ORACIÓN POR LOS FIELES DIFUNTOS
Una flor sobre su tumba se marchita, una lágrima
sobre su recuerdo se evapora.
Una oración por su alma, la recibe Dios.
San Agustín
Ha sido una costumbre de la Iglesia orar por los difuntos. Todos los pueblos han manifestado un respeto por sus muertos y por ello, ya en los albores de la humanidad, comenzaron a enterrarlos. Grandes construcciones megalíticas o pequeñas sepulturas muestran la confianza del ser humano en la vida futura.
El pueblo de Israel, elegido por Dios para ser el depositario de la Revelación, fue profundizando poco a poco en esta dimensión de la vida y comenzó a ofrecer sacrificios por los muertos (2 Mac 12, 46).
Así la Iglesia, tras la Pascua del Señor, tomó conciencia de que se habían roto definitivamente las barreras de la muerte y se habían abierto las puertas del cielo. Con su muerte y resurrección el Señor Jesús, “destruyó la muerte y nos dio nueva vida” (Plegaria eucarística IV). Él nos ha abierto el camino del cielo y ascendió a él para prepararnos sitio (Juan 14, 2).
Conscientes de que en la vida hay mucho que purificar para entrar en la casa del Padre, los primeros cristianos rezaron por sus difuntos y ofrecieron sacrificios para que la misericordia de Dios limpiase sus pecados y les concediese la mansión eterna en el cielo.
Al llegar el mes de noviembre, mes dedicado tradicionalmente a la oración por los difuntos, queremos elevar nuestra plegaria por aquellos que pasaron a la otra orilla de la vida. Lo hacemos orando y profundizando en la doctrina de la Iglesia sobre el más allá. Además, al seguir este octavario de oración por los difuntos tendremos la oportunidad de obtener cada día una indulgencia plenaria por las almas del purgatorio.
INDULGENCIA PLENARIA
“Puesto que los fieles difuntos en vía de purificación son también miembros de la misma comunión de los santos, podemos ayudarles, entre otras formas, obteniendo para ellos indulgencias, de manera que se vean libres de las
penas temporales debidas por sus pecados”
Catecismo de la Iglesia Católica, 1479
2 de noviembre
Conmemoración de los fieles difuntos
Visita a una iglesia u oratorio
Se concede indulgencia plenaria, aplicable sólo a las almas del purgatorio, a los fieles cristianos que, el día en que se celebra la Conmemoración de todos los Fieles Difuntos, visiten piadosamente una iglesia u oratorio. Dicha indulgencia podrá ganarse o en el día antes indicado o, con el consentimiento del Ordinario, el domingo anterior o posterior, o en la solemnidad de Todos los Santos. En esta piadosa visita, se debe rezar un Padrenuestro y Credo.
Durante el octavario que celebra la Hermandad de la Santísima Vera-Cruz
Visita al cementerio y oración por los difuntos
Se concede indulgencia plenaria, aplicable sólo a las almas del purgatorio, a los fieles cristianos que visiten piadosamente un cementerio (aunque sea mentalmente) y que oren por los difuntos. Para ganar una indulgencia plenaria, además de querer evitar cualquier pecado mortal o venial, hace falta cumplir tres condiciones:
- Confesión sacramental
- Comunión eucarística
- Oración por las intenciones del papa.
Las tres condiciones pueden cumplirse unos días antes o después de rezar o visitar el cementerio, pero es conveniente que la comunión y la oración por las intenciones del Papa se realicen el mismo día rezando a su intención un Padrenuestro y un Avemaría; pero se concede a cada fiel la facultad de orar con cualquier fórmula, según su piedad y devoción. La indulgencia plenaria únicamente puede ganarse una vez al día, pero el fiel cristiano puede alcanzar indulgencia plenaria in artículo mortis, aunque el mismo día haya ganado otra indulgencia plenaria.
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Cuadro: Juicio final. Francisco Pacheco (1644-1646)
Paz y bien