Día 35: VIDA DE PIEDAD

Juan 8, 1-11

Mas Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?» Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».

Martes de la Quinta Semana de Cuaresma

Vida de piedad

    El Señor quiere a los cristianos corrientes metidos en la entraña de la sociedad, laboriosos en sus tareas, en un trabajo que de ordinario ocupará de la mañana a la noche. Jesús espera que no nos olvidemos de Él mientras trabajamos. Jesucristo es lo más importante de nuestro día, de nuestra vida, por eso cada uno de nosotros debe ser alma de oración siempre y mantener Su presencia a lo largo de la jornada. Para lograrlo echaremos mano de esas “industrias humanas”: jaculatorias, actos de amor y desagravio, comuniones espirituales, miradas a la imagen de Nuestra Señora. 

I. La gracia recibida en el Bautismo, llamada a su pleno desarrollo, está amenazada por los mismos enemigos que siempre han atacado a los hombres: egoísmo, sensualidad, confusión y errores en la doctrina, pereza, envidias, murmuraciones, calumnias…En todas las épocas se dejan notar las heridas del pecado de origen y de los pecados personales. Los cristianos debemos buscar el remedio y el antídoto en el único lugar donde se encuentra: en Jesucristo y en su doctrina salvadora. No podemos dejar de mirarlo elevado sobre la tierra en la Cruz. Mirar a Jesús, no podemos apartar la vista del Señor, nuestro Amor. Debemos buscar la fortaleza en el trato de amistad con Jesús, a través de la oración, de la presencia de Dios a lo largo de la jornada y en la visita al Santísimo Sacramento.

II. El Señor quiere a los cristianos corrientes metidos en la entraña de la sociedad, laboriosos en sus tareas, en un trabajo que de ordinario ocupará de la mañana a la noche. Jesús espera que no nos olvidemos de Él mientras trabajamos. Jesucristo es lo más importante de nuestro día, de nuestra vida, por eso cada uno de nosotros debe ser alma de oración siempre y mantener Su presencia a lo largo de la jornada. Para lograrlo echaremos mano de esas “industrias humanas”: Jaculatorias, actos de amor y desagravio, comuniones espirituales, miradas a la imagen de Nuestra Señora.: cosas sencillas, pero de gran eficacia. Si ponemos el mismo interés en acordarnos del Señor, nuestro día se llenará de pequeños recordatorios que nos llevarán a tenerle presente. Poco a poco, si perseveramos, llegaremos a estar en la presencia de Dios como algo normal y natural. Aunque siempre tendremos que poner lucha y empeño.

III. Muchas veces vemos al Señor que se dirigía a su Padre Dios con una oración corta, amorosa, como una jaculatoria. Nosotros también podemos decirlas desde el fondo de nuestra alma, y que responden a necesidades o situaciones concretas por las que estamos pasando. Santa Teresa recuerda la huella que dejó en su vida una jaculatoria: ¡Para siempre, siempre, siempre! Al terminar nuestra oración le decimos, como los discípulos de Emaús: Quédate con nosotros, Señor, porque se hace de noche (Lucas 24, 29). Todo es oscuridad cuando Tú no estás. Y acudimos a la Virgen, y le decimos amorosamente: Dios te salve, María… bendita tú entre todas las mujeres.