Comentario al Evangelio del Domingo XIII del tiempo ordinario

El evangelio de Marcos nos presenta hoy todo un proceso pedagógico de cómo debemos afrontar la vida y la muerte desde la fe. Son dos relatos en los que Jesús, devolviendo la vida terrena a quien ha muerto, nos ilumina para encarar este hecho como una puerta a la resurrección, a la vida verdadera. Jairo pide a Jesús que ponga la mano a su hija enferma, y en el camino una mujer de la multitud se empeña en poner la mano sobre la orla, con la intención de «arrancar» a Jesús una curación para una enfermedad que le llevaba a la muerte. Como es lógico, esto difiere la llegada de Jesús y se produce la muerte. Todo es intencionado. Pero tanto Jesús, como el evangelista, quieren poner un correctivo a esa forma de acercarse a Jesús, de creer en él, como si fuera un simple curandero, y de enfrentarse a la muerte. Si la enfermedad no se ataja nos morimos… pero curar las enfermedades no soluciona el drama de la vida. La cuestión están en enfrentar la muerte en su verdadera dimensión. Tanto la mujer curada, como la hija de Jairo volverán a morir. No se trata de negar el valor del “milagro”, ni el poder extraordinario de Jesús. Pero, fuera del ámbito de la fe, por los milagros Jesús no pasaría de ser un “mago” más, un taumaturgo más de los de aquella época. Los milagros, los prodigios, pueden ser signo de parte de Dios…

La mujer que le ha tocado el vestido a Jesús tiene que enfrentarse con él, en un tú a tú, para que la fe se llene de contenido. Probablemente su obsesión por tocar a Jesús le ha llevado al convencimiento de que está curada. Pero Jesús no trata a los hombres desde la parasicología, sino como personas que deben aceptar desde la fe a un Dios de vida. Jesús no quiere, pues, que se le considere solamente un taumaturgo al que se puede tocar como se tocaban las estatuas de los dioses (y eso que en la religión judía no se podía representar a Dios). Lo extraordinario que le ha sucedido a la mujer debe reconducirse a la fe: “tu fe te ha curado”. ¿Y cuando la fe no cura? ¡Nada está perdido! Es ahí cuando le fe tiene más sentido y debe expresar toda la confianza de nuestra vida en Dios.

Cuando Jesús llega a la casa de Jairo, el llanto y la pena de los padres cubren la muerte de negrura. Pero no es así la muerte: es una puerta a la vida. Por eso Jesús dice que la niña no está muerta, sino dormida. La muerte es un sueño, un paso a una vida distinta y plena. Y a esa vida no se entra sino desde la fe, desde la confianza en el Dios que nos ha creado para vivir eternamente. El verdadero significado de la muerte no se afronta con el interés de volver a esta vida, a esta historia. El verdadero significado de la muerte se afronta desde otra dimensión. Lloramos la muerte, sí, por supuesto. La de nuestros seres queridos, que se nos clava en el alma, y la nuestra propia, que tantas veces, por nuestra falta de suficiente fe y amor a Dios, esperamos no sin temor e incertidumbre. Pero Cristo ilumina definitivamente esta realidad que nos cuestiona a todos sin distinción. Él ha resucitado, el primero de todos, y por eso nuestra muerte es la puerta de nuestra resurrección, la vida definitiva en la presencia de Dios.

Queridos hermanos, Paz y Bien.

Marcelino Manzano Vilches, pbro.

Director Espiritual.