oscuridad de la enfermedad y de la muerte, tantas veces cerca, en familiares y amigos? ¿Quién ha podido evitar en todo tiempo la tristeza, o la oscuridad de no sentirse amado y suficientemente valorado? O la oscuridad del desencanto, de la decepción o incluso de la traición de personas cercanas… Cuando Juan encontró a Jesús, su corazón saltó de gozo, ya en el vientre de su madre Isabel, y su alma se iluminó, porque había encontrado al Mesías. Y se convirtió en su testigo audaz y coherente. Para Juan, ser testigo de Jesús significa ser testigo de la verdad, del reconocimiento del pecado, de la denuncia de la injusticia. Y ser fieles al proyecto del Reino. Y, por supuesto, ser un candelero que lleva la luz de Cristo a los demás. Estamos en tiempo de Adviento, es decir, tiempo de esperanza y tiempo de de Luz, de Verdad, de Perdón y de Misericordia. También lo es para ti. Basta que vuelvas tu rostro a Jesucristo, el Señor, que viene, que ya está llegando. Queridos hermanos, Paz y Bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 21 de Diciembre, Cuarto Domingo de Adviento
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.» Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?» El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.» María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y la dejó el ángel.Ya es inminente el nacimiento del Mesías. Con la Santísima Virgen María estamos recorriendo los pasos que nos separan de Belén, la pequeña ciudad de David, que sin embargo es la más grande porque va a nacer en ella el Hijo de Dios, Jesucristo, nuestro Señor y Redentor. Pero, como dijo San Pedro en las primeras predicaciones de la Iglesia, la cosa empezó en Galilea, concretamente en Nazaret, en la humilde intimidad de la casa de María. Allí donde el ángel Gabriel dio la mayor de las sorpresas. Vas a ser la madre del Mesías.
Estar abiertos a las sorpresas de Dios… María nos enseña a tener un corazón generoso, abierto y disponible a la voluntad del Padre, a los proyectos que tiene el Señor para nosotros, ¡A veces eso es tan difícil! No somos como María, que no pone “pegas” a la misión que le encomienda el ángel Gabriel. Somos más bien como Zacarías, el padre de San Juan Bautista, que pide pruebas, hace cuentas, componendas, etc. Que por otra parte sería lo más “inteligente”, ¿no? Pero este saber, las cosas de Dios están hechas para que sean entendidas no por los sabios, sino por los sencillos. Por los limpios de corazón. Como María, como José, como los pastores, como los magos… como los que en estos días tendremos que hacernos como niños para descubrir que Dios ha nacido entre nosotros.“He aquí la esclava del Señor…”. No caben más fe, más amor, más esperanza. Nacen del alma de la Virgen. Aún quedan días de Adviento, para que nos convirtamos desde la duda a la confianza, desde la seguridad a las sorpresas de Dios. Se acerca su gran regalo. Va a nacer el Señor. Estemos preparados. Queridos hermanos, Paz y Bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 14 de diciembre, Tercer Domingo de Adviento
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan,a que le preguntaran:- «¿Tú quién eres?»Él confesó sin reservas:- «Yo no soy el Mesías.» Le preguntaron: – «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?» El dijo:- «No lo soy.» – «¿Eres tú el Profeta?» Respondió:- «No.» Y le dijeron: – «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?» Él contestó: – «Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías.» Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: – «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?» Juan les respondió: – «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y alque no soy digno de desatar la correa de la sandalia.» Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
