En el día de ayer, domingo, 17 de septiembre, nuestra hermandad celebró con motivo de la festividad de los Dolores Gloriosos de María, tal y como marcan nuestras reglas (título III, regla 20), un rosario público con la imagen de Ntra. Sra. de las Tristezas haciendo estación en el Convento de Santa Rosalía, de nuestras hermanas las Rvdas. Capuchinas, incluida la celebración solemne de la Sagrada Eucaristía presidida por el Rvdo. Javier Rodríguez Sánchez, O. P., del convento de Santo Tomás, al cual agradecemos el mensaje de Amor, Esperanza, Perdón y Fe que nos lanzó en este emotivo acto en que hemos acompañado a nuestra Madre, la Virgen de las Tristezas, que nos ha servido para que «volvamos la mirada a nuestro Señor que, en la eucaristía, quiere acercarse a nosotros y nos deja que nos acerquemos a Él».
En palabras de D. Javier, «el Señor nos habla a través de la vida, de los hermanos, de la creación y, sobre todo, a través de la palabra. Porque Él es la Palabra encarnada. Y esta Palabra ha ido desgranándose en palabras de vida que nos marcan el sendero por el que transcurrir y acercarnos más a Él».
Porque, ¿qué fue si no María, sino una vidriera traslúcida de esa Palabra, por la se colaba la luz del Padre en ráfagas multicolores. Toda la vida de María, incluso en los momentos más duros en los que no se podía obviar la tristeza que embargaba su corazón, manifiestan esa luz interior que Dios había habitado en carne y que nunca dejó de hacerlo en espíritu.
En María se encarnó la Palabra y ella encarnó como nadie el mensaje del Padre que nos regaló como pedagogía para ir haciendo nuestro seguimiento del Señor.
La carta del apóstol san Pablo parece remitirse a nuestra Madre cuando dice que ya nadie vive ni muere para sí mismo… que en la vida y en la muerte somos del Señor. Y ahí vemos esa encarnación de la Palabra en toda su intensidad. María, como no podía ser menos, vivió y murió para el Señor.
Pero, a veces, somos muy dados a espiritualizarnos tanto, a espiritualizar tanto la palabra del Señor, que nos elevamos a unas alturas que nos impiden comprobar nuestras debilidades e inconsciencias. Y ahí está el evangelio para poner las cosas en su sitio: en cristiano no hay espiritualidad válida que excluya la mirada al otro, al hermano, al ser humano.
Y hoy el evangelio nos habla de perdón. ¡Cuánto nos cuesta perdonar! En esta sociedad que enarbola con orgullo los derechos individuales, parece que todo el mundo está dispuesto a opinar sobre lo humano y lo divino, pero desde un trono, a veces de soberbia, que nos impide recordar que palabras como perdón o misericordia, han hecho del mensaje de Jesús un punto y aparte desde el que se deber establecer nuestras relaciones humanas.
Solo el que es compasivo y misericordioso, como dice el Salmo, puede entender a este Dios Todopoderoso, cuyo poder puso al servicio del hombre para que aprendiéramos a relacionarnos, no desde el rencor, sino desde el cariño y el respeto mutuo.
Es un mensaje que apunta directamente al corazón de las comunidades cristinas, es decir, a aquello grupos que quieren tener el Evangelio como norma de vida y de conducta, es decir, a vosotros pertenecientes a esta Hermandad, a todas las hermandades de Sevilla y del mundo entero.
En aquel tiempo, María fue por unos instantes, la de las Tristezas. Pero de nosotros, sus hijos, depende que la tristeza de convierta en júbilo, cada vez que con nuestra vida encarnemos las palabra del que fue la Palabra encarnada en su seno.
Dibujo de D. José María Ayala Benítez