Comentario al Evangelio del Domingo XVI del tiempo ordinario

El domingo pasado escuchábamos en el Evangelio cómo Jesús enviaba a los Doce de dos en dos a predicar y curar. Llega ahora el momento de volver junto al Maestro, de compartir con Él lo vivido en los caminos, los hogares y las plazas que han visitado; acogida y rechazo, éxito y fracaso. Y de compartir con Él también el descanso necesario después del duro trabajo.

Una vida sana requiere de equilibrio entre el trabajo y el descanso. Descanso del cuerpo; pero también del alma, para lo que se requiere del juego y la diversión. Dios nos quiere sanos. No nos quiere esclavos ni del ocio ni del negocio, ni por cuenta ajena ni por cuenta propia (pues a veces somos nosotros mismos los que nos colgamos el yugo).
Jesús cuida de los apóstoles, a quienes les ha encomendado un importante ministerio. Les procura un tiempo y un lugar para el descanso. Hay mucho trabajo por hacer, pero para ello hay que reponer fuerzas. La motivación última es la compasión: Jesús se compadece de los apóstoles, que vuelven cansados de la misión a la que han sido enviados, y también de la multitud porque andaban como ovejas sin pastor. Sin prisa, es decir, con amor y misericordia, el Señor se puso a enseñar a la gente con calma. No le mueve un voluntarista sentido del deber. Es el amor De Dios de quien el Hijo es el rostro verdadero. Tengamos también nosotros este gesto de amor con los demás, que nace de nuestra contemplación de Dios y de nuestra misión como bautizados: enseñarles, trabajar por ellos, pero no dando muestras de pesadez, sino con la calma de la misericordia del Señor.
Queridos hermanos, Paz y Bien.
Marcelino Manzano Vilches, pbro.
Director Espiritual.