Este domingo estarán ya encendidas tres velas de nuestras coronas de adviento. Se acerca la Navidad, y esa corona que nos va descontando el tiempo hasta que nazca el Redentor ya se está convirtiendo en un ascua de luz. Porque su llama es una luz viva que nos señala que ya estamos muy cerca del anuncio jubiloso del Nacimiento de Jesucristo. San Juan el Bautista nos acompaña en el camino hacia revivir el misterio del acercamiento y de la encarnación de Dios en la humanidad y dentro de nuestro corazón.. San Juan Bautista, el primer testigo de la Luz en medio de la oscuridad de la historia de aquel tiempo. Tiempo en que el pueblo judío experimentaba desolación y tristeza. También hoy experimentamos oscuridades. ¿Quién de nosotros podría afirmar que vivimos tiempos de luz y de certeza? ¿Quién no siente la oscuridad de la enfermedad y de la muerte, tantas veces cerca, en familiares y amigos? ¿Quién ha podido evitar en todo tiempo la tristeza, o la oscuridad de no sentirse amado y suficientemente valorado? O la oscuridad del desencanto, de la decepción o incluso de la traición de personas cercanas… Cuando Juan encontró a Jesús, su corazón saltó de gozo, ya en el vientre de su madre Isabel, y su alma se iluminó, porque había encontrado al Mesías. Y se convirtió en su testigo audaz y coherente. Para Juan, ser testigo de Jesús significa ser testigo de la verdad, del reconocimiento del pecado, de la denuncia de la injusticia. Y ser fieles al proyecto del Reino. Y, por supuesto, ser un candelero que lleva la luz de Cristo a los demás. Estamos en tiempo de Adviento, es decir, tiempo de esperanza y tiempo de de Luz, de Verdad, de Perdón y de Misericordia. También lo es para ti. Basta que vuelvas tu rostro a Jesucristo, el Señor, que viene, que ya está llegando. Queridos hermanos, Paz y Bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 7 de diciembre, segundo Domingo de Adviento
Lectura del Santo Evangelio según San Marcos, 1, 1-8
Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.Está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: ‘Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.”» Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: – «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo
Llegamos al segundo domingo de Adviento y llega San Juan, el Bautista, que desde el desierto exhorta a la conversión y en el Jordán bautiza a los arrepentidos de sus pecados, para que, por ese baño regenerador, comiencen una vida nueva en la fidelidad al Señor, en la fe de Israel. Sin embargo, hoy la liturgia queda iluminada por el primer versículo que escuchamos en la Liturgia de la Palabra, en la primera lectura tomada del profeta Isaías: «Consolad, consolad a mi pueblo…». La repetición del verbo ni hace sino reforzar el anhelo de Dios, el dolor de un Padre que ve que sus hijos necesitan esperanza y fortaleza. ¿A quién dirige el Señor este deseo, esta súplica casi podríamos decir? Pues… a los que somos sus manos en esta tierra, es decir, a los que ha dado la responsabilidad de que sean su voz, portadores de la Buena Noticia: a nosotros, los llamados a conocer y anunciar a Jesucristo. ¡Llevemos el consuelo de Dios a los que sufren! Jesucristo es el consuelo que sana toda herida del corazón ¡Llevemos nuestra serena alegría y nuestra firme esperanza, enraizada en la fe, por medio de las buenas obras y el amor, a los que sufren por la soledad, por su propio rencor, a los que están desorientados! Cuánto consuelo podemos dar con sólo una sonrisa, una mirada, una palabra o a veces un silencio que acompaña. Pero para que eso sea posible deberemos convertirnos, renunciar a nuestra vida de pecado. Y vivir en la credibilidad de los profetas como San Juan Bautista. Vivir lo que se predica. La coherencia es el vehículo de nuestras palabras u obras de consolación. En la cercanía de la fiesta de la Inmaculada Concepción, pidamos la intercesión de la Stma. Virgen María para que por nuestra conversión llevemos el consuelo de Jesucristo a todo el que, aun sin saberlo, lo necesita. Queridos hermanos, Paz y Bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 30 de noviembre, primer Domingo de Adviento
Lectura del santo evangelio según san Marcos 13,33-37
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:- «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.
Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo,digo a todos: ¡Velad!»
