Juan 7, 40-53
En aquel tiempo, algunos de los que habían escuchado a Jesús comenzaron a decir: «Seguro que éste es el Profeta».
Otros decían: «Este es el Mesías». Otros, por el contrario: « ¿Acaso va a venir el Mesías de Galilea? ¿No afirma la Escritura que el Mesías tiene que ser de la familia de David y de su mismo pueblo, de Belén?»
Había pues, una gran división de opiniones acerca de Jesús.
Algunos querían detenerlo, pero nadie se atrevió a hacerlo. Los guardias fueron donde estaban los sumos sacerdotes y los fariseos, y éstos les preguntaron:«¿Por qué no lo han traído?»
Los guardias respondieron: «Nadie ha hablado jamás como lo hace este hombre».
Los fariseos les dijeron: « ¿También ustedes se han dejado engañar? ¿No se dan cuenta de que ninguno de nuestros jefes ni los fariseos han creído en él? Lo que ocurre es que esta gente, que no conoce la ley, se halla bajo la maldición».
Uno de ellos, Nicodemo, el mismo que en otra ocasión había ido a ver a Jesús, intervino y dijo: « ¿Acaso nuestra ley permite condenar a alguien sin haberlo oído previamente para saber qué ha hecho?»
Los otros le contestaron: « ¿También tú eres de Galilea? Investiga las Escrituras y llegarás a la conclusión de que jamás ha surgido un profeta en Galilea».
Y después de esto, cada uno regresó a su casa.
Sábado de Cuarta Semana de Cuaresma
La doctrina de Jesucristo
Cristo con su doctrina ha proclamado la verdad fundamental del hombre, su libertad y su dignidad sobrenatural, por la gracia de la filiación divina. Cristo tiene palabras de vida eterna (Juan 6, 68), y nos ha dejado el encargo de transmitirlas a todas las generaciones hasta el fin de los tiempos. Cada cristiano debe ser testimonio de buena doctrina, testigo –no sólo con el ejemplo: también con la palabra- del mensaje evangélico.
I. Cristo con su doctrina ha proclamado la verdad fundamental del hombre, su libertad y su dignidad sobrenatural, por la gracia de la filiación divina. Cristo tiene palabras de vida eterna (Juan 6, 68), y nos ha dejado el encargo de transmitirlas a todas las generaciones hasta el fin de los tiempos. Cada cristiano debe ser testimonio de buena doctrina, testigo –no sólo con el ejemplo: también con la palabra- del mensaje evangélico. Es mucha la urgencia de dar a conocer la doctrina de Cristo, porque la ignorancia es un poderoso enemigo de Dios en el mundo y “es causa y como raíz de todos los males que envenenan a los pueblos” (JUAN XXIII, Ad Petri cathedram). Quiere el Señor que nuestras palabras se hagan eco de sus enseñanzas para mover los corazones: “Él mismo nos ha elegido para que llevemos su luz por todas partes” (ALVARO DEL PORTILLO, Carta pastoral)
II. La vocación cristiana es vocación al apostolado, y Dios da la gracia para poder corresponder. No caben las excusas: no valgo, no sirvo, no tengo tiempo… Los cristianos debemos mostrar, con la ayuda de la gracia, lo que significa seguir de verdad a Jesús. “Se necesitan –dice Juan Pablo II- heraldos del Evangelio expertos en humanidad, que conozcan a fondo el corazón del hombre de hoy, participen de sus gozos y esperanzas, de sus angustias y tristezas, y al mismo tiempo sean contemplativos, enamorados de Dios. Para esto se necesitan nuevos santos. Los grandes evangelizadores de Europa han sido los santos. Debemos suplicar al Señor que aumente el espíritu de santidad de la Iglesia y nos mande nuevos santos para evangelizar el mundo de hoy” (Discurso al Simposio de Obispos Europeos).
III. De muchas manera podemos dar a conocer amablemente la figura y las enseñanzas de Jesús y de su Iglesia: con una conversación, participando en una catequesis, con el silencio que los demás valoran, escribiendo a los medios de comunicación por un trabajo acertado, insistiendo con frecuencia en las mismas ideas, esforzándonos en presentarlas en forma atrayente. Hemos de tener en cuenta que muchas veces tendremos que ir contra corriente, como han sido tantos buenos cristianos a lo largo de los siglos. Con la ayuda del Señor, seremos fuertes para no dejarnos arrastrar por errores en boga o costumbres permisivas y libertinas, que contradicen la ley moral natural y la cristiana. Siempre, y de modo especial en las situaciones más difíciles, el Espíritu Santo nos iluminará, y sabremos qué decir y cómo hemos de comportarnos.