La solemnidad de la Ascensión del Señor nos recuerda el nexo necesario entre la realidad física y la realidad espiritual del Hijo de Dios entre nosotros. Los discípulos se relacionaron con su Maestro físicamente. Pero Jesús, gracias a la Ascensión, nos proporcionó a todos un medio mucho más íntimo e intenso de relacionarnos con Él: el espiritual. Ahora Jesús no está al lado de nosotros (como lo estaba con sus discípulos)sino que está dentro de nosotros, en lo más verdadero, bello y bueno que hay en nuestra persona: el ámbito del alma, del corazón, de la mente; un ámbito invisible pero no menos real. Y ello nos convierte en templos de Dios.
Ciertamente, la experiencia de la Ascensión del Señor requiere «altura espiritual», como bien simboliza el monte donde sucedió este acontecimiento. Pero para alcanzar tal altura es necesario compartir con los demás no sólo un banquete, el banquete eucarístico, sino toda nuestra vida. Sólo siendo humildes, generosos y cariñosos con otras personas, experimentaremos cómo nuestro corazón asciende al Cielo para unirse a Jesús.
En conclusión: vivamos esta fiesta en clave comunitaria, como algo que todos debemos compartir, y entonces la Ascensión de Señor será para nosotros un ejercicio espiritual que nos unirá a nuestros hermanos y nos elevará hacia Dios. Y así podremos cumplir fielmente el mandato de Jesús resucitado: «Id a todo el mundo y proclamad el Evangelio».
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.