Empezamos el Adviento, una nueva etapa en nuestra vida cristiana. Una nueva oportunidad para encontrarnos con Jesús y reencontrar la alegría del Evangelio que nos libere de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Necesitamos ir a beber de la fuente de la alegría que llene de sentido nuestra vida, y esa fuente es Jesucristo. Así pues, el Adviento supone una nueva oportunidad para nosotros y para nuestro mundo. Porque la alegría y el gozo del Evangelio son buena noticia, la mejor de las noticias. El Adviento es esperanza, que no espera. La espera es algo pasivo, aguardar sin hacer nada. La esperanza es salir al encuentro del Señor, al que estamos esperando, es decir, no nos estamos quietos, sino que con la fe y el amor preparamos su venida e incluso la adelantamos. El evangelio de hoy, por eso, nos explica la historia de un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, pero en el aire se respira el clima de retorno, pues seguro que volverá. La reacción de su gente no puede ser la del sueño, la indiferencia o la pereza. Cada uno ha de hacer con diligencia la tarea que le ha sido encomendada. Nosotros, como cristianos, como Hermandad, como Iglesia, hemos de estar siempre vigilantes. Vivir la fe en Jesucristo es vivir dentro de la promesa de no ser dejados nunca solos. El tiempo está en manos de Dios y no de los hombres. Los que amamos y seguimos a Jesucristo sabemos que Él no nos dejará solos y que no nos faltará la esperanza.. Y nadie mejor que la Stma. Virgen María nos enseñará a vivir en esa espera del Adviento que no es espera, que es santa esperanza. Queridos hermanos, Paz y Bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 23 de noviembre. Festividad de Cristo Rey
Lectura del santo evangelio según san Lucas 20, 27-40
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron:
-«Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos,
cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.» Jesús les contestó:-«En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.» Intervinieron unos escribas: -«Bien dicho, Maestro.» Y no se atrevían a hacerle más preguntas.
Celebramos este domingo la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. La celebramos el último domingo del año porque viene a ser el resumen y la conclusión de todo lo que hemos ido descubriendo en Jesucristo a lo largo de todo el año litúrgico que ahora termina: su Persona, su ser Dios, su ser hombre, su Misterio Pascual por el que muere por nosotros y resucita para nuestra salvación. Un Rey cuyo trono es una Cruz de madera y cuya corona está hecha de espinas.. Un Rey cuyo poder es Amor. Nada más y nada menos. El sentido de nuestra existencia es confrontarnos con Jesucristo, con su evangelio, con su proyecto de amor para nosotros. Y esa confrontación sucederá en el «último día». Es decir, nuestra historia tiene un final, y en ese final se nos examinará… de amor. Es lo que nos dice el evangelio de hoy: el juicio al final de la historia, en la que el Hijo del hombre separará las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Sedientos, extranjeros, desnudos, enfermos, encarcelados… estas personas que en apariencia están al margen de la historia son el lugar privilegiado para encontrar a Jesús y nuestro comportamiento con ellas se convertirá en el criterio último que determinará el futuro de nuestras almas. Aún estamos a tiempo de cambiar nuestra historia. Basta que hagamos un compromiso de caridad desde nuestro propio amor a Jesucristo. Practica el bien identificándote con el prójimo que sufre, porque en él está Jesucristo. Quien ama al hermano nada tiene que temer. Queridos hermanos, Paz y Bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 16 de noviembre, XXXIII del tiempo ordinario
Lectura del santo evangelio según san Mateo 25, 14-30
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:-«Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó.El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió doshizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo:“Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco.” Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor.” Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos.” Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor.”Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo:“Señor, sabia que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo.” El señor le respondió: “Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabias que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadle fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes.”
Después de la fiesta de la dedicación de la Basílica de Letrán, volvemos al Tiempo Ordinario en este penúltimo domingo del año litúrgico. Hasta el comienzo del nuevo año litúrgico, el primer domingo de Adviento, escucharemos que las lecturas nos hablan del futuro de la humanidad, de la segunda venida del Señor al fin de los tiempos. El cristiano vive en este mundo de forma transitoria y necesaria a la vez. De forma transitoria, porque no podemos dar a lo que aquí hacemos un valor definitivo. No se trata de vivir con avidez el momento presente de nuestra vida sin mirar al más allá: sería de insensatos. Pero también vivimos en este mundo terreno de forma necesaria: es un tiempo de prueba y crecimiento, por lo que valoramos positivamente las realidades de este mundo. Podríamos decir que las cosas terrenas son un don de Dios para que ejercitemos nuestra libertad y autonomía, que es lo que nos hará madurar y dar frutos para la vida eterna. En el evangelio de hoy, el señor de la parábola de los talentos confía sus bienes a sus siervos y se va sin marcarles la fecha de su regreso. Les abre, pues, un espacio de responsabilidad y creatividad. Se equivoca el siervo inmovilista y conservador. Pero también se equivocan aquellos que siendo siervos se creen propietarios y actúan en consecuencia, los que no tienen tiempo para nada que no sea sus proyectos, su dinero, su prestigio profesional. El Señor (ahora sí, en mayúscula) nos ha dado unos talentos para que los hagamos crecer para el bien común. Y todos tenemos algún talento, seguro. El final de la parábola no es un reparto de premios, como si fuera un concurso, sino un banquete fraterno. Una fiesta de amor gratuito, una fiesta de familia en la que todos aportamos según nuestras capacidades y recibimos según nuestras necesidades. Celebramos hoy también el Día de la Iglesia Diocesana, es decir, celebramos que toda la Archidiócesis formamos una gran familia, en la que siendo distintos tenemos un vínculo especial: la fe, ser Iglesia, ser hijos de Dios, hermanos de Jesucristo y templos del Espírirtu Santo. Ayudemos y amemos a la Iglesia, por la que murió y resucitó el Stmo. Cristo de la Vera+Cruz. Especialmente ayudemos y amemos a nuestra Archidiócesis de Sevilla, Iglesia cercana y próxima. Que nuestra Madre, María Santísima en sus Tristezas, ruegue por nosotros. Queridos hermanos, Paz y Bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 9 de noviembre, XXXII del tiempo ordinario
Lectura del santo evangelio según san Juan 2, 13-22
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a
los que vendían palomas les dijo: -«Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.» Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.» Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: -«¿Qué signos nos muestras para obrar así?» Jesús contestó:
-«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.» Los judíos replicaron:
-«Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Este domingo celebramos una fiesta peculiar: la dedicación de la basílica de San Juan de Letrán, que es catedral de Roma y recibe el nombre de «cabeza de todas las iglesias de la ciudad y del mundo» y también «madre de todas las iglesias». Esto le viene del hecho de ser el primer gran templo cristiano construido en Roma después de las persecuciones, en el siglo IV. Esta fiesta de hoy nos invita a sentirnos más intensamente piedras vivas de la única iglesia de Cristo, reafirmando nuestra comunión con toda la Iglesia universal, que no es una entidad abstracta, sino que es el conjunto de todos los hombres y mujeres del mundo que han sido bautizados en la fe en Jesucristo. Especialmente unidos a todos los que muestran su filial fidelidad al obispo de Roma, al Papa, que formamos la Iglesia Católica, en la que subsiste la única y verdadera Iglesia de Jesucristo. Pero también unidos (y rezando por la plena unidad) con los demás cristianos a los que les falta dar ese paso de reconocer la primacía en amor y caridad del Papa, como manifestó Jesús. Como nos muestra la Palabra de Dios de la liturgia de hoy, la Iglesia es la fuente de donde mana el agua viva, que es Jesucristo, quien nos avisa en el Evangelio que no debemos convertir en un mercado, porque ante todo es la casa del Padre. Debemos amar mucho a la Iglesia, porque la Iglesia es (somos) el cuerpo de Jesucristo. Si no nos gustan cosas de ella (está formada por personas, limitadas y pecadoras, es decir, necesitadas de salvación) trabajemos por ella desde dentro, por ejemplo desde nuestra Hermandad de Vera+Cruz. Grancias a la Iglesia y en la Iglesia recibimos los sacramentos, es decir, recibimos a Jesucristo mismo en nuestro corazón. Seguro que hay muchas cosas que puedes hacer por tu parroquia o por tu hermandad. Eres Iglesia y la Iglesia te necesita. Eres cuerpo de Cristo y Cristo te necesita para anunciar su Buena Noticia, especialmente a los pobres y a los sencillos, a los necesitados de esperanza. Queridos hermanos, paz y bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 2 de noviembre XXXI del tiempo Ordinario, conmemoración de todos los fieles difuntos
san Juan 14, 1-6
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:-«Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así; ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino. » Tomás le dice:
-«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Jesús le responde: -«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí.»
En la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, la Iglesia muestra su maternal solicitud por sus hijos que finalizaron su peregrinación terrena, y ruega por ellos al Señor, para que los admita en su paraíso.. Y especialmente pedimos por aquellos difuntos que no tienen familia, amigos o conocidos que pidan por ellos. Se trata, pues, de una expresión de misericordia. Pero este es, sobre todo, un día para la esperanza: el Cielo nos espera.. Nos espera el Señor Dios, la verdad, la belleza, la bondad, la ternura, el amores pleno. Quienes nos precedieron y murieron en el Señor están allí. En el Cielo podemos entrar sólo gracias a la sangre del Cordero, gracias a la sangre de Cristo derramada en su Vera+Cruz. Es precisamente la sangre de Cristo la que nos justificó, nos abrió las puertas del Cielo. Y si hoy recordamos a estos hermanos y hermanas nuestros que nos precedieron en la vida y están en el Cielo, es porque ellos fueron lavados por la sangre de Cristo. Esta es nuestra esperanza: la esperanza de la sangre de Cristo. Una esperanza que no defrauda. Si caminamos en la vida con el Señor, Él no decepciona jamás. La Stma. Virgen María también muestra su maternal atención rogando por sus hijos difuntos. Y en sus Tristezas cada Lunes Santo también hallamos esperanza. Que Ella interceda por nosotros y por nuestros difuntos, los que nos precedieron en nuestra Hermandad y de los que hemos heredado una de transmitida: la fe en Jesucristo Resucitado. Queridos hermanos, Paz y Bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 26 de octubre XXX del tiempo ordinario
San Mateo 22,34-40
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:-«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?»Él le dijo:-«”Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.”Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él:“Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.
¿Quién puede decir que es complicada nuestra fe? ¿Quién puede demostrar que la salvación es difícil o inalcanzable? ¡Mirad qué sencillo nos lo pone Jesús! Ama al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Amar, sólo amar. Nada más… y nada menos. Sí, porque no se trata sólo de aceptar que Dios existe (cualquier persona de mediana inteligencia puede llegar por la razón a afirmarlo), ni tampoco basta con saber que somos criaturas suyas. Ni que nos conmueva contemplar al Stmo. Cristo de la Vera+Cruz. Un padre o una madre sufrirían si sus hijos se limitaran a reconocer su vínculo familiar. No: amar a Dios es sacar de nuestras entrañas ese movimiento afectivo hacia quien no sólo nos ha creado de la nada, sino que nos ha amado tanto hasta el punto de entregar a su propio Hijo en nuestras manos. Amar con toda el corazón es que nos duelan las cosas de nuestro buen Padre de Dios. Si tu alma anda ahora en épocas de tibieza, comprendo que no sea fácil que de tu alma brote el manantial de amor que nos pide el Señor. Por eso, te invito a que empieces poco a poco a mirar con ternura a quien por ti se dejó crucificar. Empieza a hablarle y a escucharle cada día. Acércate al sacramento de la reconciliación. Muéstrale tus pecados y él te dará un abrazo de perdón. Y de ahí, a compartir su banquete, la Eucaristía. Y ese amor a Dios te llevará también a amar a los demás, es decir, a procurar su bien. Y de todo esta caridad surgirá, no lo dudes, un cielo nuevo y una tierra nueva. Queridos hermanos, Paz y Bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 19 de Octubre, XXIX del tiempo ordinario
San Mateo, 22, 15-21
En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: -«Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es licito pagar impuesto al César o no?» Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús:-«Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto. » Le presentaron un denario. Él les preguntó:-«¿De quién son esta cara y esta inscripción?»Le respondieron:-«Del César.»Entonces les replicó:-«Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.»
¿Quién no ha oído o dicho la consabida frase evangélica «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», del evangelio de este domingo? Pero mucho me temo que no se emplee en el sentido correcto, el que tiene en los labios de Jesús. Porque no se trata de establecer una simple separación de poderes: el civil y el religioso (una afirmación que hoy nos parece obvia y que encaja con facilidad en la mentalidad de nuestra sociedad laica). Es algo más que eso. Jesús no piensa en dos mundos sin conexión: el de Dios y el de los hombres. Tampoco justifica el poder del César como algo incuestionable. ¿Dios o el César? Es una falsa disyuntiva. El creyente que dice de corazón «hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo» es libre para decir al pequeño y al grande, a su vecino y al propio César, una palabra verdadera. El cristiano vive siempre en la libertad y la justicia de los hijos de Dios, sin bendecir al César de turno pero tampoco mirándolo necesariamente con desdén u hostilidad. Contará con la sabiduría del Espíritu Santo para saber escapar de las trampas de los hombres, como la que quieren tender a Jesús en el pasaje evangélico de hoy. Sin odios ni rencores, pero también sin ingenuidad. Este es también el domingo del DOMUND, el día de los misioneros. La trágica muerte por ébola de dos médicos misioneros, religiosos de la Orden de San Juan de Dios, nos ha conmocionado y admirado. La tarea de los misioneros nos interpela. Recemos por ellos y, además, en las colectas de las misas de este día, seamos generosos para ayudarles en sus necesidades, que no nos las propias, sino la de los pueblos en los que viven para anunciar a Jesucristo. Queridos hermanos, Paz y Bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 12 de Octubre XXVIII del tiempo ordinario
Lectura del santo evangelio según san Mateo 22, 1-14
En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:-«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran:»Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda.»Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos.El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados:»La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda.»Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo:»Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?»El otro no abrió la boca.Entonces el rey dijo a los camareros:»Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.»Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»
En este domingo, de nuevo Jesús vuelve a usar una parábola para explicarnos cómo es el reino de los cielos, es decir, cómo es el mundo futuro que confesamos esperar cuando recitamos el Credo, pero un mundo que empieza a construirse aquí y ahora, del cual somos los albañiles y Cristo es la piedra angular. El reino de los cielos se parece a un banquete de bodas. En un banquete hay gozo, alegría compartida, fraternidad, encuentro. Así debe ser la vida de la Iglesia, de la Parroquia, de la Hermandad, porque Cristo está en medio de nosotros.En un banquete de bodas se celebran festivamente unos desposorios. Cristo es el esposo, y nosotros, la Iglesia, somos la esposa. Él se entrega a nosotros con amor generoso y desmedido, tanto que hasta muere en la Vera+Cruz para perdonar nuestros pecados. Y la esposa, la Iglesia, nosotros, ¿no debemos amarle también? Y no sólo con sentimientos de afecto, sino también demostrándolo con hechos. ¿Y cómo? El Esposo nos lo ha dicho: ama a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo. Es sorprendente la insistencia de Dios en buscar invitados a este banquete de bodas del Hijo. Muchos le rechazan, y Él sigue buscando. ¡Qué inmensa es su bondad! No obstante, para entrar en el banquete hay que ir vestido dignamente, de fiesta, como corresponde a la ocasión. ¿Cómo está vestida tu alma? El mejor traje de fiesta se confecciona en el sacramento de la reconciliación, en la confesión, porque el Señor nos perdona, nos abraza y nos pone el traje más lujoso, como cuenta la parábola del hijo pródigo, que regresó a casa, y su padre también celebró un gran banquete, por cierto. Mirad a la Santísima Virgen María. ¿Por qué en la Hermandad de Vera+Cruz la vestimos tan hermosa, resplandeciente como el sol? Porque precisamente queremos significar que su alma lleva el mejor vestido de fiesta, y Ella es la primera invitada al banquete del reino de los cielos, y la invitada más importante. El amor, la fidelidad y la disponibilidad de María a los planes de Dios la visten radiante, aunque ya su rostro es bello por excelencia, por haber sido concebida sin mancha de pecado original. Aprendamos de nuestra Madre y pidamos su intercesión. En este domingo recemos especialmente por España, por sus habitantes y sus autoridades. Por el Rey y por los gobiernos nacional, autonómicos y municipales. Por las familias, por los pobres y los enfermos. Queridos hermanos, que el Señor os bendiga. Paz y bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 5 de septiembre XXVII del tiempo ordinario
Lectura del santo evangelio según san Mateo 21, 33-43
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:-«Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y otro lo apedrearon.Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: “Tendrán respeto a mi hijo.” Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: “Éste es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia.” Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?» Le contestaron: -«Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.» Y Jesús les dice: -«¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.»
El evangelio de este domingo es el tercero y último de este pequeño ciclo que hemos escuchado las pasadas dos semanas que nos ofrecían las llamadas «parábolas de la viña»: relatos de Jesús usando la viña (el mundo, el Reino de Dios) como escenario, y con un mensaje común: venid a trabajar a la viña del Señor, escuchad su llamada, y vuestra vida será plena. En esta tercera parábola hay una conclusión que nos ofrece, en realidad, la primera lectura de Isaías (que Jesús, sin duda, tiene de referencia): decidme, ¿qué más puedo hacer por mi viña? Es decir, el Señor nos dice: ¿qué más puedo hacer para mostraros que os amo? ¿Qué más puedo hacer para invitaros a trabajar en mi viña con amor y justicia? Y es que, según la parábola de este domingo, el Señor, tras enviar mensajeros a los viñadores que finalmente eran maltratados, envió a su propio hijo, y también lo mataron. Indudablemente, Jesús se refiere a su propia y próxima muerte en la Cruz. Por eso hoy os invito a mirar y contemplar al Stmo. Cristo de la Vera+Cruz desde la perspectiva que nos ofrece la parábola de los viñadores homicidas. Mirad al hijo del dueño de la viña, mirad al Hijo de Dios. Su muerte, su sangre, sus llagas son el grito de su Padre: ¡qué más puedo hacer por mi viña! ¡Qué más puedo hacer por vosotros! ¿No veis cómo os amo? ¡Os he entregado a mi propio Hijo! ¿Qué más os puedo dar? Yo añado otra exclamación y dos preguntas: ¡Cuánto nos ama Dios! ¿No vale la pena tomar su Cruz y seguirle hasta la viña? ¿No vale la pena vivir esta Buena Noticia? Después giraremos la cabeza y a un lado, humildemente, veremos otra ofrenda generosa y dolorosa por nosotros: las lágrimas de la Madre del hijo del viñador. Sus Tristezas también nos dicen: ¿qué más puedo decir, cuánto más tengo que llorar, para que hagáis caso a mis palabras en Caná? «Haced lo que mi Hijo os diga». Queridos hermanos, Paz y Bien. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Director Espiritual.
Domingo 30 de septiembre, XXVI del tiempo ordinario
Lectura del santo evangelio según san Lucas 9, 51-56
Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tornó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante.De camino, entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron:-«Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?»Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea.
Seguro que nos resulta muy cercana esa actitud de decir que sí para después no hacer nada. Jesús lo relata maravillosamente en esta segunda parábola de la viña que contiene el evangelio según san Mateo. ¿Qué os parece?, dice el Señor. ¿Quién de los dos hermanos hizo lo quería el padre? Nosotros, tan aficionados a agradar los oídos y quedar bien, somos prontos a aceptar las tareas que nos encomienda Jesucristo (amar, hacer el bien, ayudar al prójimo, procurar la justicia, anunciar al propio Jesucristo, etc.), pero menos dispuestos a poner manos a la obra de verdad. Pero no se trata sólo de a voluntad, sino de hacerla realidad. El propio Jesús es el mayor ejemplo: acepta y realiza la voluntad del Padre, aunque, como nos recuerda San Pablo en la segunda lectura, eso le suponga entregarse hasta la muerte en el santo madero, en la Vera+Cruz. No construimos el Reino sólo con palabras, sino con hechos. La tarea no es fácil, pero nos ayuda la gracia del Señor. Y es una tarea hermosa que nos conducirá hacia la patria celeste. En este sentido, cuánto tenemos que aprender de la Santísima Virgen María. Su «sí» es permanente, reflejo de su voluntad y su corazón entregados a Dios, y demuestra su fidelidad y disponibilidad en el monte Calvario, donde vive sus más grandes Tristezas. Nos pide el Papa que este domingo recemos especialmente por los frutos del Sínodo de la Familia. Dentro de unos días se reunirán en Roma muchos obispos para, con el Papa a la cabeza y en estrecha unión con él, pedir la luz del Espíritu Santo para encontrar propuestas para las familias del mundo, de tal manera que puedan ser defendidas del acoso de la cultura de la muerte. Propuestas que han de llevar a padres, madres, hijos y mayores al encuentro con el único que nos salva, con Jesucristo. Marcelino Manzano Vilches Párroco de San Vicente Mártir y Director Espiritual
Domingo 21 de Septiembre, XXV del tiempo Ordinario
San Mateo 20,1-16: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: -«El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: “Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido.” Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?” Le respondieron: “Nadie nos ha contratado.” Él les dijo: “Id también vosotros a mi viña.” Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: “Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros.” Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: “Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno.” El replicó a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿0 vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?” Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»
“Son tuyas las horas y tuyo el viñedo…”. Así dice un bello himno de la Liturgia de las Horas que hace alusión a la parábola del evangelio de hoy. Jesús utiliza, como en otras ocasiones, los recursos de la vida agrícola para hacerse entender por una de las novedades del Reino de Dios que nos cuesta más trabajo aceptar: la misericordia del Señor es tan grande que los que se arrepientan en su última recibirán también el abrazo de su perdón y su acogida en los cielos. Sí, es difícil de entender en un mundo como el nuestro en que nos medimos unos a otros a base de acumulación de méritos. Nos hemos asemejado demasiado a la clasificación de una competición liguera: los últimos, aunque hayan jugado muy bien al final del campeonato, descenderán por haber jugado mal el resto de la liga. Lo contrario nos parecería injusto, ¿verdad? Pues en el Reino de Dios, los que “jueguen” bien, de corazón y sinceramente, apostando por su salvación, no descenderán. De hecho, el deseo del Señor es que ninguno “descendamos de categoría”. La misericordia del Señor no se cansa de esperar nuestra conversión, que le entregamos nuestra fe y nuestra confianza. Espera hasta el último momento que volvamos nuestro rostro hacia Él. En la Iglesia, en la comunidad de los discípulos de Jesucristo, no debe haber enfados porque otros tardaron en arrepentirse. ¿Acaso envidiamos sus vidas lejos del Señor? ¿Acaso las juzgamos más “agradables” que las nuestras? Haber trabajado desde primera hora en la viña del Señor no nos reportará mayor salario, pero ¿no habremos gozado de más tiempo para vivir la fe, la esperanza y la caridad entre nuestros hermanos? Y lo que es más importante, ¿no habremos gozado más tiempo de participar de la vida del Espíritu Santo a través de la oración y los sacramentos? ¿No es mayor salario haber pregustado desde antes el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo? Por eso, no esperamos a convertirnos, a existir en la plenitud del Señor. Aunque sepamos que Él no dejará de mirar al horizonte, por si, aunque sea casi al anochecer, regresamos a la Casa del Padre. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Párroco de San Vicente Mártir y Director Espiritual.
Domingo 14 de Septiembre. Festividad de la Exaltación de la Santa Cruz
San Juan 3, 13-17: En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: -«Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»
Queridos hermanos, Paz y Bien. Celebramos este domingo la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz y, por lo tanto, una festividad litúrgica íntimamente unida con nuestra Hermandad, que se honra con llevar este título desde hace siglos. La Santa y Vera+Cruz: ¿por qué santa, por qué vera, verdadera? Lo cierto es que tenemos sobrada experiencia de lo segundo. Verdadera es la Cruz, no sólo por la historicidad del cruento castigo a Jesús con ese instrumento de tortura, sino que es Verdadera porque constatamos su misteriosa presencia en nuestra vida (pecado, dolor, muerte). Pero sobre todo es Verdadera, con mayúsculas, porque del Madero nace la Verdad de nuestra existencia: Jesucristo muere en la Cruz para abrirnos el camino que lleva a Dios, y del cual no nos apartará nada ni nadie si somos fieles. Verdadera porque la Verdad de nuestra salvación se expresa en ella con insuperable elocuencia. Y Santa porque en la Cruz fue clavado el Hijo de Dios, mostrando que su Encarnación, su hacerse hombre, también pasa por cargar con nuestros sufrimientos. Santa porque la Sangre del Redentor empapó su corteza.Tan Santa que la adoramos cada Viernes Santo. Cuando la Cruz llega a nuestra existencia, sufrimos y nos preguntamos por qué. Jesucristo nos invita a elevar los ojos, a mirarle Crucificado, con la valentía de la fe, y a preguntarnos mejor para qué. Y en Él, sin más explicaciones lógicas (lo absurdo de la Cruz no las admite) nos dará la respuesta: confianza, amor. Es decir, esperanza, caridad. Bienaventurados los que cargan son su Cruz y le siguen, porque encontrarán la vida eterna, y el consuelo y el acompañamiento de nuestra Madre María Santísima de las Tristezas. Queridos hermanos, que Dios os bendiga. Marcelino Manzano Vilches, pbro. Párroco de San Vicente Mártir y Director Espiritual.